Las 'tech': la burbuja del poder global

En un interesante opúsculo, la historiadora americanista Sylvie Laurent analiza el auge de la ultraderecha global en sintonía con el poder cada vez más visible de los magnates de las grandes tecnológicas de EEUU. Una burbuja de poder que se gestó en California, en Silicon Valley. La fascistización de Elon Musk, la masculinización de Zuckerberg, los proyectos antidemocráticos del magnate de Oracle Larry Ellison o de Peter Thiel, un multimillonario libertario que financió la campaña de Vance al Senado de 2022, o los compromisos de Jeff Bezos son el resultado de una ideología californiana que, desde la calculada ambigüedad, oscila entre la postura antisistema y la dependencia del Estado en pos de la hegemonía. 

La idea extendida sobre los Tech californianos, criados en Silicon Valley, jóvenes estudiantes geniales, inconformistas, inmersos en la contracultura, hippies y pacifistas, con ideales comunitarios y disidentes del sistema, no refleja en absoluto la realidad de esta “élite del sistema antisistema”. La California que produjo la tecnópolis y generó la inmensa burbuja de poder es radicalmente otra. Su centro, la universidad de Stanford, está ligado tradicionalmente al racismo y al militarismo gracias a uno de los think-tank más influyentes de EEUU, ubicado en el campus de esta universidad. La institución Hoover acoge a grandes mandatarios como George Shultz, Condoleezza Rice, Michael Boskin, Edward Lazear, John B. Taylor y Amy Zegart, todos becarios de esta institución. El exsecretario de Defensa, general James Mattis, fue investigador en Hoover antes de pertenecer a la administración Trump. En San Francisco se encuentra uno de los complejos militares-industriales más grandes del mundo, el complejo carcelario más extenso de EEUU, la policía municipal con mayores recursos paramilitares y los centros de investigación más avanzados en perfiles algorítmicos racistas y brutales.

Ayn Rand, la romántica fundamentalista del mercado, fundó un libertarismo a la americana y dejó como legado una ideología ferozmente individualista y un instituto, que es centro de proliferación del libertarismo en California, en EEUU, Israel y Europa. Su “objetivismo” (libre comercio, globalismo individualista, inmigración abierta) influyó de manera sustancial en el ecosistema libertario-reaccionario creado en Silicon Valley por las grandes tecnológicas.

La retórica neoliberal de la guerra fría, espoleada por Ronald Reagan, ofreció la oportunidad a Silicon Valley de promocionar a sus héroes civiles

La retórica neoliberal de la guerra fría, espoleada por Ronald Reagan, ofreció la oportunidad a Silicon Valley de promocionar a sus héroes civiles; varones blancos, totalmente libres y aislados en sus laboratorios de ingeniería informática, cuya investigación e innovación tecnológica debían salvar al mundo del peligro del totalitarismo comunista. Reagan concedió la medalla de las ciencias y la tecnología a Steve Jobs y a Steve Wozniak, eran modelo de emprendedores. Los high tech, a la par que se aislaban envueltos en un halo heroico, se subían a las barbas del Estado, para escapar a su control e influir sobre los poderes legislativo y ejecutivo. Leyes a su medida y creación de mitos de la ciencia ficción otorgaron legitimidad a esta epopeya: Rambo, Terminator, Blade Runner ofrecieron los aires de la emancipación reaganiana. Los high tech eran ya garantía de permanencia del dominio americano en el mundo.

En 1980, la reforma de la propiedad intelectual abrió la vía a la comercialización de los descubrimientos científicos, y dos años después aparecieron los grandes de la Tech (Intel, Apple, Microsoft), tras desmantelar Reagan la compañía de telecomunicaciones AT&T

La desregulación de las finanzas de Alan Greenspan, seguidor de Ayn Rand y Presidente de la Reserva Federal, con su  laissez-faire, permitió a las inversiones de “capital riesgo” (dirigidas sobre todo a la innovación que los Tech realizaban en Silicon Valley) acceder a los ahorros de los jubilados del país haciéndoles partícipes de esta ruleta rusa. Las startups tecnológicas proliferaron como setas.

