El año en que el #MeToo desbordó los estadios y la política: "Cada vez será más fácil romper el silencio"

Antes era muchas veces una conversación entre mujeres. Una confesión a una compañera de trabajo, una anécdota contada a una amiga. La violencia sexual no trascendía hacia fuera y el agresor nunca era señalado. Sin embargo, las mujeres han ido, poco a poco, rompiendo ese silencio. Lo han hecho en el cine, en el deporte, en el periodismo, en la política. Las violencias machistas estaban —y están— en todas partes. Pero cada vez son más quienes empiezan a ponerle nombre.
El caso del expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) es paradigmático. Luis Rubiales es un agresor sexual. Ya no lo dice sólo el movimiento feminista: ahora también lo determinan así los tribunales. Él ha recurrido la sentencia volviendo a insistir en que haber dado un beso no consentido a la futbolista Jennifer Hermoso fue tan sólo un "signo de euforia". Una suerte de "error". El juez, en cambio, consideró que fue un acto con clara "connotación sexual" y, sobre todo, no permitido por la jugadora. Por eso fue tan importante. Y porque por primera vez se dio plena credibilidad al relato a la víctima. Sin cuestionar, como así lo intentó la defensa del condenado, el comportamiento posterior de Hermoso.
No le ocurrió así a la víctima de La Manada ni tampoco a Elisa Mouliaá. "¿Por qué tardó en denunciarle?", le preguntó el juez que investiga la denuncia de la actriz contra el exdiputado Íñigo Errejón. "¿No es capaz de decir a este señor: esas condiciones no son aceptables, cómo me dices esto? No entiendo por qué se sintió violentada", llegó a asegurar Adolfo Carretero durante su interrogatorio, una actuación que de hecho está siendo investigada por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).
Hermoso y Mouliaá se atrevieron a hacer lo que según la Macroencuenta de Violencia sobre la Mujer sólo hacen en torno al 8% de las víctimas de violencia sexual fuera de la pareja. Un 26,6% no lo cuenta nunca; un 39,9%, sólo lo hace con una amiga. En parte es por miedo a esa revictimización o cuestionamiento y otra parte es, también, por temor a las consecuencias que puedan acarrear la ruptura del silencio. Y, sobre todo, porque la historia ha demostrado que son las víctimas las señaladas.
El poder como escudo
En el deporte es especialmente significativo. María José López, abogada de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) que ejerció de acusación popular en el juicio contra Rubiales, considera que el mundo del deporte es todavía "poco democrático" y muy "cerrado a los avances sociales". "Hay todavía quien piensa que, si denuncias, comprometes tu carrera", explica. A Hermoso le ocurrió. Seis meses después del Mundial de Australia en el que sucedió todo, la seleccionadora nacional Montse Tomé decidió no contar con ella. "Me dolió y me sigue doliendo", confesó la futbolista. Tomé negó que fuera un "castigo". Según declaró en el juicio, lo hizo "por motivos deportivos".
Mar Bermúdez consiguió que el periodista Saül Gordillo fuera condenado como autor de un delito de agresión sexual por haberla tocado durante una fiesta en una discoteca de Barcelona. Su caso guarda algunas similitudes con el de Hermoso, y por eso coincide con López. "La principal resistencia para que las mujeres rompan el silencio [en su caso en las redacciones] es que quien ejerce violencia son hombres con poder. Es eso lo que les da carta de impunidad", lamenta.
Rubiales era el presidente de un gigante como la Real Federación de Fútbol, un mundo además tradicional y eminentemente masculino. Errejón era diputado y uno de los fundadores de Podemos. Gordillo, el jefe de Bermúdez, director del periódico de El Principal cuando sucedieron los hechos. Y en el mundo del cine, directores como Carlos Vermut eran reconocidos cineastas que ejercían violencia sobre mujeres que se iniciaban en el sector y que, además, le admiraban.
En este caso fueron seis los relatos —el de tres mujeres primero, el de otras tres víctimas que al leerlos decidieron hablar, después— que le señalaron hace ahora poco más de un año. Lo que para cada una de ellas era una historia aislada y personal acabó siendo una pieza fundamental para comprender la violencia sexual sistemática que durante años ejerció el ganador de la Concha de Oro de San Sebastián con Magical Girl (2014).
