Iniciativas y firmas que salvan vidas Verónica López Sabater

Hasta el momento, lo único que le ha parado los pies a Trump ha sido el mercado. El descalabro de las bolsas y la venta masiva de deuda estadounidense lograron lo que nadie hasta ese momento había conseguido: que Trump se replanteara sus aranceles. Por mucho que su equipo intentara convencernos de que todo estaba dentro de un plan, la realidad era bien distinta. En la Casa Blanca temblaron cuando vieron lo que estaba pasando.
Pues bien, parece que hay otros dispuestos a ser también un muro de contención de los delirios de Trump. Harvard se ha plantado ante las políticas arbitrarias de la Casa Blanca. No están dispuestos a dejarse amedrentar, ni siquiera con lo único que Trump intenta ganar en cada batalla: el dinero. Retirarles las ayudas no les ha hecho retroceder, ni callarse.
Durante estos meses, muchos nos hemos preguntado qué pasaba con la opinión pública americana, con los demócratas, dónde estaban esas voces que callaban ante lo que estaba haciendo Trump. No había oposición política ni social al republicano. ¿Se acuerdan de aquella reverenda que, en su sermón del día después de la proclamación, con Trump y su vicepresidente en el primer banco de esa Iglesia, le dijo a la cara que lo que pretendía hacer era una barbaridad? Le pedía caridad, le pedía humildad, y a Trump se le torció el gesto, se le veía enfadado. Pues desde aquel discurso apenas habíamos escuchado a nadie, en público, contestar con argumentos a los desmanes de Trump. Hasta hace unos días, cuando Berni Sanders les pidió a los jóvenes que se movilizasen, que su futuro estaba en juego. Lo hizo en un sitio tan icónico como el festival de Coachella, ante miles de jóvenes. Buscaba sacudirles intelectualmente, pedirles que se pusiesen en pie, que hiciesen algo por lograr que Estados Unidos y el mundo sean de verdad un lugar mejor para todos, no sólo para unos pocos.
A los jóvenes, el sistema ya no les está funcionando. Sus salarios son ridículos, sus expectativas son decepcionantes, comprarse una casa es un sueño inalcanzable, vivir con lo que ganan es asfixiante…
La apatía política no es una opción ahora mismo. Porque el discurso de “todo está mal, esto ya no sirve, inventemos nuevas reglas de juego” está ganando terreno. Y ese discurso es sumamente tramposo y muy peligroso. En el fondo, lo que esconde es: “vamos a hacer todo esto a nuestra medida, para que nos beneficie a nosotros y a nadie más. Vamos a cambiar el sistema porque el sistema ya no funciona”. Una idea que compran masivamente los más jóvenes. A ellos, el sistema ya no les está funcionando. Sus salarios son ridículos, sus expectativas son decepcionantes, comprarse una casa es un sueño inalcanzable, vivir con lo que ganan es asfixiante… Lo tienen todo en contra y, si alguien viene a susurrarles al oído que todo eso es por culpa de un sistema (en vez de sistema pongan la palabra democracia) fallido, lo van a comprar. Van a decir “¡exacto!, es así”.
Harvard no ha aceptado. Trump pretendía imponer un discurso sobre un conflicto, el de Gaza, interviniendo los temarios y a los profesores. Si imponemos un relato será más fácil convencer a una gran mayoría de que lo que queremos hacer en la franja de Gaza, es lícito. El claustro y la dirección de la universidad se han opuesto, con todo lo que eso supone. No es fácil oponerse a Trump. Es poderoso, controla mucho dinero, puede cortar el grifo de una financiación vital para esa institución y, además, es vengativo. Esto no se lo perdonará.
Estamos desde hace semanas en un sendero tan oscuro que no sabemos adónde nos llevará. Hay tantos frentes abiertos que apenas da tiempo a entender lo que está pasando. Por eso es necesario detenerse, entender lo que se busca con cada volantazo de esta administración. Hay en juego muchas cosas, demasiadas. En este último ha buscado reescribir lo que está pasando en Oriente Medio. Hace unas semanas intentó redibujar las fronteras de Ucrania. Nos puede sonar todo muy lejano, pero no lo es.
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