Mark Mazower, profesor en Columbia: "Para luchar contra el antisemitismo lo primero es la diplomacia"

Mark Mazower en París, septiembre de 2025.

Joseph Confavreux (Mediapart)

Mark Mazower es profesor de historia en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Ha trabajado sobre los totalitarismos, las ideologías del siglo XX y las transformaciones de las identidades nacionales. Es, entre otros títulos, autor de Continente de las tinieblas. Una historia de Europa en el siglo XX (2005).

Ahora publica, en francés y en inglés, un libro importante sobre las metamorfosis y controversias en torno al antisemitismo, que Mediapart reseñó hace unos días. Quisimos ampliar esta reflexión encontrándonos con Mark Mazower en la sede de Columbia en París.

¿Israel, que es un país creado como refugio para un pueblo genocidado, se ha convertido en un peligro para los judíos fuera de Israel debido a las masacres incesantes de palestinos que comete, masacres que alimentan la hostilidad hacia ese Estado judío y hacia quienes dice representar?

Siempre ha existido, en la idea sionista, una convergencia entre la visión nacionalista europea, según la cual los judíos no tenían lugar en Europa, y la visión nacionalista judía, según la cual el lugar de los judíos estaba en Oriente Medio.

Esa extraña convergencia permaneció implícita durante décadas. Ahora estamos en un momento paradójico, en el que el ministro israelí responsable de la lucha contra el antisemitismo puede organizar en Israel una conferencia sobre antisemitismo invitando a representantes de algunos partidos fascistas europeos. Esto no tiene ningún sentido desde la perspectiva de la comprensión tradicional de lo que es el antisemitismo.

Pero apunta a lo que se ha convertido en un verdadero problema: la actitud ambigua del pensamiento sionista contemporáneo hacia la vida judía en Europa y en la diáspora. Nos encontramos ahora ante una situación cuyo peligro algunos venían advirtiendo desde hace tiempo —podríamos remontarnos al periodista William Zukerman en los años 1950—: la ira contra las políticas israelíes hacia los palestinos puede convertirse ella misma en un motivo de antisemitismo.

¿En qué condiciones sería posible salir de la confusión mortífera actual, así como de las instrumentalizaciones nocivas del antisemitismo?

Existen dos requisitos previos. El primero es que, si de verdad se quiere combatir los prejuicios que pueden sufrir los judíos, es necesario enmarcar esta lucha en un marco más amplio y combatir los prejuicios en general.

El segundo es que, en la actualidad, el único indicador fiable de la magnitud que puede alcanzar el antisemitismo es el estado de la situación política en Oriente Medio. En los períodos de calma, se producen menos ataques antisemitas.

Cuando no existen perspectivas de paz, y más aún en la situación de pesadilla extrema que vivimos actualmente, los actos antisemitas aumentan y empeoran.

La gente muestra poco interés por los períodos durante los cuales el antisemitismo está en declive

El primer paso si se quiere luchar contra el antisemitismo hoy es reactivar una dinámica diplomática pacífica en Oriente Medio. Sin esa diplomacia, todas las demás medidas que pretendan combatir el antisemitismo no valen nada.

Usted subraya en el libro que cuesta identificar los momentos en que fue posible combatir el antisemitismo y reducirlo...

Es característico de la historia del antisemitismo que la gente muestre poco interés por los períodos en los que está en declive. Particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, y en especial en Estados Unidos. Sin embargo, tendríamos mucho que aprender de ese período.

Ese declive fue el resultado de esfuerzos y campañas de varias organizaciones que veían el antisemitismo como parte de un problema democrático más amplio, y al antisemitismo como parte de una lucha más amplia contra el racismo.

Pero ya no vivimos en ese mundo. Vivimos en un mundo donde, en las universidades estadounidenses, las mismas administraciones que dicen combatir el antisemitismo y actuar en favor de los judíos quieren poner fin a otros programas antirracistas agrupados bajo los términos de “diversidad”, “equidad” e “inclusión”.