En 1989, la electrónica devino la gran actividad manufacturera de EEUU, dio empleo a 2,5 millones de personas, las calles de Silicon Valley se llenaron de fabricantes, las de Palo Alto y San José (Apple, Applied Material, Atari, Fairchild, Hewlett-Packard, Intel, National Semiconductor, Varian Associates, Xerox, etc.). Pero los nuevos contratos ya no eran los de la antigua industria, ahora estaban marcados por una política antisindical. El fundador de Silicon Valley, Robert Noice, partícipe en la invención del transistor y cofundador de Intel Corporation, dejó como principio evitar la sindicación para la supervivencia de las empresas. La “flexibilidad” en éstas hacía posible el desarrollo. De modo que Silicon Valley quedó como una burbuja cada vez más influyente en el poder legislativo, sobre todo en el campo laboral y de inversiones. El trabajo tóxico de materiales peligrosos se lo chupaban los hispanos y asiáticos. Pero conforme el valor de los ordenadores tendió menos a sus componentes físicos y más a los lógicos (sistemas de explotación y aplicación informática), la producción se fue deslocalizando y desviando a otros países con salarios más bajos.

La élite de las Tech abandonó el término “empleado” para denominarse “emprendedor”. La burbuja se transformaba y abrigaba ideales de libertad. El espacio se liberaba de muros, se llenaba de zonas recreativas, con guarderías, transporte corporativo, etc. Ellos, genios creativos, eran parte de la empresa. Su trabajo se mitificaba, eran innovadores, mejoraban el mundo y su tecnología nos libraba de la tiranía, mientras los sueldos bajaban a cada escalón y el trabajo se precarizaba a marchas forzadas. La libertad comenzó a significar libertad de toda atadura legal, espacio abierto a la desregulación, no intervención ni fiscalización del Estado.

La meritocracia aparente desprecia el trabajo del resto de la sociedad plebeya. Todos tienen oportunidad, si no están dentro… Ellos son los héroes creadores del futuro. Pero en “ellos”, la presencia y la jerarquía se traduce en estricta segregación, Silicon Valley mantiene a las mujeres y minorías en roles subalternos, cuando no reducidos a inexistencia. En el mejor de los casos deben “ameritar” su presencia.

En la década de los 90 aparecieron los "Atari Democrat", los legisladores demócratas que creían que el desarrollo de la alta tecnología estimularía la economía y crearía empleos. Bill Clinton, ganador de las elecciones y Al Gore, su competidor, encarnaban la nueva profecía tecnológica liberal. Perseguían, igual que el neoliberal Reagan, el crecimiento económico mediante la liberalización y la reducción drástica del Estado social. Había que promocionar las industrias digitales para la renovación del modelo social y las nuevas tecnologías asegurarían, mejor que cualquier política pública, la libertad colectiva, el bien común y el progreso social. De ahí en adelante, la “economía del conocimiento” encajó como partenaire del Estado, las Tech y el Estado debían fusionarse.

El control estricto por la informática de las cuentas del gobierno federal, la optimización y la eficacia eran valores de la Tech y debían ser aplicados al Estado. Presupuestos compartidos por los fundamentalistas del mercado, los anarcocapitalistas de Friedrich Hayek, quienes ven en el Estado social un parásito tirano que engrasa a sus masas improductivas, frente a un capitalismo puro que abre un espacio de competencia. En competencia libre, los mejores pueden prosperar. En eso coinciden los grandes ideólogos; el eminente economista de la institución Hoover, Milton Friedman, seguido de sus hijos capitalistas libertarios David Friedman, y de su nieto Patrie Friedman, que se convertirá en ingeniero de Google.

Amazon nació en 1994 en Seattle (Washington), pero Jeff Bezos, experimentado especulador de Wall Street, recibió capital de riesgo de Kleiner Perkins Caufield & Byers (KPCB), uno de los fondos más influyentes de Silicon Valley. Poco después, en 1997, Clinton publicó un documento-marco para el comercio electrónico mundial, que postulaba el primado privado en el ámbito digital, la intervención mínima y la desregulación necesaria con el fin de hacer de internet un mercado libre mundial. A esto le siguió, sin solución de continuidad, un flujo de ayudas y subvenciones a las Tech. Y, metidos en el siglo, los servicios técnicos de Obama pidieron a Google instalar una agencia digital US Digital Service en Washington para introducir la experticia de los Big Tech en la gobernanza pública. Un emprendedor venido de África del Sur, que dirigía una empresa de coches eléctricos, recibió subvenciones y financiación con la promesa de democratizar el vehículo eléctrico. No democratizó nada, pero se lanzó a la carrera espacial, resucitando la famosa “guerra de las estrellas" y su imaginaria hegemonía mundial del imperio americano. El presidente demócrata Obama privatizó la exploración espacial y, con ello, dejó el futuro del cielo en manos de Elon Musk. Hoy, la Guerra de Ucrania usa sus satélites y Trump lo recibe de nuevo.

