DIABLOS AZULES
Ángel de la Calle, ilustrador: "Un chaval que lee 'Maus' o 'Corto Maltés en Siberia' no se hace de extrema derecha"
Pintadas en las paredes, octavillas, fotocopias, vietnamitas, ilustraciones, fanzines, cómics, lecturas y revistas (que terminaban censuradas o directamente cerradas). Ese tipo de activismo antifranquista con aura de contracultura pero que era, en esencia, la cultura misma, pues la oficialista no era digna de llamarse tal y mantenía al país detenido en el tiempo. Casi como comandos de guerrilla callejera, toda una generación de jóvenes se jugó el tipo en los años setenta, esperando con indisimulada impaciencia la muerte del dictador y la llegada de una revolución que nunca terminó de llegar. O, al menos, no como tantos imaginaron.
"Era todo muy rudimentario. Mis primeros dibujos se publican en Voz Joven, la revista de jóvenes asturianos del Partido Comunista todavía ilegal, y eran putas fotocopias, bueno, ni eso, eran de vietnamitas que tenías que dibujar en un cliché sin ver lo que estabas dibujando", rememora en conversación con infoLibre Ángel de la Calle (Molinillo de la Sierra, Salamanca, 1958), uno de nuestros más reconocidos ilustradores, que publicara multitud de trabajos en los setenta y ochenta en cabeceras como Star, Rambla, Comix Internacional, Bésame Mucho, Rambla, Zona 84 o El Víbora.
Un clásico de nuestro universo gráfico que ahora publica La caja de Pandora. Vivir y morir en los tiempos de la transición (Garbuix Books, 2025), un cómic que sin ser autobiográfico tiene mucho de memoria personal a la par que colectiva de un tiempo de vértigo y cambio sin red en el que la cultura se abría paso como buenamente podía: "Star fue la primera que rompió y llegó a los quioscos, pero antes había habido un montón de fanzines que habían acabado todos delante del juez. Ahora los pueden llevar al Museo Reina Sofía, con autores como Nazario y demás, pero en esa época los llevaban delante del juez solo por haberlos impreso".
"No sé si alguien lo habría leído, pero impreso estaba", añade, poniendo al mismo tiempo en valor las canciones, el "teatro independiente más combativo y el cine underground" que en aquellos años propició una "eclosión cultural" que clamaba por la apertura tras cuarenta años de dictadura y que con la evolución de los acontecimientos luego acabaría "transformándose en La Movida". "Eso también de alguna manera trato de contarlo en el libro. pero siempre partiendo del hecho de que no es una historia de la Transición, sino que sucede en la Transición".
A aquella época crucial de nuestra historia reciente se retrotrae Ángel de la Calle cuando empieza recibir una serie de iracundas y desconcertantes llamadas nocturnas que le preguntan por un tal Juan Ángel, un misterioso dibujante de cómics asturiano de los años de su juventud, cuyo nombre ha caído en el olvido y con el que se obsesiona. La caja de Pandora se convierte así en un retrato crítico de lo que acabó siendo la Transición y de cómo la vivieron y las opciones que tomaron sus protagonistas anónimos. A lo largo de sus páginas se describe el malestar, la desilusión y hasta la estupefacción ante lo que estaba ocurriendo, además del precio que hay que pagar por ser coherente con las ideas que uno defiende —muchas son las referencias al paso generalizado del PCE al PSOE, concretamente—.
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"Los que transigieron lo pasaron mejor. Los que no, lo pasaron peor. Y ahí estamos todavía. Como dice un amigo mío, 'se me está haciendo muy largo este franquismo'", destaca el ilustrador, para acto seguido afirmar que "cualquier demócrata de este país tiene que besar el suelo que pisaron los comunistas". "Esto también es el trasunto: el poeta que no se vende y no transige acaba mal y el que se adapta acaba bien. Y el PCE, que era un partido de resistencia con muy pocas posibilidades, tuvo la cosa de nutrir muchísimo de cuadros al PSOE. Porque los americanos, además, no iban a permitir otra Revolución de los claveles, aquí ya estaba escrito lo que iba a pasar. No había nada, no había mucho juego que hacer".