Lo que más me impresiona es que las personas que hablan más alto sobre antisemitismo muestran poco o ningún interés en saber si sus métodos funcionan. En ningún otro ámbito de la actividad humana sería posible este desprecio por los procesos que se ponen en marcha y las consecuencias de lo que se hace.

En su libro, usted destaca los efectos nocivos de la definición de antisemitismo impuesta por la IHRA (Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto), que lo asimila a la crítica de Israel, y menciona la existencia de definiciones más adecuadas. ¿Una mayor precisión permitiría combatir el antisemitismo de manera más adecuada?

La idea detrás de este libro es que la amenaza antisemita no es una fantasía, pero que los abusos en torno a este término son peligrosos para todos. ¿Cómo tomarse en serio la amenaza antisemita y, al mismo tiempo, llevar conversaciones normales sobre Israel?

Me parece que la Declaración de Jerusalén sobre el antisemitismo es, en particular, tanto prudente como sensible, y permite comprender mejor cuándo las críticas a Israel están motivadan por prejuicios étnicos y cuándo no.

Debemos ser capaces de aceptar críticas feroces, incluso irrazonables, sobre Israel, si no están motivadas por prejuicios étnicos. La idea de que existe una excepción israelí en términos de libertad de expresión y de juicio político es algo negativo.

Viaja con frecuencia entre ambas orillas del Atlántico. ¿La situación de los judíos es similar en Europa y en Estados Unidos?

Debemos considerar tanto la historia como la geopolítica. Sobre Europa pesa la historia del genocidio. En sentido literal, Europa vive en un mundo pos-Holocausto, donde los judíos son relativamente escasos, políticamente débiles y atormentados por el pasado.

En Estados Unidos, la situación es totalmente diferente. Allí, la comunidad judía en general es próspera, goza de una influencia política importante y vive en un país con una alianza militar y diplomática muy fuerte con Israel.

¿Por qué los judíos y la hostilidad hacia los judíos tienen tanto peso en la historia de la humanidad, dada su importancia demográfica?

Hay que comenzar por el cristianismo y la cristianización de Europa, que hizo que los judíos ocuparan muy pronto un lugar particular en el imaginario europeo, por distintas razones cuyos resortes últimos se encuentran en la teología. Usando términos del psicoanálisis, podría decirse que el cristianismo tiene un problema con el judaísmo.

Pero la otra parte de la respuesta reside en lo que ocurrió a finales del siglo XIX y principios del XX, catalizado por la Primera Guerra Mundial, aunque el caso Dreyfus y las políticas antisemitas comenzaron antes.

La represión intelectual —que puede comenzar con una definición— es incompatible con la enseñanza.

Tal auge de las teorías conspirativas antisemitas en Alemania y Europa podría haber parecido impensable hace unas décadas. Cito al historiador Salo Baron, quien en 1942 escribía que el antisemitismo “trasciende las fronteras de todos los países o grupos de países […], convirtiéndose en un factor preeminente en las relaciones internacionales”.

Hay que recordar, como cuenta Alicia en el país de las maravillas, que es inútil querer racionalizarlo todo. Es absolutamente absurdo pensar que el país más poderoso de Europa, Alemania,  estuvo liderado por un movimiento que creía firmemente que los judíos eran responsables de todo lo malo y que exportó, mediante la guerra, a todo el continente europeo esta convicción, que no estaba presente en todas partes, ni siquiera en los partidos nacionalistas y racistas de otros países europeos.

¿Cuál es la situación en Columbia, donde usted enseña, y en las universidades estadounidenses en general? ¿Predomina la ofensiva reaccionaria o hay resistencias académicas?

La inmensa mayoría de los profesores conocen a importancia de una enseñanza libre, porque hay que permitir que la gente diga cosas estúpidas cuando está en clase. Si todos entendiéramos todo perfectamente, ya no habría necesidad de enseñar nada.

Esa represión intelectual —que puede comenzar con una definición— es incompatible con la enseñanza. Si la ofensiva actual triunfa, seremos incapaces de tener discusiones maduras no solo sobre Oriente Medio, sino sobre muchos otros temas. Hoy la situación es tensa, pero estoy seguro de que habrá reacciones y voces que se opongan a esta ofensiva, aunque sea masiva, pero no pueda decir cuándo se escucharán.

