Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
Pocos libros han causado tanto impacto y han tenido tanta repercusión en la historia de la literatura española contemporánea como La Edad de Plata. Ensayo de interpretación de un proceso cultural (1902-1939) (Taurus, Madrid, 2025), de José-Carlos Mainer, cuya tercera edición ha publicado la editorial Taurus. Las dos anteriores, la de 1975 en Los Libros de la Frontera, al cuidado de José Batlló, y la muy esperada de Cátedra, en 1981, pusieron el libro a disposición de lectores de diferentes generaciones.
En su primera salida se detenía en 1931 y, de entrada, llamaba la atención su cubierta, un cartel de Ernesto Giménez Caballero y una constelación con los nombres más relevantes de la literatura española de los años 20 y sus posibles relaciones. El concepto de edad de plata –cuenta Mainer en el prólogo a esta nueva edición– ya lo había usado el citado Giménez Caballero y décadas después, en 1973, el historiador Miguel Martínez Cuadrado, en su contribución a la Historia de España, dirigida por Miguel Artola. Pero recuerdo haberle oido decir al propio Mainer que el título se lo sugirió Blecua, profesor suyo y maestro en la Universidad de Barcelona, a quien está dedicado el libro: “Para José Manuel Blecua, que conoció/ y me hizo conocer la Edad de Plata”. Recuérdese que Blecua, padre, editó en Labor, en una colección dirigida por Francisco Rico, el primer Cántico, de Jorge Guillén. En un artículo reciente (ABC, 16/XI/2024), he visto que se tachaba de Siglo de Plata al XVIII español, aunque me temo que con escaso fundamento.
Esta última versión lleva los Prólogos y la Nota, correspondientes a las salidas anteriores, todos ellos clarificadores. En la Nota correspondiente a la de 1980, la segunda, comenta las correcciones, adiciones (índices de autores y obras, tablas cronológicas), supresiones (las notas), y cambios que ha introducido. Confiesa que no ha rectificado ningún juicio de valor, ni ha cambiado su manera de ver las obras literarias y artísticas; que tampoco “se altera (...) la arbitrariedad con que he elegido (...) las piezas de convicción que mejor servían a mis propósitos”. Concluye la Nota definiendo el libro como un ensayo, un concepto poco habitual entonces para los estudios literarios, y con un recuerdo para quien fue compañera de Departamento y amiga, la profesora Giulia Adinolfi, fallecida en 1980, la esposa de Manuel Sacristán.
Y en el prólogo a la edición de 1975, la primera, precisa que se trata “de un intento de interpretación global de una etapa de la cultura española”, como anticipa el subtítulo. Confiesa su admiración “por la habilidad expositiva de la alta divulgación anglosajona (...), del deseo de evitar la manía teorizadora, la pedantería y la obsesión por el tecnicismo”, y en ello insisten Gracia y Ródenas de Moya en el epílogo (p. 413). Algo semejante defendía Tony Judt, en su Posguerra. Una historia de Europa desde 1945 (2006): la claridad de estilo debería constituir un modelo que tendría que seguir cualquier historiador (p. 14).
Nos advierte también Mainer que ni están todos los autores, ni todas sus obras, sino aquellos que le han servido para enhebrar “los nudos temáticos que me interesan más profundamente: la crisis ideológica de fin de siglo; la formación de los diferentes circuitos de lectura de nuestra sociedad contemporánea (...); la ruptura del ideal modernista; la significación del grupo cuajado en torno al semanario España; la primera etapa del vanguardismo; los nuevos vientos artísticos que se columbraron en el horizonte histórico de 1930, etc.”.
Mainer confiesa que en La Edad de Plata confluyen diversas líneas interpretativas que proceden de libros suyos anteriores, los publicados entre 1972 y 1974, que son deudoras de los análisis de Lucien Goldmann; así, por ejemplo, lo que se refiere a “la caracterización del protagonismo de grupos sociales como a la subterránea presencia de la pugna entre `conciencia real´ y `conciencia posible´”. En esta nueva versión, se aclara el término pequeña burguesía (aparece en el título del primer libro de Mainer), al que tanto uso se le dio en las corrientes literarias provenientes de la teoría marxista de la literatura. Nos recuerda que las fechas que enmarcan la primera versión de este trabajo, 1902 y 1931, le fueron impuestas por los editores de un volumen colectivo que está en el origen de nuestro libro pero, cuando lo considera oportuno, sus explicaciones se remontan al primer romanticismo. Y concluye el sustancioso prólogo aludiendo a la popularidad que alcanzaron algunos de estos autores, aunque también lamentaran la escasa autonomía de la literatura con respecto a la política.
