ENTREVISTA
Noemí López Trujillo: "Decir que abandonando la feminidad serás una mujer libre es una gran mentira"
Hay toda una generación de niñas que vieron en Jessica Rabbit, en Pamela Anderson y en Britney Spears el espejo en el que deseaban observarse. La mayoría aprendió enseguida que los espejos no eran sino la representación material de la frivolidad, así que sencillamente apartaron la mirada. Los cuerpos de aquellas mujeres eran la antítesis de lo deseable y anhelar asemejarse a ellas sólo podía ser fruto de una suerte de desvío moral. Noemí López Trujillo (Bilbao, 1988) se dirige a esa generación de niñas en su ensayo Me dibujaron así. Por qué el mundo odia la feminidad (Península, 2025). Y lo hace para decirles que en realidad no hay nada reprochable en sus deseos y que la humillación como respuesta a la expresión femenina es también una forma de violencia.
Pero también les habla, quizás colateralmente, a todas aquellas que miran con recelo a la feminidad por su inesquivable carga simbólica, por haberla experimentado desde la asfixia y como un espacio eminentemente violento. La autora les habla a todas las que hayan podido sentirse desorientadas. O al menos les invita a la conversación. La periodista desgrana la femmefobia como una forma de violencia indisociable de la misoginia, pero más específica, correctiva y denigrante. Lo hace colándose en los salones de belleza, en la producción cultural y mediática, en los pasillos de un instituto cualquiera, en los tribunales y en los mensajes de una madre preocupada por la intensidad del carmín con el que su hija se ha pintado los labios. Para ello, conjuga su propia biografía con el análisis teórico y así dar forma a todo el entramado de violencia que pesa sobre las mujeres.
¿Qué es la femmefobia?
La femmefobia es el odio a la feminidad y la subordinación de la misma. Por un lado, está la femmefobia que devalúa la feminidad, que considera que no es nada más que una frivolidad y, por tanto, no se puede tomar en serio. Eso es lo que podríamos acotar como femmefobia de manera muy general, pero también opera de otras maneras. Cuando la feminidad se asocia a una especie de cálculo o de servicio que se hace para los demás con un propósito, eso también es femmefobia. Porque se está entendiendo que tiene el propósito de engatusar, engañar, conseguir los objetivos que una quiere. Perseguir un propósito personal usando tu feminidad. Y por otro lado está la regulación de la misma: cuando se dice que si eres una mujer femenina puedes pasar por el radar o se te puede premiar, cuando en realidad eso no está exento de un posible futuro castigo. Cuando tú pasas por ese radar, se está regulando tu feminidad. Es decir, para que no te quiten tu feminidad o para que no te castiguen por ella, tienes que adecuarte a unas normas muy estrictas, porque en el momento en el que tú te muestras, por ejemplo, inteligente, desobediente o elevas el tono, se te va a colocar en ese lugar de engaño, fatalidad y egoísmo. La femmefobia en realidad es muy compleja.
En el libro incluye ejemplos de femmefobia muy concretos, algunos articulados en torno al recato –"no te maquilles tanto"– y la ridiculización de la expresión femenina –comentarios, por ejemplo, sobre las mujeres políticas que se ponen mechas–. Pero esos ejemplos también tienen su reverso, pues son también habituales los juicios contra las mujeres que no se maquillan o no van a la peluquería. ¿Cuál es entonces la diferencia entre femmefobia y misoginia?
Esos comentarios son también una forma de femmefobia, porque te están diciendo que el mundo debe leerte según la feminidad que es aceptable para poder seguir subordinada. La misoginia y la femmefobia van de la mano. No son lo mismo, pero van de la mano, porque para la mirada masculina ser mujer es equivalente a ser femenina. Lo que se le está diciendo a las mujeres es que deben tener un aspecto determinado, unos roles y una expresión de género concreta, para poder seguir colocándolas en ese lugar de subordinación. El objetivo es la misoginia, pero la munición es la femmefobia. Otras veces el objetivo es directamente la femmefobia, porque por ejemplo los hombres que son femeninos sufren homofobia, pero también están sufriendo femmefobia: de alguna manera se les ridiculiza precisamente por tener comportamientos que se consideran femeninos.
Creo que los casos en los que se exige a una política que se maquille más son menores, al final hay una adopción muy grande de lógicas masculinas y masculinistas en el mundo de la política y en la mayoría de los ámbitos. Asumir la masculinidad como expresión de género, en la mayoría de los casos, es un factor de protección. Pero cuando a una política se le exige que se maquille más, de alguna manera lo que se le está diciendo es que, como yo asumo que maquillarse es frívolo y de tontas, quiero colocarte en ese lugar de ignorancia. Porque como mujer, es donde debes estar.
