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El PP no logra colocar sus mensajes tras el inicio del curso político: "Vamos a rebufo de Sánchez y Vox"

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo y la diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo salen de una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados

Alberto Núñez Feijóo se fue de vacaciones —sobrevaloradas, dijo, en tono de humor— a finales de julio con la seguridad de que el Partido Popular había logrado convencer a parte de la opinión pública de que el Gobierno de Pedro Sánchez estaba en sus últimas. La encarcelación del exnúmero tres del PSOE, Santos Cerdán, por la trama Koldo estuvo a punto de provocar la dimisión del jefe del Ejecutivo, según admitió más tarde el socialista, y llevó al Gobierno a una situación límite. Durante esas semanas y hasta el estallido del caso Montoro, el PP no podía disimular su euforia, que se cristalizó en la celebración del congreso del partido que volvió a encumbrar a Feijóo como líder del PP.

Sin embargo, ese entusiasmo ya no es tal tras el parón estival. Fuentes del PP reconocen que en las dos últimas sesiones de control han visto a un Sánchez "fuerte" y "combativo" que nada tiene que ver con el de hace solo unas semanas. A eso se le suma, añaden, la incapacidad de la formación conservadora de "colocar" sus temas en la agenda: "Vamos a rebufo de Sánchez y Vox", admite una voz con escaño en la Cámara Baja y asiento en la dirección ampliada, que considera que el socialista está siendo mucho más hábil que ellos en materias como Palestina, al igual que la formación ultra con la inmigración.

La reflexión llega solo dos días después de que Feijóo prometiera un cambio profundo en la junta directiva nacional, el máximo órgano entre congresos. Desde allí, aseguró que no iba a "conceder ni un milímetro de terreno al Gobierno" y que tampoco iba a "caer en sus trampas". Después, a puerta cerrada, Feijóo pidió directamente a los suyos "no caer en distracciones" ni "en cortinas de humo" como el de la Vuelta a España. "No queríamos caer en la trampa de Sánchez y llevamos tres días hablando de lo que él quiere", añade una segunda voz, que cree que Feijóo debería haber marcado posición mucho antes y de forma más clara sobre la situación en Israel y Palestina para evitar polémicas.

En esa reunión, Feijóo responsabilizó al Gobierno de buscar la división y de convertir la política española en un "foco de toxicidad", por lo que pidió a los suyos contraponerlo con lo que denominó "sentido común": "El sentido común no es indefinición ni indecisión. No lo es cuando el extremismo se apodera del país. El sentido común es fortaleza", dijo, tratando de contrarrestar así las críticas sobre su falta de contundencia. "Llevarlo todo al extremo siempre nos está desgarrando como nación. Desgarra la sociedad y puede tener consecuencias nefastas como hemos visto en otros lugares del mundo", razonó.

La relación con Vox

Para Feijóo era muy importante empezar el nuevo ciclo electoral con buen pie y situar en el imaginario colectivo que el PP es la única alternativa a Sánchez con un modelo reconocible de lo que él quiere hacer si gana las generales de 2027. Tras el cónclave de julio, aseguró que su "compromiso" era gobernar en solitario, es decir, sin Vox dentro del Ejecutivo, y dio la orden a su núcleo duro de preparar la "abolición" de las "leyes sanchistas" si llega al cargo. Un listado de normas que prometió desgranar este mes de septiembre pero que el PP sigue sin presentar y sin fecha prevista para hacerlo, según su equipo.

La relación con Vox también fue otro de los temas que se abordó en la reunión del pasado lunes. Los conservadores son conscientes de que les necesitarán para gobernar en cualquiera de los escenarios —"el tiempo de las mayorías absolutas en España acabó hace tiempo", señalan en Génova— pero mantienen la apuesta de gobernar en solitario porque, además, están convencidos de que a los de Santiago Abascal no les interesa entrar en ningún Ejecutivo porque les repercutiría negativamente. "Ese fue el error de Podemos y Sumar, el partido minoritario es el que más sufre cuando se gobierna en coalición y Vox lo sabe, por eso se fue de los gobiernos autonómicos", señalan fuentes del PP.

Génova asegura que las encuestas internas que maneja la formación apuntan a que ambos partidos sumarían 200 escaños, una holgada mayoría absoluta a la que creen que Sánchez no será capaz de dar la vuelta. Con todo, sí que reconocen que la formación ultra sube mientras ellos se estancan o bajan. Una situación que en Génova atribuyen al clima de "polarización", pero que otras voces del PP creen que se debe al discurso migratorio, que ha logrado hacer mella en buena parte de la población. Ahí, identifican estas fuentes, es donde el PP también "falla" al querer ser tan duro como los ultras.

En ese sentido creen que las raíces democristianas generan en una parte significativa de sus bases un rechazo poco estético a la forma en la que la ultraderecha aborda este asunto. A eso se le suma que la Iglesia católica se ha posicionado de manera firme en debates como el de la regularización extraordinaria de migrantes sin papeles, empujando durante meses a la bancada popular para votar a favor de esa iniciativa, que todavía no se ha debatido en la Cámara Baja, pero cuyo voto Feijóo ya ha dejado en el aire.

El liderazgo de Feijóo

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En el PP nadie duda de que Feijóo seguirá al frente del PP hasta la celebración de las próximas generales y las fuentes consultadas creen que sí cuenta con un amplio apoyo interno, mayor que el que tenía su antecesor Pablo Casado. Unos galones que ganó en su etapa como presidente de la Xunta, donde se proyectaba como un gestor moderado. Una imagen que admiten que ha cambiado porque, a diferencia de lo que ocurre con los líderes territoriales, "él no puede decir siempre lo que piensa". Así, consideran que sus indefiniciones son fruto de los "equilibrios" que debe hacer entre los distintos sectores del partido para no desairar a nadie.

Lo cierto es que cuando llegó a Madrid se presentó como un político capaz de rehacer la imagen del PP como un partido unido, sin facciones ideológicas enfrentadas ni territorios disidentes, dispuesto a alcanzar pactos de Estado con el Gobierno de Pedro Sánchez, decidido a "sacar la política española del enfrentamiento", distante con los postulados de la extrema derecha y convencido de que no iba a participar del "entretenimiento infantil" de la política española: "Pretendo devolverle a las gentes una generación de políticos adultos", decía. Tres años después, ha realizado una enmienda a todos esos postulados llegando a apropiarse del 'me gusta la fruta' que enmascara un insulto contra el presidente del Gobierno que fue popularizado por la madrileña Isabel Díaz Ayuso.

Su prioridad legislativa es no dar a Pedro Sánchez ninguna victoria, aunque comparta el fondo de sus iniciativas, y llevar a cabo una estrategia de deslegitimación del Gobierno más profunda que la que puso en práctica su antecesor, cuestionando todas las instituciones que no controla, desde el Congreso al Tribunal Constitucional.

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