La corbata como arma política

En tiempos pasados la indumentaria era un signo de identidad que marcaba la diferencia entre las clases sociales y visibilizaba los desniveles económicos que existían en todas las sociedades. El traje de los domingos era una indumentaria obligada para cumplir con el rito católico de la misa dominical y los usos y costumbres predominantes. Muchas familias eran capaces de prescindir de necesidades más imperiosas para invertir, incluso por encima de sus posibilidades, en un traje con chaqueta y corbata. En nuestra posguerra se impuso, como complemento, el uso del sombrero. En Madrid, una tienda tradicional que no sé si todavía existe, -Sombreros Brave- se anticipó a las modernas campañas publicitarias con un slogan que no se le hubiera ocurrido a las más ingeniosas y creativas de las agencias especializadas. El reclamo era muy persuasivo y de hondo calado político: Los rojos no llevaban sombrero. La asistencia al precepto dominical y la indumentaria eran datos que servían para hacer informes de conducta que expedían la Comisarías de policía y eran necesarios para acceder a la función pública.

Los hábitos y las vestimentas han cambiado radicalmente. Poco a poco y por diversas causas las indumentarias se fueron homogeneizando y los pantalones vaqueros, los famosos jeans, se socializaron. Aparentemente, salvando el elitismo de algunas marcas, no perceptible a simple vista, todos nos apuntamos a su uso de tal forma que como dijo Jorge Manrique, en las Coplas a la muerte de su padre, a las tiendas de ropa fuimos a parar, los que viven por sus manos y los ricos.  Si uno se sienta en las terrazas de un puerto deportivo el único detalle diferenciador se encuentra en los complementos; relojes de marca y los logos de las prendas de verano, algunos de perfecta imitación. Incluso los que somos melómanos, desde hace algún tiempo podemos observar que el atuendo para acceder a las salas de concierto se ha despojado de las formalidades del pasado.

El anuncio del presidente del Gobierno invitando a prescindir de la corbata para contribuir al ahorro de energía en el uso de los sistemas de aire acondicionado se ha convertido en un arma de confrontación que esgrime la oposición política y que alimenta numerosos editoriales y artículos de opinión en los medios hostiles al actual gobierno. Guarden sus energías en tiempos tan calurosos para otros menesteres más acuciantes y miren a su alrededor. Los únicos legitimados para opinar son los sastres y los fabricantes de corbatas.

El anuncio del presidente del Gobierno invitando a prescindir de la corbata para contribuir al ahorro de energía en el uso de los sistemas de aire acondicionado se ha convertido en un arma de confrontación.

Han pasado 14 años desde que escribí un artículo en el Diario El País titulado: La corbata del Samurai, a propósito de la decisión del entonces Primer Ministro japonés Junichiro Koizumi, autorizando a los funcionarios públicos a prescindir de la corbata y situar la temperatura del aire acondicionado en los 24 grados. Existen pocas sociedades tan respetuosas con las formas, ritos y usos sociales como la japonesa. Al mismo tiempo, disponen de una de las tecnologías más avanzada del mundo. Combinando sabiamente tradición con investigación, decidieron, en el año 2004, estudiar el efecto de la indumentaria sobre el bienestar de las personas y la posibilidad de cambiar los hábitos externos como fórmula para reducir emisiones contaminantes y conseguir un ahorro apreciable en la factura del aire acondicionado. Nada nuevo bajo este sol de justicia.

Después de tener en sus manos los estudios del Ministerio de Medio Ambiente, las conclusiones que obtuvieron se mantienen y nadie las ha rebatido: la corbata aumenta la sensación calórica en dos grados. En consecuencia, decidieron que los funcionarios se pudieran despojar de la corbata y regular la longitud de las mangas a la altura que estimasen conveniente.

Nada se ha ordenado imperativamente sobre los hábitos indumentarios, lo único que se regula es el límite del termostato. A partir de la temperatura marcada todo está permitido. La corbata es un aditamento masculino que las mujeres no usan. En el pasado, el mandatario japonés utilizó la persuasión y la habilidad dialéctica para conseguir una aceptación generalizada de la decisión adoptada.  La estratagema fue imaginativa y brillante. Se dirigió a las mujeres y las convenció de las incomodidades de las bajas temperaturas en las oficinas y puestos de trabajo. Ellas, y no los hombres, eran las verdaderas víctimas de la varonil corbata. "Las mujeres no llevan corbata y, en general, visten de forma más ligera que los hombres. Muchas tienen que pensar muy bien cada día qué se van a poner para no coger un resfriado en el tren o en el lugar de trabajo". Trasladó su propuesta a la parte que no llevaba corbata, saliendo al paso de cualquier objeción que pudiera acusarle de pensar solamente en el bienestar de los hombres. Aquí y ahora habría fracasado. Hubiera sido tachado de feminista.

Una vez más, algunos de nuestros conciudadanos han dado muestra de su irracionalidad y simpleza, criticando la medida con chascarrillos de brocha gorda o utilizando anécdotas superficiales, sin entrar en el fondo y objetivos de la propuesta. No había necesidad de convertir el sincorbatismo, como en su momento el sinsombrerismo, en una cuestión política con resabios del pasado. Me hago las mismas preguntas que formulé hace 14 años en el artículo que he citado. ¿Es tan insensato y disparatado ahorrar gasto energético en los edificios públicos y en los privados? ¿Se resentirá la calidad de la vida social porque se trabaje sin corbata cuando la temperatura supere los 35 o 40 grados? ¿Perderemos nuestras señas de identidad?

Los “verdaderos patriotas” seguirán disfrutando de la posibilidad de vestirse con un traje de faralaes, ajustarse un traje corto y ensayar su resistencia al calor enfundándose en un ajustado traje de torero que, por cierto, se complementan con una minúscula corbata para que no estorbe durante la lidia. Muchas veces ha servido para hacer salvadores torniquetes de urgencia. Se han dado cuenta de que, cuando alguna persona se desmaya en la calle, el transeúnte que acude en su auxilio lo primero que hace es aflojarle la corbata. La sabiduría popular está por encima de las gracietas de los tertulianos de charanga y pandereta.

Es cierto que no se pueden descartar impactos directos sobre la venta de corbatas que espero sean fácilmente asumibles. Sugiero desinteresadamente la posibilidad de reconvertir la producción, introduciendo prendas tan útiles y bien pensadas como las guayaberas de nuestros colegas caribeños o camisas elegantes de más alto precio que compensen las pérdidas de los fabricantes de corbatas. Ya sé que corro el riesgo de que me acusen de ser un agente infiltrado de los bolivarianos y procubanos.

Los británicos, tan apegados a la estricta etiqueta, cuando llegaron a sus colonias de Asia y África, se despojaron de sus sombreros de copa, los cambiaron por el salacot e inventaron los shorts. Conscientes del escaso atractivo de las tibias masculinas, cubrieron púdicamente sus imperfecciones con unos calcetines altos que completaban un conjunto elegante perfectamente adaptado al medio.

Pensando en términos económicos tan en boga, no dudo que aumentará la productividad y se reducirán las tensiones que ocasiona un cuello oprimido por un nudo. Al mismo tiempo, se reducirían los graves trastornos y variadas dolencias, científicamente demostrados, que ocasiona el aire acondicionado. Por supuesto, establecida la temperatura del aire acondicionado nadie está obligado a despojarse de la corbata o cambiar sus hábitos indumentarios. Es muy libre de ir a su gusto, con prendas convencionales e incluso, si lo desea, con capa española.

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