Y todavía continúa: "Carrillo no podía ganar, porque quería jugarla con Suárez para desbancar a Felipe y, claro, Suárez era un hombre de Estado, llevaba desde los 18 años en el Estado, y Carrillo lo sabía todo de partidos, pero cuando enfrentas al partido y al Estado, gana siempre el Estado. Eso ya lo decía Lenin en ¿Qué hacer?, por citar a alguien que habría que releer más. Pero, sin ninguna duda, el PCE es el partido que más hizo por la democracia en este país. Y va a ser complicado que yo diga que soy comunista porque hay muchas cosas en las que no creo, pero yo voy donde estén Nelson Mandela, Pablo Picasso, Pablo Neruda, Marcelino Camacho o Dolores Ibárruri. Además, con lo que pasaron en aquellos años los militantes de base".
El sentimiento de desencanto por la revolución que no terminó de llegar tras la muerte de Franco está latente a lo largo de toda la narración porque, aunque el mundo haya cambiado tanto y tengamos "los teléfonos móviles y la inteligencia artificial", al final sigue estando ahí la "lucha de clases". "Y como la ideología dominante siempre es la de la clase dominante, ahí seguimos", apostilla De la Calle quien, en cualquier caso, sí comparte su "sorpresa" por estar en este presente "repitiendo lo mismo un siglo después".
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"Me alucina, porque es lo mismo pero sabiéndolo, todo el mundo siendo consciente, con una falta de respuesta ante la misma cabezonería una vez tras otra, y ahí sí que hay que volver a luchar, hay que seguir en la manifestación. Joder, si no ha cambiado nada, si seguimos pidiendo las mismas cosas", plantea. "Sí ha cambiado que yo a los 17 años tuve un contrato de trabajo mejor que el que tiene ahora un chaval de 17 años. Solo hay una cosa que tenía de menos, que era que no me podía sindicar, aunque yo era militante clandestino de Comisiones Obreras a cambio de repartir propaganda de octavillas en las fábricas. Algo ha pasado ahí. Nos han hecho juego de trileros y vamos perdiendo todo el rato", argumenta.
Si lees los libros adecuados, no sé, 'El diario de Ana Frank', no te haces nazi. El problema de esos otros jóvenes es que no han estado leyendo nada. ¿O qué cosas han estado leyendo para acabar así?
Lamenta en este punto el autor el "fracaso absoluto de la educación reglada española", que ha creado "muy buenos profesionales en todos los órdenes pero no ciudadanos críticos", y que se manifiesta en esos jóvenes que salen a las calles a reivindicar el franquismo en pleno auge de la ultraderecha. "A lo mejor piensan que esto es la dictadura del proletariado, porque ya como tienen la cabeza tan zumbada, no lo sé", señala con humor, para después asegurar que "lo único que puede arreglar esto es la lectura". "Porque yo creo que un chaval que con 17 años lee Maus o lee Corto Maltés en Siberia, no se hace de extrema derecha", subraya, todavía poniendo otro ejemplo más de la capacidad de la lectura para crear personas con espíritu crítico: "Si lees los libros adecuados, no sé, El diario de Ana Frank, no te haces nazi. El problema de esos otros jóvenes es que no han estado leyendo nada. ¿O qué cosas han estado leyendo para acabar así?"
Sin que La caja de Pandora tenga el objetivo de cambiar nada a lo grande, sí que concede el autor con humor que puede ser un "ladrillo" que sirva para recuperar la memoria democrática de lo que pasó realmente en nuestro país entre el fin oficioso del franquismo en 1975 y la llegada de la democracia. Un período que, recuerda con ironía para terminar, fue mucho más sangriento de lo que desde el poder se quiere recordar: "La Revolución de los claveles portuguesa, con las dos partes del ejército en la calle, tuvo un muerto porque un camión dio marcha atrás y se cargó a uno que andaba despistado. La gloriosa, maravillosa y pacífica Transición española tuvo cientos de muertos, dependen los cientos del autor que leas, cien arriba, cien abajo, y termina con un golpe de Estado. Y, encima, no hay papeles de aquello porque de lo que no se puede hablar no se habla".