Sarkozy y Montecristo en La Santé

Sarkozy tuvo más poder que Napoleón. El expresidente de Francia ha sido el Fouché de nuestro tiempo, al que Balzac le dedicó una novela y Stephan Zweig su mejor biografía. El poder del pasado se encarna en hombres bajitos, tez cetrina y mirada sombría. Son cojos o usan calzas y se enamoran de hermosas y ambiciosas mujeres seducidas por la erótica del poder. Sarkozy fue la piel del republicanismo francés, el espejo desde el que Aznar se reflejaba todos los días desde Madrid, la imagen de la política conservadora en Europa, el último suspiro de la derecha con partido antes de que irrumpiera el hiperliderazgo arribista de Emmanuel Macron o Pedro Sánchez. Este martes nos hemos desayunado con su ingreso en la cárcel de La Santé tras ser condenado por financiación ilegal de su última campaña, merced al dinero que le inyectó el régimen libio de Muamar el Gadafi. No sabemos si ocupará la misma celda desde la que José Giovanni escribió Le trou (El trullo) y que Jacques Becker adaptó al cine, colocando con firmeza los cimientos del cine carcelario en 1960. Lo que sí sabemos es que, entre sus pertenencias, se incluye un volumen de El Conde de Montecristo.

A diferencia de José Fouché, Nicolás Sarkozy se propuso ser una primera figura de la política francesa. No sólo pretendió sumergirse en los acontecimientos. Aspiró a ser algo más: quiso ser el rey de todos ellos. Dotó de una envoltura especial y personal a la presidencia como no había vuelto a tener Francia desde la muerte del General DeGaulle. François Mitterrand había sido un seductor rodeado de tecnócratas, Chirac un hombre pegado a una sonrisa sin más aspiración que enterrar a Dumas en el Panteón de Los Inválidos escoltado por Mosqueteros. La figura de Sarkozy, en cambio, fue siempre singular, especial, nunca heroica, ni mucho menos cómica, si acaso, poderosa por acomplejada, atractiva por siniestra y, a la vez, humana, imperfecta. Sin lugar a dudas, ocupaba un lugar inferior en el escalafón de los presidenciables de Jacques Chirac, ese hombre alto, tan afable y elegante que hasta su guiñol sucumbía a su propio encanto. La posición amoral de Sarkozy lo situaba siempre por debajo o por detrás de Dominique de Villepin en la carrera presidencial. El ministro de Asuntos Exteriores fue su particular Talleyrand. En cambio, Sarkozy fue siempre más hábil y se manejaba, como Fouché, con la soltura de una rata en las cañerías del Estado.

La vida solo ofrece relatos que, de una u otra manera, ya han sido escritos con anterioridad. Si el exministro de Asuntos Exteriores ha terminado sus días siendo un moralista catódico, como lo está siendo también Josep Borrell desde España, (mártir de todas las guerras, incluida la suya propia), el expresidente francés ha inaugurado su primer martes como un preso común en La Santé, dos días después de que cuatro ladrones hayan robado las joyas de Napoleón II conservadas en las vitrinas del Museo del Louvre. La escena inspirará, muy probablemente, una película en Netflix que nos remitirá al tropo universal del atraco perfecto, a Sherlock, a Lupin. Pero el asalto a la galería de arte más grande del mundo nos invita a reflexionar sobre la debilidad del Estado. El atraco, como en una película absurda y rebelde de Godard, es también la historia de un país envuelto en la incertidumbre política, esa que se atisba en la esquina de la vida cotidiana, esa que invita a la rebelión o a la ira y en la que se puede hacer desaparecer de forma rápida, aseada y eficaz, las joyas de la corona, incluida la Corona.

Sarkozy fue la piel del republicanismo francés, el espejo desde el que Aznar se reflejaba todos los días, la imagen de la política conservadora en Europa, el último suspiro de la derecha con partido antes del hiperliderazgo

Algo está pasando en Europa. Suena con la gravedad y la solemnidad de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Sarkozy en la cárcel, el Louvre asaltado a plena luz del día y a 20 km de Roma, a escasos metros de su casa, el coche de Sigfrido Ranucci, un veterano periodista italiano de la RAI, explota un jueves cualquiera. Ranucci vive con escolta desde 2021 y con medidas de seguridad desde 2014. La N’drangheta lo persigue. La política ha comenzado a parecerse a un siniestro policíaco italiano. Ranucci, según informa El País, es un periodista muy criticado por exponentes del Gobierno de Giorgia Meloni y ha denunciado en los últimos meses intentos de cancelar su programa y de censura. Ranucci lo enmarca todo dentro de una política de relegación de periodistas incómodos en la cadena que empezó con la llegada de Meloni al poder en 2022.

En España, quedan lejos los días en los que Rafael Vera y José Barrionuevo entraron en la cárcel de Guadalajara, acompañados de Felipe González. En España, todavía no ha ingresado en Soto del Real ningún presidente. Pero esta semana comenzaba el último juicio de la Gürtel, después de que se iniciara su instrucción en 2007. En abril del próximo año se iniciará la fase oral de la Kitchen, con toda la cúpula de Interior del último gobierno de Mariano Rajoy imputada por espionaje a Luis Bárcenas y su familia. Se juzga si la operación parapolicial fue financiada con fondos reservados. La operación de lawfare que vive Sánchez tampoco ha fructificado. El último informe de la UCO no habla sobre financiación ilegal del PSOE. Las causas contra Sánchez se desinflan en los juzgados a la espera de que Cerdán salga en noviembre del trullo, tiempo suficiente para pensar qué estrategia seguir para terminar de hundir a la derecha.

Adenda

Este miércoles llega a las librerías Orden y Libertad, el último libro de José María Aznar. Con Nicolás Sarkozy, estos dos hombres representan el ala dura y conservadora de la derecha republicana en Europa. El primero, desde el atlantismo, el segundo desde una versión europeísta que quiso rebautizar el capitalismo embarneciéndolo de caridad cuando la economía de Occidente se rompía. Se entendieron bien. Ahora nos toca saber si Aznar está dispuesto a declarar la quiebra política del partido que refundó en 1991. Los microdatos de la última encuesta del CIS son como los posos del café, las raíces últimas de la poción, los filamentos del ADN o la verdad atómica de la política española. Conviene sacar el microscopio y observar. Los microdatos nos dicen que el PSOE está cerca de ganar las próximas elecciones generales pero lejos de poder gobernar. También nos dice que Vox está más cerca del PP y que el PP está más lejos de gobernar con una mayoría absoluta que hace un año. Atentos a este miércoles. No se trata de erosionar al PP, sino de romperlo, fraccionarlo, de que convulsione o de que alguien con autoridad moral pueda permitirse declararlo en quiebra para poder refundarlo otra vez. La próxima pantalla (qué gran bautismo para una sección) está escrita en un libro. Lo firma José María Aznar. Orden y libertad

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