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Monarquía feminista: un oxímoron

Hace casi una década que el CIS no pregunta por la monarquía en sus encuestas. El principal barómetro sociológico del país lo hizo por última vez en abril de 2015. Para situarnos: hacía menos de un año que Felipe VI había sido proclamado rey de España y los escándalos de su padre eran ya un secreto a voces. El resultado fue bastante esclarecedor: la valoración al monarca no llegó al cinco. Suspenso. Una caída de popularidad dramática: diez años antes la calificación al ahora emérito era de notable.

A nadie se le escapa el cambio de rumbo de la Casa Real en los últimos tiempos. Conscientes de la pérdida de apoyo entre la ciudadanía, se han empeñado en mostrar una imagen moderna, abierta a la sociedad y alejada de la opacidad, chanchullos y corruptelas en las que está enfangado Juan Carlos I. Hay que reconocerles el mérito: sencillo no era.

Gran protagonista de ese viraje ha sido la reina. Es innegable que ser plebeya y de familia republicana le ha dado cierta ventaja para hacerse con la simpatía de los menos monárquicos. Letizia ha mostrado siempre su sensibilidad hacia los temas sociales. Se ha destacado su compromiso con la igualdad, se han alabado sus discursos contra la violencia machista. Qué menos, pienso yo. ¿Cómo no va a empatizar la reina de España con las 60 mujeres que son asesinadas cada año por sus parejas o exparejas? ¿Con las que denuncian violencia sexual? ¿Con las que cobran menos que sus compañeros? ¿No nos estaremos conformando con muy poco?

Por eso, sí. La ministra de Igualdad tenía razón. Que una mujer sea la heredera al trono no significa que la monarquía sea feminista. De hecho es un oxímoron. Porque es en la estructura misma de esta institución donde radica la desigualdad. ¿No es la monarquía una forma de Estado que defiende el privilegio de unos pocos, sus derechos de cuna, frente al resto de la ciudadanía? Y eso, por mucho que a algunos les escueza, es radicalmente opuesto a la igualdad de oportunidades, lo que busca el feminismo.

Es una institución patriarcal y obsoleta que pisotea la meritocracia. Pero es la forma de Estado de España. Así que bienvenidos sean los gestos de aperturismo. Que abran las ventanas y hagan de la transparencia su bandera. Eso sí es verdadera patria

Por no hablar de lo disparatado que supone calificar de feminista a una institución que antepone el hombre a la mujer en la ley que regula la sucesión al trono. Una anomalía democrática que, por cierto, recoge la propia Constitución. Si Leonor tuviera un hermano, el martes la imagen hubiera sido distinta: le habríamos visto a él y no a ella jurar la Carta Magna. El debate sobre la discriminación que esto suponía se abrió, sí. Pero solo porque los reyes no habían tenido hijos varones. Y ahí se quedó, porque la Constitución nunca llegó a cambiarse.

La futura jefa del Estado será una mujer. La primera reina en 120 años. La quinta en la historia de nuestro país. De momento, el simbolismo es potente. Pero tengamos claro que Leonor no se ha convertido en un icono feminista solo por el hecho de ser una mujer poderosa. Si así fuera, Isabel II, Margaret Thatcher o Esperanza Aguirre ocuparían un lugar destacado en la lucha por la igualdad. Y no lo hacen. Nunca está de más recordar que la presencia femenina en altos cargos no garantiza la conciencia igualitaria. Para eso, tienen que ser feministas.

La monarquía es una institución patriarcal y obsoleta que pisotea la meritocracia: el único logro de Leonor es ser hija de Felipe VI. Pero es la forma de Estado de España. Así que, de momento, no está de más dar la bienvenida a los gestos de aperturismo y modernidad. Que la Casa Real abra las ventanas y haga de la transparencia su bandera. Eso sí es verdadera patria. Y qué decir tiene que también sería buen momento para que el CIS volviera a preguntar a la ciudadanía por la monarquía. El resultado sería, cuanto menos, interesante.

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