España no discute Cristina Monge

El machismo es cultura, no conducta, y es esa cultura machista la que facilita los elementos y argumentos necesarios para que los hombres que lo decidan lleven a cabo las conductas que forman parte de la violencia sexual y de género, sin que la respuesta social e institucional sea proporcional a la gravedad y magnitud de esta violencia. Por eso se habla de “cultura de la violación”, concepto que fue desarrollado en EE.UU. a principios de los años 70 dentro de la segunda ola del feminismo.
Quienes no entienden, o no quieren entender, la relación entre cultura y violación pueden responder estas preguntas a ver qué conclusión obtienen:
Como se puede apreciar con esas referencias, la violencia sexual no depende de características particulares, ni de la conducta de determinados grupos de hombres, ni de los factores relacionados con ciertos contextos; su dimensión y circunstancias atraviesan todos los espacios de la sociedad para presentarse de las formas más diversas, pero siempre con elementos comunes:
La violencia sexual es una conducta frecuente, tanto que en el último año la han sufrido unas 359.000 mujeres, que juega con las referencias de la cultura androcéntrica para que se lleve a cabo
Los trabajos de Liz Kelly en 2005 demostraron que los elementos alrededor de la violencia forman parte de lo que describió como “cultura del escepticismo” y “cultura de la culpabilización”. La autora y su equipo pusieron de manifiesto que los elementos de la cultura actúan para negar y dudar de la violencia sexual (escepticismo), y que luego, cuando el caso es tan objetivo que no se puede cuestionar, se buscan argumentos y razones para culpar a la víctima por lo ocurrido (culpabilización).
Todo ello explica por qué la violencia sexual es una conducta frecuente, tanto que en el último año la han sufrido unas 359.000 mujeres (Macroencuesta 2019), que juega con las referencias de la cultura androcéntrica para que se lleve a cabo y para que después la mayor parte de ella, concretamente el 92%, no sea conocida al no ser denunciada, y para que de la parte que se conoce sólo se condene un porcentaje bajo. Una situación que demuestra el papel de la cultura que convive con la violencia sexual al invisibilizarla para luego hacer creer que lo invisible es inexistente, cuando la realidad es muy distinta, tanto que el 13,7% de las mujeres de nuestro país ha sufrido algún tipo de violencia sexual (Macroencuesta 2019).
La cultura de la violación es una realidad. Sin los elementos de una cultura androcéntrica que culpabiliza, minimiza, oculta y niega esta violencia y a sus responsables, no sería posible que se produjera desde la invisibilidad y el anonimato.
El PP debería preguntarse si con sus decisiones promueve o va en contra de la cultura de la violación, y, por ejemplo, ver cómo influye en una u otra consecuencia no apoyar una ley integral que protege la libertad sexual, y busca atender a las víctimas y actuar sobre las causas sociales que la originan, o que su Coordinador General, Elías Bendodo, hable del “efecto llamada” de esa ley, o que su directiva llegue a pactos y gobiernos con partidos de ultraderecha que niegan la violencia de género.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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