Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
La mesa de trabajo de un escritor tiene compañías imprescindibles. Ahí están, a la vista, el ordenador, la libreta de notas, el papel en blanco, el vaso de agua o de whisky y la papelera en la que acaban, con un poco de suerte y pudor, muchos borradores. Pero hay compañías que no se ven, por ejemplo, el miedo. La vigilancia y el miedo van de la mano a la hora de escribir, porque uno no quiere traicionarse ni repetirse. Da miedo insistir una y otra vez sobre asuntos que pueden confundirse con una obsesión.
A la hora de escribir sobre el genocidio que sufre nuestra dignidad, la dignidad de los seres humanos en Gaza, se agolpan los avisos del miedo. Asusta la facilidad con la que muchas indignaciones pueden confundirse con una venganza. La barbarie con la que se comporta el gobierno de Israel puede empujarnos a olvidar la dignidad que merece el pueblo judío a la hora de recordar su historia de persecuciones. Da miedo que el impudor de los infames pueda desatar la propia infamia, y eso es intolerable, porque la justicia no debe sostenerse en la venganza, sino en la defensa de la dignidad humana. Se agradece que las causas nobles no se vean mezcladas con las mezquindades del mundo. Aunque Israel haya perdido su dignidad, la palabra judío en nuestra historia merece mucho respeto.
Da miedo que el impudor de los infames pueda desatar la propia infamia, y eso es intolerable, porque la justicia no debe sostenerse en la venganza, sino en la defensa de la dignidad humana
La verdad es que este miedo no supone un peligro silencioso, como ocurre con muchos otros peligros envueltos en el sigilo. Los culpables y cómplices del genocidio en Palestina acusan con facilidad de antisemita y nazis a todos los que se atreven a protestar por el comportamiento criminal de un ejército que lleva cometidos más de 65 mil asesinatos, sin detenerse ante el desamparo de la población civil. Más de 18 mil niños han sido asesinados, muchos de ellos antes de cumplir un año, según los datos recogidos por Unicef. El peligro de ser llamado antisemita sí es un buen aviso para actuar con claridad y precaución, sin olvidar el verdadero sentido de una conciencia crítica. Conviene dejar claro que criticar a Netanyahu no supone ningún tipo de complicidad con Hamás y sus atentados terroristas. Acostumbrados a que nos llamen cómplices del capitalismo algunos dictadores que pervierten sus ideales socialistas y conducen a sus países hacia el autoritarismo de una dictadura, no puede extrañarnos que los responsables de este genocidio nos llamen ahora enemigos de la identidad judía.
Pero hay otros miedos que también deben controlarse. Son ya tantos días de terror en Gaza, se han visto tantas escenas de crueldad en esta barbarie repetida y televisada, que el escritor puede sentir miedo ante el peligro de ponerse pesado y estar un día y otro día hablando de lo mismo y escribiendo sobre lo mismo. La sorpresa es siempre una buena aliada de las creaciones y de la opinión intelectual, así que repetirse supone un peligro. Pero más miedo da el peligro de la indiferencia, la posibilidad de acabar acostumbrándose a la ignominia, la alternativa dócil de cerrar los ojos y los labios ante lo que está ocurriendo en nuestro mundo. Mejor ser pesado que ser apático o tibio ante la barbarie. No son buenos aquí los caminos que conducen al olvido.
El miedo a los errores está en la mesa de trabajo de un escritor. Se pasea de manera inevitable entre los dedos de la escritura. Defender una opinión supone hoy, con el populismo manipulado de las redes sociales, el riesgo de ser tergiversado e insultado. Y no es bueno estancarse en las repeticiones. Pero el miedo mayor es que todos los miedos acaben convirtiéndose en la traición silenciosa a la propia conciencia. Conviene insistir en esto.
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