Otro de los fundadores de Silicon Valley, Larry Ellison, fundador de Oracle anda ahora tras el Proyecto Stargate, 500.000 millones de dólares de inversión y una desregulación masiva, para dar paso a una “Edad de Oro " de la IA con el apoyo de Trump. “Open AI, SoftBank, Oracle y MGX, un inversor en IA respaldado por los Emiratos Árabes Unidos. Las empresas estadounidenses Nvidia y Microsoft y la británica ARM también participarán en la parte técnica”.

La conversión de los Estados en fábricas digitales de extracción masiva de beneficio a costa de la población está en marcha

Silicon Valley aglutina las empresas más importantes del ramo; Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon Technologies y General Dynamics, empresas líderes mundiales en aviación, misiles, sistemas de defensa, satélites y armamento avanzado. Y si bien la mayor concentración de instalaciones militares, de desarrollo y de contratistas privados se encuentra en la región conocida como el "Pentagon Beltway" alrededor de Washington D. C. (Virginia y Maryland), los Tech de California poseen una influencia decisiva en dicha administración.

Los Tech saben de la importancia de la escuela en una sociedad; así, frente a la escuela pública, ofrecen su contramodelo: Qué mejor que los start-up, cuyo escaparate muestra a “los mejores”; una concentración privada sin equivalente público de hombres jóvenes blancos, graduados en las universidades más caras del país. Ron Unz, un millonario de las finanzas y la informática, “emprendedor” diplomado en Harvard y Stanford, instalado también en Silicon Valley, tomó como objetivo el ataque a la escuela pública y a los hijos de inmigrantes. Steve Jobs se hizo eco, y acusó a los sindicatos de enseñantes de destrozar la enseñanza. Bill Gates y Mark Zuckerberg invertirán después millones de dólares en la “reforma” escolar, con el marketing y la venta correspondiente de sus ordenadores. David Welch, un millonario especializado en fibra óptica, consiguió derogar la ley que protegía el empleo de enseñantes públicos en California y su evaluación. Y más recientemente, Reed Hasting, de Netflix, ha hecho campaña por la privatización de las escuelas de California.

La Sociedad John Birch, un grupo ultraderechista azote en su día de los conservadores, ahora encaja perfectamente en la derecha hegemónica estadounidense. “David Giordano, coordinador de campo de la organización que asistió a la CPAC, atribuyó a Trump el mérito de acelerar el cambio, desafiando a la élite global…” De modo que uno de los motores más importantes del activismo republicano, la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), incluye a los “birches”, los saluda cariñosamente, y junto a Trump, enarbolan el anarcocapitalismo. El Rockbridge, un grupo inversor creado por el Vicepresidente JD Vance, colabora estrechamente con los Tech de Silicon Valley y “... destina fondos al periodismo de derecha, a los votantes, a las encuestas y al activismo eclesiástico, influyendo en estados clave”. Dos de los grupos de Rockbridge, Better Tomorrow y Over the Horizon, se centran en la movilización de votantes, especialmente en estados clave, apoyando a Trump y Vance. Otro grupo, Faithful in Action, busca reclutar feligreses para el activismo político, y cuenta con más de 160.000 miembros

Elon Musk trató de “reducir gastos y contratos innecesarios” de la administración americana mediante el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), y actuó sin supervisión alguna en el gobierno. De hecho, DOGE, según el Washington Post, solicitó “acceso al sistema IDRS, u otros sistemas del IRS que le permitirían ver datos fiscales muy sensibles: identificación de los contribuyentes, información bancaria, ingresos, donaciones, deducciones, etc.” Por su parte, grupos de sindicalistas, asociaciones de contribuyentes, pequeños negocios, organizaciones de derechos al contribuyente, etc. interpusieron demandas sin resultados visibles.

Como afirma Sylvie Laurent, “La porosidad ideológica entre el libertarismo de la guerra fría (ahora reeditada), los neoliberales y las derechas reaccionarias es flagrante”. La conversión de los Estados en fábricas digitales de extracción masiva de beneficio a costa de la población está en marcha. 

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Sergio Hinojosa es licenciado en Filosofía por la Universidad de Granada y profesor de instituto.

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