Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
El 11 de julio se cumplen treinta años del genocidio de Srebrenica. Tras el holocausto y su huella en Europa, de nuevo en el verano de 1995 la masacre volvió a suceder e igual que antes, los europeos miraron para otro lado. Nada había cambiado, o quizás la identificación con las víctimas no pareció suficiente, quizás porque eran musulmanes, quizás porque siempre es más cómodo mirar hacia otro lado. Esta vez fue más complicado. Los acontecimientos que sucedieron ante los ojos de los civilizados europeos estaban sucediendo a dos horas de avión de Berlín. Aquello que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial se conjugaron en proteger al grito de “nunca más” se había quedado en el vacío.
Era julio de 1995 cuando unidades serbobosnias atacaron la “zona protegida” designada por NNUU sobre la base de la Resolución nº819. Cuatrocientos cascos azules holandeses habían sido desplazados ahí con el encargo de proteger a los refugiados que iban llegando a la ciudad. Tras el ataque, el comandante del batallón Thomas Karremens solicitó apoyo aéreo de la OTAN, pero este llegó tarde para detener los avances serbios. Así, el 11 de julio las tropas holandesas decidieron retirarse, no ofrecieron resistencia y entregaron los puestos de observación y las barreras de vigilancia dejando el paso expedito a que 8.372 personas fueran asesinadas y 30.000 fueran desplazadas por las fuerzas serbobosnias al mando de Ratko Mladic en la peor masacre en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Treinta años más tarde se ha conseguido identificar a unas 7000 víctimas, pero miles aún están desaparecidas. El genocidio de Srebrenica es considerado uno de los mayores fracasos de las fuerzas de paz de NNUU. En este sentido recomiendo de manera ferviente la visualización de la película Quo Vadis Aida (2020), de la directora Jasmila Zbanic donde se narran exactamente los hechos que acontecieron durante esos días de julio.
Treinta años más tarde se ha conseguido identificar a unas 7000 víctimas, pero miles aún están desaparecidas
Hoy es raro encontrar a un líder político serbobosnio que reconozca que lo que aconteció en esos días fue un genocidio y los negacionistas en Serbia no son escasos. Cada año en estas fechas se vuelven a ver manifestaciones negando lo que el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia (TPIY)(embrión del Tribunal Penal Internacional) definió como genocidio, algo que luego sería confirmado por la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en 2007. En su resolución, dictaminaba que Serbia no fue directa responsable de la matanza, aunque sí que la responsabilizaba de no haber prevenido y castigado los actos de genocidio, es decir, se consideró que Serbia fue responsable por omisión. También la CIJ determinó que Serbia había violado la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio al no impedir la masacre y al no cooperar con el TPIY. Además de haber condenado a perpetradores clave en el conflicto como Ratko Mladic, Radovan Karadžić y Radislav Krstić, este fallo es de gran relevancia puesto que estableció una responsabilidad internacional por la inacción en la prevención del genocidio y reforzó la importancia de la cooperación con los tribunales internacionales.
De todos esos hechos solo fue en 2024 cuando NNUU estableció el 11 de julio como el día conmemoración del genocidio de Srebrenica, una fecha que recuerda a todo el mundo el fracaso colectivo que supuso este hecho, como “resultado de las políticas, la propaganda y la indiferencia internacional”, como apunta António Guterres. La idea detrás de estas conmemoraciones, además de la preservación de la memoria, es decir alto y claro, de nuevo, ¡nunca más!
Durante las guerras de la Antigua Yugoslavia se puso de manifiesto de manera muy clara la incapacidad y el fracaso de los europeos para lidiar con una catástrofe humana y humanitaria de dimensiones insoslayables. Los hechos de Srebrenica también mostraron en toda su crudeza la impotencia y la ineficacia de NNUU para intervenir y evitar que el genocidio sucediera. Y, sin embargo, seguimos sin aprender de los errores del pasado.
Una vez más, tras el Holocausto, Ruanda y Bosnia –y en menos de un siglo– somos incapaces de prevenir un genocidio y permanecemos impasibles ante los hechos de Gaza. Hoy, como en 1995, un proyecto genocida cobra forma y el occidente civilizado, lejos de intentar frenarlo, lo que hace en muchos lugares es cercenar la libertad de expresión y el derecho a la protesta de aquellos que defienden el derecho del pueblo palestino, así lo hemos visto en países como Alemania, Países Bajos o EEUU. Miles de gazatíes desplazados están dejados a su suerte a manos de las IDFs israelíes. Como entonces lo bosnios fueron abandonados y masacrados, ahora los gazatíes son asesinados cuando van a intentar conseguir un trozo de pan. Una vez más podremos decir “lo sabíamos y no hicimos nada”, nuestra responsabilidad por omisión, igual que la de Serbia entonces, tendrá que ser juzgada.
Con el genocidio de Srebrenica se cerró el siglo XX, justo allí donde había comenzado la Primera Guerra Mundial; el genocidio de Gaza inicia el siglo XXI para recordarnos lo poco que hemos aprendido de las lecciones del pasado.
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Ruth Ferrero-Turrión es Doctora Internacional por la UCM y MPhil en Estudios de Europa del Este (UNED). Profesora de Ciencia Política en la UCM.
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