Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
La privatización de las universidades, de centros de innovación e investigación, y la creación de plataformas online de profesionales e investigadores suponen un gran avance hacia el control privado de la producción de talento y la mano de obra cualificada. Pero aún cabe dar un paso más.
No hace tanto, gran parte del prestigio de los países pasaba por tener una buena formación de sus ciudadanos y las mejores universidades. Pero el ensamble de la demanda empresarial con la “producción” de las universidades mediante la estandarización, homologación y evaluación (de “procesos”), no por parte del Estado, sino de las agencias, ha convertido la producción cultural, científica y técnica en piezas de un sistema en el que se prioriza globalmente el mercado. Y el mercado no atiende a la formación del sujeto, sino al resultado de su trabajo. Más allá de esto, el término “valor" pierde sentido. Así, la capacidad humana ha quedado reducida en el lenguaje experto de las agencias a “competencias”, “habilidades” y “talento”. O lo que es igual, a su aplicabilidad y posible valor de mercado.
En EEUU se ha dado un paso más. Ya no se trata de privatizar instituciones, mediadas por la ley y el Estado, ahora el camino es más corto. Directamente se crean dispositivos de formación dentro de las empresas y al margen del control ciudadano y del Estado. Uno de estos modelos es el promovido por el emporio tecnológico Palantir, fundado por Peter Thiel y Alexander Caedmon Karp.
La empresa Palantir, con pretensiones de dominio sobre la IA, ha decidido, pasando por encima de la ley, del Estado y del sentido común, que la universidad es algo obsoleto, y que es mejor atrapar a los jovencitos (en contra de la tendencia dominante en Silicon Valley, Karp introduce a las chicas también) cuanto antes mejor. De modo que, terminados sus estudios de secundaria, en lugar de ingresar en una universidad y pasar por los engorrosos trámites del aprendizaje, los exámenes, la formación cultural, cívica y demás, lo mejor es dotar a los más espabilados de una “Beca Meritocracia”, ofrecerles cuatro semanas de “Cultura Occidental”, pasearlos por el interior de la monumental empresa en sus distintos ámbitos y, si sirven al caso, hacerles un contrato. Lo del título es lo de menos. También se admiten, naturalmente ingenieros y profesionales de máximo nivel, aunque su formación la prueban en la dinámica interna de la empresa. Pero cuanto más jóvenes, mejor. Así, pensarán como la empresa, vivirán en el ecosistema “Palantir”, se someterán a las querencias y exigencias Palantir y cuando ya les saquen el jugo, se irán fuera del nicho ecológico Palantir a otro nicho privado y exclusivo o a hacer puñetas.
Ser genial o quedar al margen. En fin, la lógica de la selección natural capitalista que se impone. Extraer a los aristoi, a los mejores del sistema, para acabar de formarlos bajo los dictados corporativos y auspicios de la propia empresa y las garantías de su IA. En este caso, se accede a la formación mediante las “Becas Meritocracia” (el título ya es significativo) que, sin anunciar previamente a los pupilos en qué consiste la formación, incluye cuatro semanas de Seminario sobre “Cultura occidental” y la lectura de la autobiografía de Frederick Douglass, un esclavo que hubo de aprender a escribir en secreto, sufrir las cadenas y la persecución, y que acabó de agitador contra el abolicionismo en el Norte de EEUU.
Ser genial o quedar al margen. En fin, la lógica de la selección natural capitalista que se impone
“Narrative of the Life of Frederick Douglass, an American Slave” (1845) es un grito de libertad y dignidad, que en estas manos se convierte en premonición si el sistema aberrante de formación acaba por imponerse. El núcleo será de héroes cibernéticos con sueldos de oro vestidos de trasnochadores y los amplísimos márgenes serán de esclavitud, trabajo precario, homeless, limbos jurídicos y abismos de guerras de “baja intensidad”.