Uno de los problemas en las universidades estadounidenses es que hemos creado una burocracia de vigilancia que no empezó el 7 de octubre, sino que tiene al menos una década, y que hasta entonces se centraba sobre todo en cuestiones de género y raza. Hoy esa maquinaria ha sido secuestrada y es utilizada como arma por quienes usan el antisemitismo para censurar la libertad de expresión y la educación.

En un artículo publicado en primavera en Financial Times, analizó las convergencias y divergencias entre Estados Unidos y Europa, ¿cómo ve como historiador el momento actual?

Lo primero que me interesó fue entender y definir lo que representa el segundo mandato de Donald Trump. ¿Hay que hablar de fascismo, con el riesgo de aplicar términos europeos a una historia estadounidense?

Lo que quería desarrollar era la cuestión de la convergencia o no entre esas entidades, que en parte deriva de la primera cuestión. Si podemos comprender lo que ocurre hoy en Estados Unidos sin recurrir a la historia y al vocabulario europeos, sino a partir de especificidades estadounidenses, debemos constatar que Europa se enfrenta ahora a la necesidad de seguir su propio camino, cuando desde hace doscientos años, ya sea para seguir o para rechazar el modelo americano, ha medido su destino en el espejo con lo que sucede al otro lado del Atlántico.

Estamos en un punto de inflexión, donde la idea de una convergencia liberal entre Estados Unidos y Europa está en declive, y donde podría ser reemplazada por una convergencia basada en ideas nacionalistas y autoritarias procedentes de la derecha radical. Algunos miembros de la administración Trump, o personas como Steve Bannon, buscan apoyar a los partidos de extrema derecha en Europa. Sin embargo, si esto funciona y si logra atraer votos para estos partidos sigue siendo una incógnita.

Pero estamos en un momento de la verdad, que es más complicado para Europa, porque en el fondo, Estados Unidos no se interesa por Europa como Europa se interesa por Estados Unidos.

En su libro anterior, El continente de las tinieblas, mostraba que la idea de que Europa era el continente por excelencia de la democracia y de los valores de paz y cooperación era  en gran medida falsa. Sin embargo, ¿tenemos otra opción que creer en esa idea en un mundo dominado por la fuerza bruta en Estados Unidos, China o Rusia?

Soy un producto europeo y me resulta difícil ser objetivo. Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa aprendió de aquel desastre y forjó cosas extraordinarias que hay que proteger y que es imposible olvidar.

Pero para proteger esos valores, habrá que enfrentar desafíos que Europa nunca había tenido que afrontar sola: las amenazas a su seguridad provenientes de Rusia; la competencia de China en el comercio y la tecnología; y, más fundamental aún, su declive demográfico, que debería obligarla a mirar de frente la necesidad de una inmigración que hoy le causa tensión.

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Si no quiere ser tomada por sorpresa, Europa también debe afrontar su legado imperial y colonial, aunque me parece que la simpatía de los europeos hacia los palestinos, en comparación con lo que se ve en Estados Unidos, está en parte ligada a esa historia colonial y a la reflexión que las sociedades europeas han empezado a producir sobre los daños del colonialismo.

Escribió un libro titulado No Enchanted Palace. The End of Empire and the Ideological Origins of the United Nations (Princeton University Press), en el que analizó con desencanto los orígenes intelectuales y políticos de la ONU. En un momento en que el derecho internacional surgido de la posguerra se derrumba y la ONU es atacada por todas partes, ¿qué mirada tiene sobre esta institución?

Cuando escribí ese libro, me pregunté qué pensaba de la ONU: ¿estaría la situación internacional mejor o peor sin ella? Llegué a la conclusión de que era muy importante que existiera, pero que no era un logro digno de un proyecto destinado a forjar un marco de debate general para las diferentes naciones. La ONU es una institución que hay que reformar, pero es importante comprender que los debates sobre su reforma comenzaron incluso antes de su creación...

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