Un abismo llamado Santos Cerdán Pilar Velasco

Y volver, volver, volver. A vueltas con la vuelta, el regreso por tierra, mar o aire a lo que llamamos la realidad, hablas con la gente y gana por goleada la expresión “¡qué pereza!”, en la que uno oye una mezcla de nostalgia por adelantado del verano que se va y temor a lo que nos espera en casa y en el trabajo. La idea de las pilas recargadas y el cuerpo y la mente limpios a base de saltar las olas, adormilarse en la arena y mirar el sol rojo del atardecer se da un poco de bruces con las noticias que nos llegan a la playa, pero no porque sean peores, sino porque son las mismas y hablan del mismo país dividido en dos; algo, la variedad de ideas y la alternancia posible, que podría ser democráticamente una buena cosa si sacamos de la ecuación a la ultraderecha, pero que no lo es por el Estado de intransigencia que ha decretado la oposición que forman PP y sus socios, estos por lo que imponen y aquellos por lo que tragan: una dieta estricta de sapos para el desayuno, el almuerzo y la cena. A cambio, con el dúo de las dos formaciones nadie quiere saber nada de nada, como han dejado claro las últimas elecciones, en las que los votantes han dicho: conservadores, sí; extremistas, no; avanzar por la izquierda o por la derecha, según la ideología legítima de cada cual, sí; retroceder al oscurantismo del pasado, ni hablar.
¿Hasta qué punto ha quedado en entredicho la figura de Núñez Feijóo, cuya talla se ha ido empequeñeciendo se la mire desde donde se la mire? De hecho, si se la mira desde Isabel Díaz Ayuso, se ha quedado en casi nada
El rey, dicen los titulares, ha iniciado la ronda de conversaciones con los partidos para ver a quién se le encarga formar Gobierno, si al PSOE o al PP, que son los aspirantes con opciones, más el primero que el segundo, encerrado en una trampa que no funciona, porque apelar al derecho de llegar a La Moncloa con el mayor número de votos obtenidos en las urnas es negar el propio sistema: aquí se sienta en los bancos azules del Congreso quien obtiene una mayoría pactando con otras siglas y sensibilidades, por supuesto, dentro de los límites que marca la Constitución, a la que tanto apelan los mismos que se la saltan de manera flagrante bloqueando el poder judicial o de forma más sibilina tomando decisiones que ayudan a vulnerar los artículos que hablan de la obligación de los dirigentes políticos de fomentar el acceso a una vivienda y un trabajo dignos, cosa que no vas a hacer cuando formas parte del tinglado inmobiliario, no inviertes en vivienda protegida o abaratas el despido y los salarios. Esto sólo hace falta explicárselo a quienes no lo van a querer entender.
Núñez Feijóo, que no parece terminar de levantarse de la lona tras el varapalo que sufrieron sus expectativas, se fue de vacaciones quién sabe adónde; eso sí, dejando a los suyos encargados de poner el grito en el cielo porque el presidente Sánchez también se tomara unos días de descanso, y ha vuelto para sufrir otra derrota, esta contundente, en el Parlamento, donde su candidata a presidirlo no fue apoyada ni por sus propios socios, y donde los números parecen significar que las aspiraciones de su jefe a lograr una investidura son un brindis al sol, puro humo. En esas estamos y ya se escuchan por aquí y por allá los tambores de la repetición electoral: o para nosotros o para ninguno. Mucho me temo que si eso llegara a ocurrir, lo que no es probable ni descartable, el resultado volvería a ser el mismo, porque este es nuestro país y así es como hay que aceptarlo y sacarlo adelante. Algo que no puede hacerse a base de meterle un palo en la rueda a todo lo que gira, cada vez que no le puedes vender la moto a alguien ni conseguir que haya quien se suba de pasajero contigo y Vox.
En unos días, todos estaremos de vuelta y el dinosaurio aún seguirá ahí. ¿Habrá legislatura, como parece, o repetición electoral? Si la hay, la ultraderecha recibirá la última estocada, por decirlo con esa metáfora que les va como anillo al dedo, ya que tanto les gusta la fiesta de los toros. Si es así, puede que no fuera tan mala opción. Y luego queda una pregunta: incluso si logra escapar del abrazo del oso de los ultras, ¿hasta qué punto ha quedado en entredicho la figura de Núñez Feijóo, cuya talla se ha ido empequeñeciendo se la mire desde donde se la mire? De hecho, si se la mira desde Isabel Díaz Ayuso, se ha quedado en casi nada: no se puede ser el que manda y un subalterno a la vez. La segunda posibilidad si vuelven a ponernos las papeletas blancas y color salmón en la mano es que él vuelva a fallar, y esa vez sería la última: tardó mucho en ir a Madrid, pero puede ser mucho más rápido su retorno a Galicia. Y volver, volver, volver.
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