Para justificar el salto a la torera de la ley, de la norma, de las garantías de los títulos universitarios y de los sistemas reglados de enseñanza, los ideólogos de Silicon Valley recurren a su consabida mitología. Los formados en este medio, decía Luba Lesiva, ex-jefa de relaciones con los inversores de Palantir entre 2014 y 2016: “A estos ingenieros los dejan caer en medio del desierto o en un parque empresarial del Medio Oeste con un servidor y un destornillador… Dondequiera que los envíen, nadie quiere estar allí, pero es por su gran capacidad de trabajo y resistencia. Son capaces de soportar cualquier cosa”. Y, en efecto, son capaces de aguantar y de hacer cualquier cosa, lo cual no es precisamente una garantía de nada bueno. Sobre todo si tenemos en cuenta las palabras de Ross Fubini, fundador de la firma de capital riesgo XYZ Capital, e inversor en más de una docena de startups fundadas por ex empleados de Palantir. Este avezado jungler del capital afirmó: “El interés de los inversores de capital riesgo en la élite de Palantir ha aumentado en los últimos años, pero este último año ha sido frenético… Están creando empresas excepcionales en sectores muy competitivos”. Y aún con más aplomo sentenció que Palantir se convertiría en la próxima “mafia de fundadores”.
En efecto, la cosa aumenta. Palantir tiene tentáculos ya en el Ejército de EEUU y más de 350 empresas han seguido las enseñanzas de Palantir. En su propaganda se lee: «La universidad está obsoleta» o «Las admisiones se basan en criterios erróneos. La meritocracia y la excelencia ya no son los objetivos de las instituciones educativas». ¿Para qué las universidades, para qué los estudios secundarios? ¿No sería mejor llevarlos desde la cuna al oficio de trasegadores del bienestar digital? Así, se ahorrarían las monsergas de padres, madres, abuelas, titos y titas. Los estudiantes no tendrían que soportar a quienes se dejan las pestañas en inútiles libros. Tampoco tendrían que aguantar el peguntoso compañerismo, ni la solidaridad buenista o las asambleas agitadas de estudiantes y tantos otros engorros. Historia, filosofía, derecho, latín, literatura… ¿Qué es eso sino la pérdida de un tiempo de oportunidades? ¿No es mejor darles una vuelta por el globo con los ingenieros más punteros y llevarlos hasta donde hay clientes? Además, luego, a la tercera o cuarta semana se seleccionan a los más espabilados, incluso en contra del deseo de los padres… ¡Y adentro!
Este modo de formar en el ecosistema del emporio, “desde dentro”, con prácticas dirigidas hacia la empresa y píldoras digitales a los futuros miembros de las start-up, es el nuevo modo de abastecer lo que va siendo la estructura económica básica de la cibersociedad. Usa métodos modernos, dinámicos y capaces de superar cualquier ley y todo el pasado. Hay que dejar fuera todo lo que no entre en el mercado libre, por ejemplo, esa carga que apesta a memoria y a historia de los pueblos. Mejor ser pragmático y olvidadizo, mejor seguir este dao que se impone en EEUU con inversiones multimillonarias desde que el brillante, lúcido y también multimillonario CEO Alex Karp, cofundador de Palantir, con título de Derecho en la Universidad de Stanford (California) y su tesis retirada de la tutela de Habermas, decidió que mejor formar a los jóvenes fuera de la “zona de confort” del Estado con becas meritorias.
En nuestro país no estamos a ese nivel. La interconectividad entre empresas apenas llega a la formación “dual” en FP o las externas Stem (ambas formaciones con componente empresarial, pero aún tutela estatal). Mas todo se andará, y la IA ayudará a la fatal sustitución. ¿La formación en el seno de la sociedad? ¿mezclados con el común de los mortales, con los pringaos que no saben ni lo que es un Haps, una red neuronal profunda o un chip neuromórfico? ¡Nada de eso! Mejor no saber lo que está bien o mal, o quién es Leonardo da Vinci, Shakespeare o Cervantes, o qué pasó en la Revolución Francesa o pasarse por el forro la historia de esos países segundones de Europa. Todo eso es pérdida de tiempo, y no estamos para eso.
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Sergio Hinojosa es licenciado en Filosofía por la Universidad de Granada y profesor de instituto.
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