El libro se compone de siete capítulos, titulados y fechados. El primero, “La ruptura modernista: algunas novedades de 1902-1903”, está formado por dieciséis breves entradas: la primera dedicada a Hacia otra España (1899), de Ramiro de Maeztu; mientras que el último capítulo, “España, república de trabajadores”, tomando prestado el título de Ilya Ehrenburg, arranca con `Los entusiasmos republicanos´ y se cierra con `La Guerra Civil desde Madrid y Valencia´, al que sigue un epílogo. O sea, que acaba en 1939. Los apéndices resultan muy útiles, empezando por el “ensayo bibliográfico”, de Jordi Gracia y Domingo Ródenas de Moya, una “Cronología” y dos índices, uno de autores, y otro de obras y publicaciones citadas, cuya inclusión hace el libro mucho más manejable.
Analizar en unas pocas páginas un libro de esta enjundia resulta tarea imposible, pero voy a señalar algunos aspectos que me han llamado la atención, aunque mi elección resulte caprichosa. Así, me parecen atinadas las denominaciones tanto de los capítulos como de las partes que los componen (a propósito de Carranque de Ríos, habla de “la técnica de titulación de capítulos”, p. 395), y varios empiezan con citas extensas que le sirven de punto de partida del apartado; se detiene en fechas, en años clave, como 1902 o 1927; asimismo destaco los comentarios que le dedica a libros de cuentos, como Vidas sombrías (1900), de Baroja, a las novelas cortas, además de las reflexiones sobre algunas notables colecciones de libros y a las ediciones de los clásicos, las encuestas acerca de asuntos candentes, sobre los circuitos obreros de lectura; o la comparación entre Joan Maragall y Tomás Morales. O bien, sigamos, se ocupa del retrato y del autorretrato, los diarios de escritores, o las ficciones como autobiografías, subgéneros o procedimientos que acaso no se han considerado canónicos, según les ocurre también a los relatos en verso o a las novelas de caciques o al teatro por horas. No faltan tampoco alusiones, aunque no sean demasiadas, a conceptos tan significativos como el de intelectual, a la literatura de viajes o a los apólogos; al tema de Don Juan; a los calificativos de tonto (de Alberti al anaglifo de Lorca, pudiendo extenderse -añado yo- a Ana María Matute) o fino/a (que solían usar los Blecua, pero que creo que tiene su origen en el 27, quizás en Jorge Guillén); la idea del libro único (Baudelaire, Mallarmé, Whitman, Guillén, Cernuda o Gil de Biedma), de la obra como unidad; la ruptura de los géneros; o la presencia de la ironía o el humor, como cuando nos recuerda los “pintorescos nombres” con que la madre de Juan Ramón Jiménez, el cansado de su nombre o el cansado de sí mismo, solía calificarlo (no me resisto a recordarlos): “Impertinente, Exijentito, Juanito el Preguntón, el Caprichoso, el Inventor, Antojado, Cansadito, Tentón, Loco, Fastidiosito, Mareón, Exajerado, Majaderito, Pesadito y... Príncipe” (p. 250). En fin, nadie debió de conocer tanto al gran poeta y prosista como su propia madre, Zenobia aparte.
De pocos libros sobre la literatura española contemporánea he aprendido tanto como de éste, y ninguno me ha mostrado un método tan sugestivo y útil
En suma, Mainer consigue en muy pocas páginas, a veces solo en unas líneas, que nos hagamos una idea cabal de la trayectoria de un autor, del valor de un libro o de un artículo, de una revista (afirma que con Hora de España se clausura con brillantez la Edad de Plata, p. 409), de una colección de libros, e incluso de toda una estética. El volumen, además, no se limita a la literatura y a los diversos componentes del sistema literario (incluidos los de las otras lenguas de España, a los que les presta atención), sino que también en él desempeñan un papel principal la Historia, el contexto internacional o, en menor medida, las diversas artes (la pintura, el cine, la música o la arquitectura), a las que alude de manera oportuna.
Este texto, con algo de artículo y de reseña, ha pretendido ser, sobre todo, un homenaje a un gran maestro que tanto nos ha enseñado. Pero quiero acabar, permítanmelo, con una confesión personal. He leído las tres ediciones de este libro en el mismo momento en que aparecieron. En 1975 y 1981 todavía era yo estudiante, de la licenciatura y del doctorado, y estaba dando mis primeros pasos como profesor, PNN. Muchas de las cosas que se cuentan en estas páginas se las había oído explicar a Mainer en sus clases o en conferencias. Ha sido para mí un libro de consulta constante, además de un acicate para emprender nuevas lecturas o repasar viejas revistas literarias. De pocos libros sobre la literatura española contemporánea he aprendido tanto como de éste, y ninguno me ha mostrado un método tan sugestivo y útil, una forma de proceder y de encarar los textos y los contextos de los que formaban parte, como se nos presenta en esta memorable Edad de Plata.
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Fernando Valls es catedrático de Literatura española y crítico literario.
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