La revista 'El Ciervo' a sus 75 años
En el Palau Robert, de Barcelona, la Generalitat de Cataluña ha organizado una exposición sobre la revista El Ciervo, con el título de 75 años de cultura y pensamiento libre. Se trata de una publicación escrita en castellano, como Destino y luego Ajoblanco, Quimera y El Viejo Topo, en la que los colaboradores nacionalistas han convivido en armonía con quienes no lo son. Se ha repetido, creo que con exageración, que estaba pensada en francés, quizá porque en las primeras décadas, si tuvieron un guía, este fue Mounier, el personalismo, la revista Esprit.
No sabría decir ahora, pero en 1993 tiraban 5.000 ejemplares y tenían 2.500 suscriptores. Quimera, otra revista escrita en castellano en Cataluña, en el año 2004 le dedicó un monográfico a las publicaciones literarias españolas del siglo XX. Entre las elegidas como mejores y más representativas estaba El Ciervo, aunque se trataba más bien de una revista cultural, o de "pensamiento y cultura", como la califica el subtítulo, en la que la literatura ha desempeñado siempre un papel importante. El comentario que Quimera le dedica a la trayectoria de la publicación se le encargó a quien mejor podía hacerlo, Lorenzo Gomis, su director, responsabilidad luego compartida con su mujer Roser Bofill.
El Ciervo nació en 1951, en los duros años del franquismo, el año de la huelga de tranvías en Barcelona y el de las primeras conversaciones católicas de Gredos. Un año después, se celebró el Congreso Eucarístico en Barcelona. Estaba escrita por un grupo de estudiantes vinculados a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), cuyos referentes eran Francisco Condominas y Claudio Colomer Marqués, director de El Correo Catalán, que no tardó en desvincularse de la joven revista. De las ocho hojas de que se componía, pasaron después a dieciséis y posteriormente a más, con la obligación de superar una doble censura, la civil y la eclesiástica. Pronto atrajeron el interés de José Luis Aranguren, José María García Escudero o el jesuita José María Llanos, que la alabaron por su prosa y su cristianismo inquieto, inconformista e independiente, que contrastaba con el anquilosado catolicismo oficial, por lo que empezaron a conseguir suscriptores en toda España.
Además de su contenido, sus colaboradores solían ser los habituales, a menudo profesores, expertos en diferentes materias de tipo social o cultural, aunque evitando el tono académico, para decantarse por el periodístico o ensayístico más suelto y ameno, destacaría el atípico diseño, sus sugestivas cubiertas, el tipo de papel y el cuerpo de letra, la diagramación diferente, la convivencia armoniosa de fotos, dibujos y caricaturas. Recuerdo especialmente las de Sciammarella y que Mariscal publicó en El Ciervo sus primeros dibujos, como una portada sobre San Juan de la Cruz.
Confieso que he seguido la revista de manera intermitente, quizá porque cometí el error de no suscribirme, solía comprarla en La Central, a pesar de tener la fortuna de haber escrito en sus páginas en un par de ocasiones (en fechas tan distantes como 1989 y 2011), aunque siento no haberlo hecho más a menudo. Entre las secciones, me interesaron siempre la 'Biblioteca', la crítica de libros sobre diversos temas (Jordi Gracia fue uno de ellos), las de cine (recuerdo las de José Luis Guarner y Manuel Quinto) y teatro (a cargo de Josep Urdeix, cuya foto impresionaba, pues parecía un misionero llegado de Mongolia), las de música, al cuidado de Luis Suñén, aunque las reseñas resultaban demasiado breves para mi gusto; y el 'Pliego de poesía' que creó y coordinó el poeta Alejandro Duque Amusco y luego José Ángel Cilleruelo, donde es difícil encontrar algún nombre relevante que no haya figurado en sus páginas. Y no quiero dejar de recordar los comentarios políticos del uruguayo exiliado Héctor Borrat, profesor mío en Bellaterra, en las clases de Periodismo. Y, por supuesto, su línea editorial.