Sin embargo, cuando a una mujer se le critica por ir maquillada, la crítica viene porque se considera algo superficial y por tanto se está poniendo en cuestionamiento toda su profesionalidad y quién es ella como política.
Misoginia y femmefobia van de la mano para decirles a las mujeres que deben tener un aspecto determinado, unos roles y una expresión de género concreta
Algunas políticas de izquierdas han experimentado un viraje estético desde su entrada en la política parlamentaria hasta hoy. ¿No cree que se ha producido la asimilación de una estética mucho más femenina, incluso performativa de clase alta, precisamente para ganar más credibilidad?
No, no lo creo. No veo que las mujeres políticas se hayan feminizado. Ada Colau, por ejemplo, no se ha feminizado. No veo una feminización multitudinaria, lo que yo percibo es todo lo contrario: una masculinización en la política. Y esa masculinización no siempre significa no pintarte los labios, pero no veo de qué manera tú podrías hacer política, por ejemplo, vistiendo como Bad Gyal. Y, sin embargo, sí podrías hacerlo vistiendo con un traje de CEO. El hecho de que todas las ministras vayan en traje masculino es bastante significativo, lo que hoy se sigue considerando protocolario es la indumentaria masculina.
También llevan tacones.
Sí, porque al final no puedes renunciar a toda tu expresión de género. Pero de alguna manera te estás mimetizando en el entorno.
Su ensayo es particularmente crítico con el feminismo que equipara la feminidad con un foco de imposición y violencia para las mujeres, ¿por qué?
Me gustaría cambiar la mirada sobre eso, reivindicar que la feminidad, como otras expresiones de género, puede salir de la imposición. La realidad es que en el momento en que te sales de esos términos tan concretos de feminidad impuesta, sufres un castigo a menudo correctivo. Que consideremos que las mujeres por performar la feminidad tienen facilidades, a la vez que se nos está diciendo que no llevemos la falda tan corta, me parece una profunda contradicción. La feminidad es mucho más que una imposición. A mí lo que me imponían de hecho es que no podía ser femenina por cómo era yo de pequeña. Y a las mujeres trans lo que se les niega precisamente es la feminidad, por lo que igual no todo el mundo vive esa imposición de la misma manera, ni para todo el mundo es una imposición. Me gustaría cuestionar ese discurso único que equipara la feminidad con una imposición, o la crítica según la cual si no abandonas la feminidad no puedes ser una mujer verdaderamente emancipada o libre. Creo que eso es una gran mentira.
En su defensa de la feminidad no renuncia a problematizar el canon estético. ¿Cómo lo conjuga?
Creo que se confunde la belleza, sobre todo la búsqueda individual de la belleza, con el canon estético. Se tienden a equiparar esas dos cuestiones y me parece una asunción muy trágica. El canon estético existe, también el masculino, siempre ha existido: en la Edad Media había una estética concreta, eso siempre ha existido y creo que ponerlo deliberadamente sobre la mesa para hablar de ello como algo actual, es hacer trampas. Desde luego, en un mundo que se rige por validaciones ajenas y en el que necesitas ser vista y ser reconocida, todo el mundo va a necesitar de ciertos códigos insertos en el canon estético. Vivir en el mundo implica tener que vivir con esas contradicciones, con esos códigos a veces muy estrictos o con esas etiquetas que pueden ser liberadoras o no tanto. El canon estético pretende de alguna manera homogeneizar la idea de belleza y eso es trágico, porque la belleza es en sí misma una cuestión preciosa e incontenible, porque es indefinible. El canon nos impide la creatividad personal, precisamente porque al expulsar, por ejemplo, de esa categoría de belleza o feminidad a otras mujeres, a travestis, a mujeres trans, a mujeres gitanas, considerando que esa belleza no es deseable, nos impide contaminarnos de sus ideas de la belleza. Me gustaría ampliar la idea de belleza y convertirla en algo caótico y absolutamente contaminante, no en algo pulcro.
Lo que están haciendo las tradwifes es vender una idea supremacista de la feminidad
Habla también del recato, de las tradwivesy de otras tendencias reaccionarias. Usted se desmarca de esa idea de feminidad.