Las víctimas callaron durante años por lo mismo. Por miedo a que una persona con más poder que ella les truncara el futuro. "La industria es pequeña y las personas que denuncian corren el riesgo de quedarse fuera", lamenta la crítica de cine María Guerra, directora del programa La Script, quien destaca la precariedad del sector como uno de los factores determinantes.
Tras lo sucedido con Vermut, la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA) elaboró una guía para saber qué hacer y a quién acudir en caso de haber sufrido algún tipo de violencia machista. El Ministerio de Igualdad, además, se comprometió a elaborar un informe para estudiar "la dimensión del problema" y elaborar un protocolo de respuesta a estos casos. A finales de abril, el Instituto de las Mujeres publicará, en colaboración con CIMA, una investigación sobre la dimensión de la violencia sexual en la industria del cine.
Romper, también, el silencio de ellos
Hace ahora seis años, el Tribunal Supremo advirtió de la gravedad del "silencio cómplice" del entorno de la víctima de violencia machista, así como del "acoso cómplice" del entorno del agresor, algo que lleva a sentir "soledad" a la mujer maltratada y se convierte en "una losa" para ella "cuando quiere denunciar y no encuentra ayuda". En septiembre de 2023, las compañeras de Jennifer Hermoso dirigieron la mirada hacia los futbolistas varones y lanzaron una advertencia: "Ponerse de lado es posicionarse".
Beatriz Gimeno, exdirectora del Instituto de las Mujeres y militante de Podemos, reconoce que en la permisividad y tolerancia de los hombres ha anidado tradicionalmente uno de los principales problemas. Es lo que se denomina el pacto de caballeros. "Siempre ha habido comportamientos normalizados y otros que todo el mundo consideraba violencia y abuso", pero es cierto que "el rango de comportamientos dentro de estas categorías se han ensanchado". El avance social ha acelerado que "la normalización se esté acabando".
Precisamente la evolución a nivel social, impulsada por la fuerza del movimiento feminista, ha conseguido "cambiar el relato", completa Mar Bermúdez. "Durante muchos años desde el feminismo nos hemos centrado en protegernos y autodefendernos, en aprender a identificar las violencias", mientras que ahora "también se está pidiendo a los hombres que se preocupen de aprender a identificarse como potencial agresor y actuar para no llegar a serlo", observa la periodista.
En la industria del cine, María Guerra percibe un ritmo mucho más pausado: "Antes se ocultaba porque el entorno ni siquiera era consciente de las violencias, hoy se hace por miedo", por temor a que denunciar al de al lado trunque carreras.
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Los últimos casos de violencia sexual en el mundo de la política, con Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero en el centro, compartían un elemento común: el rumor constante, la idea de que todo el mundo lo sabía pero nadie hizo nada. También Bermúdez escuchó más de una vez la frase de "todas lo sabíamos", un hecho que viene a retratar dos realidades: por un lado, que las mujeres hablan entre sí; por otro, que los hombres se protegen unos a otros. Las mujeres "tenemos más herramientas para acompañarnos y ayudarnos y creo que esto es uno de los mejores logros del feminismo", celebra la catalana.
Está convencida de que la llama del #MeToo se extenderá por otras redacciones, platós y estudios de radio. En Cataluña ya ha comenzado a pasar: tras la judicialización de su caso, decenas de compañeras empezaron a compartir relatos de violencia sexual que habían enterrado durante años. "Todas sabemos perfectamente nombres y apellidos, es cuestión de tiempo que salgan a la luz", advierte. Y cuantos más salgan, la red que están confeccionando las mujeres será más sólida y "cada vez será más fácil romper la barrera del silencio que se nos presupone ante una agresión".
La actriz Macarena Gómez no tardó en desligarse de esta red. Fue en diciembre del año pasado. Gómez advertía ante las cámaras de las consecuencias del avance feminista en el mundo del cine y se solidarizaba con los hombres invadidos ahora por el miedo: "Se hace daño a las carreras profesionales de muchos hombres", clamaba, para pedir enseguida "que pare ya este movimiento". María Guerra responde: "No son los hombres los que tienen miedo, son los acosadores y los violadores". El movimiento, asiente, es imparable.