La lista de colaboradores, la de aquellos que desempeñaron un papel importante en la revista o los que escribieron de manera ocasional, resulta impresionante: Alfonso Carlos Comín (partidario del diálogo entre cristianos y marxistas), Enrique Ferrán, el historiador Antoni Juglart, José María Valverde, Miguel Delibes, Eugenio Trías, Federico Mayor Zaragoza, Francisco Rico, Victoria Camps, Laureano Bonet, José Ángel Valente, Enrique Miret Magdalena –quien hizo una labor paralela en Triunfo–, Reyes Mate, los poetas José Corredor-Matheos, Enrique Badosa y Pere Gimferrer, así como el socialista José Antonio González Casanova, coordinador de un libro colectivo: La revista El Ciervo, historia y teoría de 40 años (Península, 1992). Décadas antes, en 1959, Juan Gomis, otro protagonista principal de la publicación, hermano del director y futuro presidente de Justicia y Pau, preparó una antología, compuesta por una selección de artículos publicados en la revista, Ocho años de El Ciervo. Generaciones nuevas, palabras nuevas (Editorial Católica, Madrid, 1960). A él se le debe también su nombre y el logotipo, inspirados en el salmo 42 de la Biblia: “Como el ciervo busca el agua de las fuentes, así mi alma te desea, Señor”.
Guardo como oro en paño algunos de los libros que editaron, a los que me he referido en numerosas ocasiones. Los que más he frecuentado son La cocina literaria. 63 novelistas cuentan cómo escriben sus obras (2003. Ed. de Lorenzo Gomis y Jordi Pérez Colomé), entre cuyos colaboradores figuraban Robert Saladrigas, Carlos Pujol, Juan Antonio Masoliver Ródenas, José María Merino, Carme Riera, Javier Cercas, José Jiménez Lozano, Enrique Vila-Matas, Fernando Aramburu o Andrés Neuman, por ejemplo. Y el titulado Cómo se hace un poema. El testimonio de 52 poetas (Pre-textos, 2002. Ed. de Alejandro Duque Amusco). En suma, se trata de libros imprescindibles para los amantes de la literatura, que demuestran la gran capacidad de convocatoria y el prestigio de que gozaba la revista.
Desde 2015, está dirigida por el periodista Jaume Boix Angelats, y me alegra constatar que en la redacción y administración se repiten los apellidos de los fundadores, los Gomis y Montobbio, ahora representados por sus descendientes. Y para saber más, como se dice ahora, les recomiendo Una temporada en la tierra. 80 años de memoria (1924-2004), de Lorenzo Gomis, publicado por la editorial El Ciervo en 2004, y del mismo autor: Mediodía. Antología poética 1951-2005 (Papers de Versàlia, 2024).
El Ciervo contribuyó a socavar el régimen en uno de sus pilares principales, el catolicismo, mostrando otras posibilidades de entender la religión, muy distinta de la que pregonaba el nacionalcatolicismo oficial, de una manera laica e independiente. Pero, aunque manteniendo su esencia, fue evolucionando con el paso del tiempo, incorporando nuevos temas y firmas, colaboradores que antes hemos citado en desorden. Sin embargo, nunca ha dejado de ser una revista de tono moderado, hecha por una burguesía culta y democrática, dialogante, con inquietudes religiosas, muy en la línea del concilio Vaticano II, convocado en 1959 por Juan XXIII, otro de los principales referentes de la publicación, autor de la encíclica Pacem in Terris (1963), que se anticipa un año a los demagógicos XX años de paz que tanto celebró el franquismo. El otro momento que marcó su rumbo, según Lorenzo Gomis, fue la Transición. A pesar de ello sufrió la censura, un secuestro, multas, e incluso en 1973 un asalto a la redacción, por un comando de la ultraderecha. Quizá fuera esa discreción, su actitud siempre crítica, la mentalidad abierta y la pluralidad de opiniones la que le ha permitido disfrutar de tan larga y fértil existencia.
La cultura de la Transición desde las cloacas
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Estamos, por tanto, ante una de esas exposiciones que deberían viajar por España y recorrer los Institutos Cervantes. Los que estén en Barcelona, no dejen de verla, y a los que no, les recomiendo la página web de El Ciervo.
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*Fernando Valls es catedrático de Literatura Española y crítico literario.