Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
La declaración de la hambruna en la Franja de Gaza por la ONU, y luego por el Consejo de Seguridad, no carece de valor, ni mucho menos; al contrario, podemos calificarla de extremadamente importante y valiosa. Pero lo es en relación con la presunta conciencia de Occidente, que intenta así quitarse de encima parte de la responsabilidad de lo que ocurre en Gaza. Porque carece de valor para quienes la sufren, todas esas madres, por ejemplo, que cargan con los despojos hambrientos de sus hijos. Para la gente de Gaza nada ha cambiado después de tal declaración. Siguen igual que antes, si no peor.
El asunto no se limita a todo el ruido mediático que acompaña la celebración de este tipo de declaraciones; está íntimamente ligado con el envés de cualquier declaración de este tipo que denuncia el crimen y lo reconoce, una denuncia que siempre llega tarde —si es que llega alguna vez–. Se vincula también con esa esperanza moral que anida en lo profundo de las víctimas y que nunca desaparece, esperanzadas, al menos, de que su sangre derramada y los cuerpos despedazados allá, ante las pantallas de televisión de todo el planeta, sean capaces de remover una conciencia humana universal moribunda.
Para quienes sufren las matanzas en Gaza desde hace casi dos años, el asunto representa el retraso de occidente, no en el sentido de “demora” —es decir, que algo ocurra fuera de su momento—, sino en el de atraso: el atraso moral de los países del llamado “Norte” global.
Comprender las características de este atraso no es difícil para las y los que hemos nacido en el Sur del mundo; nuestro destino, historia y modernidad abortada se han forjado en el crisol del "egoísmo sagrado" del Estado colonial europeo, que sigue existiendo hoy bajo otras formas. Un occidente que ve sus intereses como si fuesen los de toda la humanidad, y considera que su discurso moral conforma el pasado, el presente y el futuro del mundo en su conjunto.
Régis Debray vino a decirlo de un modo revelador: mientras la polaridad entre Este y Oeste puede pertenecer al pasado, lo esencial es que occidente sigue siendo unipolar, pues no acepta discusiones, ni quiere que nadie cuestione su liderazgo, ni su monopolio de los valores universales, ni sus sensibilidades humanas, ni su forma de gestionar los conflictos.
Hoy, cuando estas características se hacen cada vez más evidentes, el retraso/atraso no es una condición temporal o coyuntural. Es un atraso crónico, una escisión burocrática dentro del Estado, la supresión de cualquier atisbo de sensibilidad moral hacia el otro. En este contexto, las declaraciones, por muy críticas e incisivas que puedan parecer, se reducen a una decisión consciente de no asumir responsabilidades, de tratar las tragedias, las guerras, las agresiones —y hoy el genocidio— como asuntos susceptibles de ser manejados con un ruido mediático que vacía cualquier decisión “humanitaria” de su significado. Así, se celebra la decisión mientras se olvida el crimen en sí.
De esta forma, las instituciones internacionales, los análisis mediáticos y los debates públicos se dirimen sobre escenarios de moralidad dramatizada, asumiendo roles de crítica y elogio que eximen de la asunción de responsabilidades. Mientras, el Estado, refuerza su papel pasivo, que no es otra cosa que complicidad con el criminal, bajo el palio del ruido mediático y los debates encendidos.
Las instituciones internacionales se dirimen sobre escenarios de moralidad dramatizada, asumiendo roles de crítica y elogio que eximen de la asunción de responsabilidades
En este mismo rol escénico encaja el destino teatral del próximo anuncio sobre el reconocimiento del Estado Palestino en la Asamblea General de la ONU. Un anuncio que llega en un contexto escandaloso por sí mismo, justificado —como dijo el presidente francés Emmanuel Macron— no por el reconocimiento de los crímenes de "Israel" y, por tanto, el “deber” de sancionarla, sino para proteger a Israel de sí misma. No será pues presentado como la afirmación de un derecho histórico, ni como una condena por haber provocado una tragedia palestina que dura ya más de 77 años. No será un acto de justicia hacia los palestinos, a pesar de toda la retórica mediática que lo acompañe. Será más bien una herramienta de marketing político en el gran teatro de la política internacional, con el objetivo de calmar a la opinión pública mundial, cada vez más solidaria con los derechos del pueblo palestino frente al salvajismo del proyecto sionista. Se trata de proteger la imagen de los Estados occidentales frente a las consecuencias de su apoyo incondicional a Israel, basándose en una omisión total del concepto de justicia y los valores éticos que dice defender.
En lugar de reconocer a la víctima crearán una herramienta para corregir el comportamiento del verdugo y proporcionarle una válvula de escape moral y política.
Y, en consecuencia, cada anuncio en favor de los palestinos se convertirá en un anuncio al servicio de los Estados del Norte global. Se celebrará frente a las cámaras, se aplaudirá, aliviará conciencias, pero no se traducirá en un enfrentamiento real con el verdugo. El intento de borrar al pueblo palestino continuará. El crimen prevalecerá. Y occidente seguirá, siempre, atrasado en su supuesta excelencia ética.
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Rola Sirhan es una escritora palestina residente en Beirut, directora de la revista 'al Hadath'.
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