El panteón de los santos falsos Pedro Vallín
El dinero siempre está ahí, lo gobierna todo desde la oscuridad y es la sombra que tapa y encubre todo lo demás, una sombra imponente, de catedral o rascacielos, a la que ha habido que inventarle un nombre que simbolice su grandeza: macroeconomía. A su lado, el resto de las cosas y la mayoría de las personas parecen algo diminuto, utilitario, indigno de atención. Por ejemplo, estamos en septiembre, hacemos cuentas de nuestras vacaciones, celebramos la ocupación de los hoteles, la felicidad multitudinaria de las playas, y vemos turistas y beneficios, pero sin embargo no hablamos gran cosa del sueldo que se les pagó a las y los camareros que los atendieron, cuántas horas trabajaban y en qué condiciones, qué jornadas agotadoras padecieron, total para luego echarlos otra vez a la calle, porque la temporalidad es un salto sin red, y los volvió a colocar en la misma casilla de salida, en muchos casos para malvivir los próximos nueve o diez meses, hasta que vuelvan a abrirse las piscinas.
En Marruecos, un país del que nos separa nuestra cercanía, como dijo el Nobel primero norteamericano y luego inglés T. S. Eliot de Estados Unidos y Gran Bretaña, acaba de producirse un terremoto espantoso, que ha dejado miles de víctimas, en un número trágico que es de temer que se incremente según avancen las tareas de búsqueda y rescate. Pero, ¿quiénes han muerto? Sobre todo, los de siempre, la gente más pobre, la que tiene casas más vulnerables o habita puntos del país donde por el momento no va a llegar la ayuda. La monarquía alauita, dueña y señora de su reino, y la oligarquía que la sustenta, el famoso majzén, nadan literalmente en la abundancia y pocos de los damnificados, si es que llega a haber alguno, se contarán en sus filas. Hasta en las catástrofes naturales hay clases.
En España, con la formación de las nuevas cámaras salidas de las últimas elecciones, los cargos públicos han tenido que clarificar sus ingresos y patrimonio, así que, salvo ocultación o engaño, sabemos que el Partido Popular repartió sobresueldos entre su cúpula, desde abril de 2022, por un valor superior a los doscientos mil euros y que lo hizo a la vez que sus dirigentes se oponían a la subida del sueldo mínimo. Su jefe, Núñez Feijóo, obtuvo en ese año 39.260 euros brutos de su partido, en concepto de gastos de representación; otros 31.850 como presidente del grupo parlamentario; una retribución de la Xunta de Galicia por 21.686,55 y otra del Parlamento regional por 1.770,25. En total, 164.567 euros. O, si se prefiere, 13.714 al mes. Nuestro sueldo mínimo es de 1.080, más de doce veces inferior. La pregunta, incluso sin entrar en detalles y valoraciones, es la siguiente: ¿no deberían ser más comprensivos quienes más tienen con los que no tienen casi nada? Otra de las más críticas, beligerantes y a veces ácidas lideresas de la derecha, Cuca Gamarra, también cobró gratificaciones al margen de su salario, hasta llegar a los 113.468 euros sumando complementos como portavoz y los consabidos gastos de representación. No discuto aquí si esas cantidades son desorbitadas o razonables, un dispendio o un precio acorde con la labor llevada a cabo, que no me parece en absoluto desdeñable, no creo en esa leyenda común de que nuestros políticos están todo el día mano sobre mano; lo que llama la atención es que no sean más empáticos con las personas que viven a la cuarta pregunta, con el agua al cuello.
Pero, ¿quiénes han muerto? Sobre todo, los de siempre, la gente más pobre, la que tiene casas más vulnerables o habita puntos del país donde por el momento no va a llegar la ayuda
Lo que estamos viendo en Marruecos es un drama, pero también un síntoma que vuelve a poner de relieve la desigualdad de nuestro mundo. En África oriental muere de hambre un ser humano cada veintiocho segundos, dice el último estudio llevado a cabo por Oxfam Intermón. En los últimos años, en Marruecos, cuyas finanzas son boyantes y cuyo crecimiento general resulta obvio, se han reducido significativamente, al menos según los datos oficiales, el nivel de pobreza y sus tantos por ciento, aunque también es verdad que su umbral lo sitúan las autoridades locales en 4.667 dirhams para zonas urbanas y 4.312 para zonas rurales. Un dirham es igual a 0,092 euros, así que estamos hablando de una cifra media de alrededor de 414 euros, que no parece que pueda cubrir las necesidades mínimas de nadie, tampoco al otro lado de la frontera. Pero lo que vamos a ver con este seísmo y la catástrofe que generará es exactamente lo mismo que vimos con la pandemia de coronavirus: que la desigualdad mata, el ataque de una enfermedad o de un movimiento de la tierra cae con diez veces más fuerza sobre los más débiles, justo esos a quienes decimos que no puede nunca olvidar una democracia. Ese es el fracaso persistente de nuestras civilizaciones y se evidencia en todos los ámbitos.
Ojalá la ayuda internacional pueda aminorar el sufrimiento de nuestro país vecino y de quienes han recibido con mayor rigor este latigazo venido de las profundidades de la Tierra. España, país solidario donde los haya, sin duda va a liderar ese auxilio internacional que tanto precisa en estos instantes Marruecos: los de siempre nos necesitan.
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