El viernes fui al Teatro Valle-Inclán para ver 1936, un espectáculo en el que INAEM y el Centro Dramático Nacional han convocado a la cultura contemporánea y al público para recordar el presente, es decir, para buscar en la memoria una mirada sobre la realidad definida por la violencia, los discursos del odio, las identidades falsificadas y las estrategias de los poderes económicos que intentan liquidar una política democrática dispuesta a poner límites a sus ambiciones. Bajo la dirección de Andrés Lima, un grupo amplio de dramaturgos y actores nos ponen delante de los ojos y del corazón una fecha que los españoles tenemos cercana todavía, aunque pasen los años: 1936, aquel momento de quiebra en el que un golpe de Estado desató una guerra cruel, y 40 años de dictadura. Los que se presentaban a sí mismos como amantes de España, a las órdenes silenciosas de los caciques y los millonarios, fueron capaces de romper España por la mitad con su barbarie para hundirla en la desolación y la miseria.

La función sobrecoge al recordar una serie de actos históricos bien elegidos, el bombardeo de Guernica, la masacre de Badajoz o la matanza del Ebro, no sólo por el recuerdo de lo que supuso la crueldad militar de nuestra guerra incivil, sino porque el presente se enreda con los días que vivimos. Resulta difícil escuchar las alocuciones de radio de Queipo de Llano sin pensar en los líderes contemporáneos que han perdido el pudor y llenan los televisores y las redes sociales de bulos para crispar, señalar enemigos e invitar a la venganza. Resulta difícil vivir por dentro la defensa de Madrid sin pensar en el hambre, el terror y la desesperanza de las personas que sufren en Gaza el genocidio provocado por Israel. Y resulta difícil asistir a las componendas de Franco, Hitler y Mussolini sin pensar en las maniobras que han dinamitado el derecho internacional y el respeto a los Derechos Humanos.

¿Qué va a pasar? ¿Qué podemos hacer? Observar el pasado que desembocó en la Guerra Civil y en la Segunda Guerra Mundial nos interpela y nos invita a salir del sometimiento a la injusticia por culpa de la complicidad directa o la indiferencia

Lo bueno del arte es que se mete dentro de la vida y nos interpela a la hora de vivir las palabras de los verdugos y las víctimas. El contexto histórico es importante, por supuesto, como son importantes las dinámicas económicas y políticas, pero al final se llega a la conciencia del ser humano, a su propia responsabilidad, al sentido de la persona que se convierte en personaje y decide ser y representar la crueldad, el odio, el asesinato sin escrúpulos o la indiferencia y el lavarse las manos. En el mundo de hoy, Judas es un buen ejemplo para comprender que quitarse de en medio es una forma de participar en la barbarie.

Por eso se agradece el compromiso artístico de 1936. Se agradece el poder de la dramaturgia de Albert Boronat y Andrés Lima que mantiene durante 4 horas un escenario y una emoción en movimiento. Se agradece el acierto de un coro que refuerza el sentido colectivo de la historia y acerca los recuerdos a los jóvenes para salvarnos de los abismos del olvido y de las fosas. Y se agradece el trabajo de actores como Guillermo Toledo, Cristina Arias, Juan Vinuesa, Natalia Hernández, Morris…, y todo un elenco que nos permite escuchar y ver el horizonte humano e inhumano que conformaron Franco, Queipo de Llano, Azaña, el general Miaja, Yagüe, La Pasionaria, Norman Bethune o Clara Campoamor… 

¿Qué va a pasar? ¿Qué podemos hacer? Observar el pasado que desembocó en la Guerra Civil y en la Segunda Guerra Mundial nos interpela y nos invita a salir del sometimiento a la injusticia por culpa de la complicidad directa o la indiferencia. Tomemos la palabra, salgamos a las calles y las plazas, vamos a comprometernos en la responsabilidad de nuestras vidas y nuestros trabajos, vayamos al teatro a ver propuestas como 1936 y recordemos a quien nos dejó una herencia de Paz, Piedad y Perdón.

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