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La guerra

Hablamos de guerra continuamente. Pero en sentido figurado. Llevamos el belicismo cosido a nuestro uso del lenguaje, como las muletillas o las palabras de amor: "Guerra de cifras", "guerra de precios", "guerra a las arrugas", "guerra a la celulitis". Sí, estas dos últimas nos las dedican a las mujeres, con cariño, en anuncios de cosmética o reportajes de moda y belleza…

Los hay que se empeñan —dejen de hacerlo ya, por favor— en hablar de las enfermedades en términos bélicos: "Ganó o perdió la batalla contra el cáncer", "luchó a vida o muerte", "le venció la terrible enfermedad". Quienes hemos visto morir a los nuestros, con inmensas ganas de vivir, sabemos bien que no perdieron batalla alguna, lo que perdieron fue la vida, la suya y parte de la nuestra.

Pero lo que más nos gusta, como especie imperfecta que somos, brillante algunas veces y despreciable tantas otras, es invertir energía y tiempo de vida en burdas imitaciones de la guerra, en guerras sucias de corto alcance: eliminar al otro para conquistar territorio en lo laboral; atrincherarte en una idea y disparar tu retahíla de argumentos sin tratar de escuchar al que está enfrente; mentir o manipular con tal de llevar razón. ¡Pero si somos capaces de convertir en enemigo a quien hasta ayer amábamos!

Y no hablemos ya de la política, esas "guerras internas" entre presuntos compañeros, esas luchas a navajazos por el poder, las estrategias, la destrucción psicológica del otro, la traición. Un campo de batalla en el que cambiarse de bando resulta tan habitual que solo provoca sonrojo en los que lo vemos desde fuera… 

Me pregunto qué sentido tiene derrochar la vida en juegos de guerra cotidianos si un día de febrero, un solo señor, con una sola decisión, puede hacer volar por los aires la razón…

Pero ahora tenemos aquí al lado la guerra de verdad, sin eufemismos. La guerra ha llegado casi a la puerta de nuestra casa y estamos sin respiración. Porque esta sí es la guerra real. Y no solo provoca miles de muertes de inocentes jóvenes, viejos, niños…También mata el presente y destruye el futuro. Es la que dinamita la esperanza y aniquila todos los caminos. Es, ya lo sabemos, el mayor fracaso de la humanidad.  

En días tan duros como estos, en los que siento que se amplifica la voz interior con la que dialogo en muchos momentos, me pregunto, quizás tú también, qué sentido tiene derrochar la vida en juegos de guerra cotidianos si un día de febrero, un solo señor, con una sola decisión, puede hacer volar por los aires la razón… 

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