Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
El contexto hacía presagiar que la cumbre convocada por Qatar el pasado día 15 de septiembre iba a deparar algo más que palabras. Israel, saltándose una vez más la ley internacional, había atacado Doha, tratando de matar a los negociadores de Hamás que analizaban la última propuesta para llegar a un acuerdo con Israel. De este modo mostraba no solo su nulo deseo de pactar una salida negociada a la violencia desatada en estos últimos dos años, especialmente sobre Gaza, sino también su atrevimiento para golpear a uno de los más claros aliados de Washington en la región. De ahí que la convocatoria de una cumbre de países árabes e islámicos hiciera pensar que, tras décadas de encuentros estériles, de la capital qatarí podría salir algo sustancial, equiparable al menos a la decisión adoptada en 1973 por parte de la OPEP de imponer un embargo de hidrocarburos a los países occidentales si no apoyaban la causa árabe (y palestina) en medio de la cuarta guerra árabe-israelí (Yom Kippur). Vana suposición.
El ambiente se había caldeado los días previos a la convocatoria. Por una parte, el primer ministro qatarí, Mohammad bin Abdulrahman Al Thani, encabezó una delegación que inmediatamente se trasladó a Washington para pedir explicaciones a la Administración Trump. Por otra, Emiratos Árabes Unidos planteó que la anexión israelí de Cisjordania era una línea roja que podría llevar al cierre de las relaciones con Israel (EAU reconoció a Israel en el marco de los Acuerdos de Abraham en agosto de 2020). Por su parte, Arabia Saudí reiteró su rechazo a sumarse a dichos acuerdos si Israel seguía adelante con la masacre gazatí. Y fueron varios los gobiernos que comenzaron a calificar abiertamente de genocidio lo que el Gobierno de Benjamin Netanyahu está cometiendo en la Franja.
Sin embargo, a la luz de los resultados conocidos, que incluyen la determinación recogida en el comunicado final de “tomar todas las medidas legales y efectivas posibles para impedir que Israel continúe sus acciones contra el pueblo palestino”, todo indica que estamos, una vez más, ante una muestra de manifiesta inutilidad. De hecho, ni siquiera los países árabes que recientemente han normalizado relaciones con Tel Aviv –Bahréin, EAU, Egipto, Jordania, Marruecos y Sudán, además de Egipto (1979) y Jordania (1994)– se han atrevido ni siquiera a retirar a sus embajadores.
Más allá de las palabras, la realidad es que en términos políticos sigue brillando por su ausencia la unidad árabe e islámica en la defensa de la causa palestina. Así, aunque teóricamente sigue en vigor el boicot establecido por la Liga Árabe en 1948, son muchos los países árabes e islámicos que se relacionan con creciente intensidad con Israel y apenas queda rastro del boicot secundario, que pretendía cerrar toda relación con países y empresas de cualquier parte del mundo que comerciaran con Israel.
Sea por sus fracturas internas, por la perspectiva de hacer negocios con Tel Aviv –incluyendo la recepción de tecnología israelí para un mejor control de sus propias poblaciones– o por el sometimiento que la mayoría de los gobernantes de Oriente Próximo y Oriente Medio tienen al dictado estadounidense, es un hecho que hasta hoy sus lamentos, críticas y condenas por lo que Israel está haciendo en Gaza y Cisjordania, sin olvidar las violaciones reiteradas de la soberanía de Líbano, Siria, Irán, Yemen y ahora Qatar, se diluyen de inmediato en la nada.
Más allá de las palabras, la realidad es que en términos políticos sigue brillando por su ausencia la unidad árabe e islámica en la defensa de la causa palestina
Como ha quedado demostrado con el ataque israelí en Doha, ese sometimiento a Washington, que incluye el regalo de un avión Boeing 747 a Trump y el compromiso de invertir centenares de miles de millones de dólares en Estados Unidos, además de albergar la mayor base militar estadounidense en el Golfo (Al Udeid), no le ha servido al régimen qatarí para sentirse seguro. Y es que, más allá de los cambios de rumbo de Trump y del empeño supremacista de Netanyahu, resulta inmediato concluir que lo que se ha querido presentar como la “OTAN árabe” –creada formalmente por los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Bahréin, EAU, Kuwait, Omán y Qatar) en diciembre de 2023 con la denominación de Acuerdo Conjunto de Defensa– es absolutamente inoperante para garantizar la seguridad de sus miembros.
A partir de esa amarga realidad no puede extrañar, por un lado, que esos países se estén convirtiendo en los mayores importadores de material de defensa del planeta, como si dotarse de más armas les fuera a garantizar su seguridad. Y, por otro, que algunos de ellos busquen nuevas vías para hacer frente a las amenazas que les afectan. Buena prueba de ello es la reciente firma de un acuerdo de defensa mutua entre Arabia Saudí y Pakistán el pasado 17 de septiembre en Riad. Un paso que, a cambio de la ayuda económica saudí a Islamabad, busca la protección del paraguas nuclear paquistaní, no solo como señal de la percepción de amenaza que Riad puede tener sobre las intenciones de Irán, sino también como producto de la desconfianza creciente en la cobertura que Washington puede proporcionarle. Una dinámica, en definitiva, de la que no puede salir nada bueno.
________________________________
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Lo más...
Lo más...
LeídoTu cita diaria con el periodismo que importa. Un avance exclusivo de las informaciones y opiniones que marcarán la agenda del día, seleccionado por la dirección de infoLibre.
Quiero recibirlaAna María Shua y su 'Cuerpo roto'
Cartas de Maruja Mallo
Doña María Moliner: 'Hasta que empieza a brillar'
¡Hola, !
Gracias por sumarte. Ahora formas parte de la comunidad de infoLibre que hace posible un periodismo de investigación riguroso y honesto.
En tu perfil puedes elegir qué boletines recibir, modificar tus datos personales y tu cuota.