Rufián y el político de la vida moderna

No es casual que haya sido Gabriel Rufián el político que haya abierto la puerta a una coalición republicana que represente la demanda de una España plurinacional. En realidad, fue un 10 de junio de 2024 cuando nuestro querido y añorado Jaime Miquel, el mago Gandalf de la política patria, formuló la necesidad de construir “algo, lo que sea, a la izquierda del PSOE” para salvaguardar un gobierno con una seria debilidad parlamentaria. Las elecciones europeas, que arrasaron con Sumar como partido-movimiento-plataforma electoral, demostraron que la estrella política de Yolanda Díaz se había apagado, obligando a Pedro Sánchez a pensar en la posibilidad de disputar el 35% de los votos al PP, cuando se celebren las próximas elecciones generales, anunciadas para el 2027.

Rufián encarna, junto a Sánchez, al político de la vida moderna y ha interpelado a todas las fuerzas políticas de la España plurinacional a un nuevo proyecto político, bajo una premisa electoral, lograr un resultado mejor que el de las últimas generales. Lo hizo el pasado 9 de julio y lo volvió a hacer la semana pasada en su cuenta de X. Hay, qué duda cabe, algo morboso en su propuesta, quizá porque evidencia la fatua vanidad de los partidos soberanistas de la izquierda, convertida, a su vez, en su mayor debilidad cuando se trata de dar pasos hacia un país más federal y más progresista. 

La política de los partidos se ha vuelto lenta y obsoleta ante la fulgurante vida parlamentaria que reclama certezas en los liderazgos de la izquierda. En la modernidad del siglo XXI, Gabriel Rufián se escapa de la disciplina de ERC para pulsar el nervio contraído de los partidos que han representado hasta hoy la izquierda plural. Es la política de autor, que diría nuestro compadre, Pedro Vallín. La oferta del portavoz catalán se adapta mejor que ninguna otra hasta la fecha, es un traje de tres piezas y corbata ajustado a la demanda del votante de izquierdas en el mercado de la democracia parlamentaria. Rufián, querido y desocupado lector, ha encontrado la fórmula que buscaba Miquel, áspero y sentimental, desde su escaño en el Congreso de los Diputados.

Lo que se está construyendo es una tercera vía que gusta, incluso, a socialdemócratas y que se hará sostenible desde Catalunya tanto como desde Madrid

La animadversión que Rufián provoca en la derecha está relacionada con una nueva forma retórica que ha trasplantado el discurso de las redes sociales a la Corte de los Leones. La melodía a la que estaba acostumbrado el oído español sufre una brusca distorsión cuando se expresa en boca del portavoz de ERC desde el atrio del hemiciclo. Su fórmula conversacional logra sacudir los barrotes de la oratoria para hacer escuchar su pensamiento por encima de la música de su propio partido. Desde esta perspectiva, es fácil concluir que la España plurinacional tiene una melodía nueva, separada de la tradición nacionalista por un abismo, el procés, y una reconciliación, la Ley de Amnistía. 

El atractivo político de Rufián reside en la encarnación de un hombre desigual, generoso y perverso, excesivo y cínico, desgarrado y visceral en su vida pública. Representa la venganza de los acusados (hombres y mujeres de la clase trabajadora, socialistas, indepes, comunistas) cuando se topan con el Genio de un país. Hay algo suicida en sus últimas palabras, las mismas que rematan un ciclo político que se hará verdad dentro de dos años. Bajo esa apariencia, lo que se está construyendo es una tercera vía que gusta, incluso, a socialdemócratas y que se hará sostenible desde Catalunya tanto como desde Madrid. 

El malditismo es una cofradía de ángeles que nos liberan del aburrimiento. Me gusta pensar que Rufián ha sido capaz de matar al padre, como un hijo dueño de su propio destino, decidido a pactar con quien sea con tal de no ser un político maldito que perdió la oportunidad de conjurar a la extrema derecha. He aquí su sino. Pero más allá de lo que está significando su trayectoria vital, lo interesante de Rufián es la pizarra sobre la que está escrita su llamada a la coalición republicana y con qué limites se puede encontrar. Quien renuncia a los símbolos de la política lo hace también a su tiempo. No es el caso. De momento, es inútil averiguar con qué alquimia transformará esos límites en el horizonte del próximo país, pero comienza a vislumbrarse un nuevo ciclo que no perderá el tiempo en disputas históricas.

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