Desecho totalmente a las tradwives y el discurso reaccionario. Yo sé que hablar de feminidad me coloca en un lugar difícil, incluso el uso de la propia palabra. Sé que el imaginario colectivo conecta la feminidad con aquello que algunas mujeres reaccionarias intentan imponer. Pero la feminidad no es solamente esto. Lo que están haciendo las tradwives es vender una idea supremacista de la feminidad. La feminidad no es sólo esa amalgama de cuestiones ligadas a la docilidad, el saber estar, el recato y la moderación. Esa es la cuestión prescriptiva que ellas quieren hacer de la feminidad para mantener una supremacía muy concreta, en última instancia de la familia blanca tradicional.
La feminidad de la que yo me rodeo es furiosa, desobediente y mal hablada pero también es bella, tierna y cuidadosa, en el sentido de cuidar a los demás. Lo que quiero es que no se constriña la feminidad: ni a aquello que se asocia a las tradwives, ni tampoco a lo que cierto feminismo mainstream quiere hacernos creer que es la feminidad, que es desasirse de cuestiones como el maquillaje, los tacones o renegar de los cuidados. Para mí eso tampoco es la feminidad. La feminidad es practicable, pero no es definible, no le puedes poner márgenes porque es una expresión de género. Yo lo que quiero es que la gente pueda liberarse desde la feminidad y desprecio profundamente el momento reaccionario que intenta encorsetar la feminidad en algo que nos empequeñece, que nos quiere silenciosas hasta prácticamente hacernos desaparecer del mundo. Eso lo detesto de las tradwives, pero también de alguna manera lo desprecio igualmente del feminismo mainstream que nos está intentando colar esa idea de que la naturalidad nos va a hacer más libres y mejores feministas.
Me gustaría que la gente pueda liberarse desde la feminidad y desprecio profundamente el momento reaccionario que intenta encorsetarla en algo que nos empequeñece
Hablar de cuestiones eminentemente masculinas –como el gimnasio o la militancia– y femeninas –como las peluquerías o las revistas–, ¿no puede incurrir en el riesgo de apuntalar el esencialismo y los roles de género?
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Yo no tengo esa sensación. Si alguien lee el libro en clave esencialista, no está queriendo entender el mensaje. Una cosa es hacer una descripción del mundo en el que nos movemos, hablando por ejemplo los gimnasios como algo masculino y las peluquerías como algo femenino, y otra cosa es decirlo como algo prescriptivo. Esencialista sería decir que las mujeres deben ser femeninas y deben ir a la peluquería, yo lo que digo es que son espacios eminentemente femeninos. Pongamos el caso contrario: cuando se teoriza sobre nuevas masculinidades, muchas voces se oponen a la idea de que los hombres no lloran, los hombres sólo van al fútbol y al gimnasio, y a esas voces no se les acusa de esencialismo. Si tú hablas de lo masculino, de la mirada y las lógicas masculinas, nadie dice que eso es esencializar. Todas las feministas que escriben sobre nuevas masculinidades no están esencializando, están utilizando códigos de lo que se considera masculino para desarrollar su teoría. Necesitamos etiquetas para movernos en el mundo, hay unos códigos que se asocian con lo femenino y lo masculino, y precisamente el libro va de esos códigos.
Hablando de nuevas masculinidades, ¿cree que el feminismo ha centrado sus esfuerzos en esa esfera, descuidando la reflexión en torno a la feminidad?
Cuando hice la propuesta a la editorial encontré una veintena de libros que tenían la palabra masculinidad en su título. Con feminidad encontré tres o cuatro, y ni siquiera tenían una perspectiva feminista. La mayoría eran prescriptivos en el sentido de: 'empodérate a través de tu feminidad'. Algo así como entender la feminidad como un superpoder, algo que yo rechazo totalmente. También es verdad que, de alguna manera, la masculinidad no sufre ese cuestionamiento, a pesar de todos los libros de coaching. La mentalidad masculina, dominante, problemática y patriarcal, no sufre esa ridiculización, precisamente porque lo masculino se toma en serio, así que tampoco quiero reírme ni ridiculizar a quienes han decidido escribir esos libros. Lo que sí digo es que no se ha realizado un análisis desde una perspectiva feminista, utilizando herramientas para comprender cómo opera y cómo funciona la desigualdad de género y qué tiene que ver en todo esto la construcción de la feminidad y la construcción de la masculinidad. Hablar de feminidad no sólo se considera descafeinado, sino que te lleva a un lugar de abandono de las libertades conquistadas. Desde ahí es muy difícil poder recuperar esa palabra y tratarla con la justicia que merece.