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El 'trumpismo' a lo Díaz Ayuso: sacudir sin mirar a quién

José Miguel Contreras nueva.

La aparición de los datos del CIS sobre las elecciones en Madrid ha puesto encima de la mesa una de las diversas hipótesis que pueden darse el 4 de mayo. El Partido Popular tiene ante sí una amenaza evidente. Si su capacidad de arrebatar votos a Ciudadanos y a Vox se extiende en exceso puede convertir a sus posibles socios de Gobierno en fuerzas extraparlamentarias. Si eso ocurriera, podría darse el caso de que la derecha se viera superada por una izquierda fragmentada, pero en la que los tres partidos que concurren (PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos) pueden superar la barrera mínima del 5% que posibilita la entrada en la Asamblea de Madrid.

La publicación del estudio ha abierto una intensa polémica entre los sectores conservadores que atribuyen a una maquiavélica jugarreta de Tezanos ese dibujo. En realidad, todo el mundo sabe que esa posibilidad podría darse, lo que no se quiere en la derecha es llegar a imaginar que algo así sucediera. El sistema electoral madrileño puede provocar la contradicción de que el bloque más votado en las urnas no se traduzca necesariamente en una mayoría parlamentaria.

Pegar, pero más flojito

La estrategia de Díaz Ayuso se enfrenta a un curioso conflicto en las mismas puertas del inicio de la campaña. El problema no tiene fácil solución. La presidenta popular ha llegado a liderar los sondeos gracias a un personal estilo basado en la máxima agresividad posible frente a Pedro Sánchez, mientras ignora intencionadamente a todos sus rivales en Madrid. Ahora choca ante una realidad. Díaz Ayuso ha conseguido aglutinar la mayor parte del voto de derechas anti Gobierno de coalición. El atronador ruido de su discurso radical y populista consigue que hasta la estridencia de Vox sea inaudible en la actualidad. Ciudadanos apenas emite ya un leve susurro.

Aquí viene el gran dilema que debe dirimir el estratega de Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez. Tiene que optar por mantener el tono que le ha llevado a derrotar por K.O. a sus competidores de bloque o por intentar ayudarles a levantarse de la lona antes de que se les descalifique. El PP necesita que los rivales a los que ha noqueado se pongan en pie y aguanten hasta el final del combate. Les puede seguir pegando, pero más flojito. Lo complejo es que tampoco puede permitir que se rehagan en exceso, no vaya a ser que la victoria se le complique. Es la consecuencia de cuando en una película del oeste entra un cachas sacudiendo a diestro y siniestro hasta tumbar a todo el mundo. En ese momento, se apercibe de que entre los caídos están todos los miembros de su banda.

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Una diferencia sustancial

El estilo marcadamente trumpista que ha impuesto Díaz Ayuso en estos últimos meses necesita medir un importante factor diferencial respecto a Estados Unidos. La existencia de dos únicas fuerzas políticas, republicanos y demócratas, ha favorecido desde hace años una polarización extrema. Las derrotas ante Obama, en 2008 y 2012, de dos conservadores con buenas formas como McCain y Romney llevó a la conclusión a los republicanos de que necesitaban cambiar radicalmente el estilo de oposición como el Tea Party y los medios ultraconservadores venían reclamando con energía. Unos medios absolutamente radicalizados sirven para espolear y agitar las redes sociales, pero necesitan también líderes políticos acordes con ese impulso. Donald Trump entendió las nuevas reglas de juego.

El trumpismo no dialoga. Primero golpea y luego saluda una vez que tiene a su rival inconsciente en el suelo. En Estados Unidos, este modelo de intensa agresividad y bravuconería ha dado muestras de tener eficacia en un marco de absoluta polarización y confrontación directa. Parece más complicado llevarlo a la práctica en un modelo pluripartidista en el que hasta seis partidos de diferentes orientaciones concurren a las elecciones. Díaz Ayuso corre el peligro de, a base de sacudir sin mirar a quién, acabar con los socios que necesitaría si quiere mantenerse en el poder.

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