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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Escuchar y hablar, ¿a quién?

(A Yolanda, por si lo lee)

Este es un artículo dentro de una botella lanzada a las aguas turbulentas de la política, por si alguien de la izquierda, Sumar por descontado, tiene interés en el votante anónimo que se va alejando ineluctablemente de las urnas. Yolanda Díaz, que merece toda la admiración por su valentía, su talante y su demostrada eficacia negociadora, va a lanzarse a la carretera. ¡Bien! Y dice que va a escuchar a la ciudadanía. ¡Bien! Pero ¡ojo!, ¿a qué ciudadanía? Se corre el riesgo de oír a los de siempre, esos pocos (sí, poquísimos) militantes políticos y activistas vecinales, quienes le mostrarán las mil y una cicatrices de las heridas recibidas de una derecha agresiva y también del roce continuo entre ellos por un quítame ahí una concejalía. No será fácil, pero cabe la posibilidad de agrupar un porcentaje de ellos, que a su vez influyan en su entorno. ¡Bien!, ¿pero basta?

Las estadísticas no engañan: entre el 40 y el 50% de los posibles votantes no acude a ejercer su derecho. Y me pregunto sobre una gran parte de ellos: ¿quieren hablarle a Yolanda Díaz? Abundan por doquier los instrumentos de participación, a nivel estatal, autonómico y municipal. A la gente se le pregunta por casi todo. ¿Cuántos responden?: pocos, los mismos empecinados activistas de las más variadas causas, y aún. Pero ¿y este 50% de la población (y creo que me quedo corto), que en su chapotear por este mar lleno de amenazas políticas, económicas, sociales e incluso bélicas, tiene el único y legítimo interés de mantenerse a flote?

Para escuchar, es preciso que haya gente dispuesta a hablar en las mismas coordenadas que el oyente. Una de las formas menos costosas de hablar es votando. Vemos que en la encuesta del CIS de septiembre de 2021, al preguntar qué se piensa votar en el caso de unos comicios, el porcentaje de los que responden “no votaré” es del 12,6 %, y sin embargo, la abstención pocos meses después fue el triple (36,6 % en Castilla y León, 41% en Andalucía), y surge la pregunta: ¿Cuántas personas de este segmento de población están dispuestas a sentarse y hablar de economía, política exterior o incluso niveles de empleo?

Hemos olvidado casi por completo el flujo inverso. Quizá por arrogancia, por sentirse en el bando de los “buenos”, creemos que por el solo hecho de hablar de “la gente” interesándose por ella, ésta acudirá al llamado del diálogo. Y no es así. No quisiera ser pájaro de mal agüero, pero intuyo que más de la mitad de la población, aquella que vive en el segmento de la “infrahistoria”, siente que los temas políticos, por mucho que afecten a las cosas “del comer”, le quedan fuera de su alcance. El término acuñado por Unamuno no es un vocablo despectivo, es una constatación, en un mundo cada vez más complicado, del alejamiento de los centros de decisión (donde se juega, a veces irresponsablemente, la historia) de quienes se ven afectados por dichas decisiones. Algo hay de verdad. Por mucho que se enarbole el señuelo del “empoderamiento”, ¿cómo va a tener la ciudadanía en general suficiente información para poder participar activamente en discusiones que, enredadas en el laberinto autonómico y en el de la lucha partidista, acaban dependiendo de una Europa funcionarial que otras preocupaciones tienen más allá de que zutano o mengano lleguen a final de mes, o vean peligrar su puesto de trabajo?

¿Cómo llegar a ellos? Hago una propuesta rompedora (que ruego no empuje a dejar de leer. Gracias): Tomar la estrategia de la derecha, o al menos de la Iglesia católica que la sustenta (y que no en vano se ha mantenido durante tantos siglos). ¿O alguien duda que los colegios de su propiedad (muchos subvencionados por gobiernos de izquierda), las colonias juveniles estivales, los centros parroquiales, la asistencia social, no rinden dividendos cuando la gente influida por ellos ha de tomar un rumbo político?. Lugares donde el hombre o la mujer de a pie encuentran un cobijo, quizá el único a mano, sin la sospecha de que puedan ser utilizados posteriormente. ¿Es aventurado pensar que una de las principales fuentes de indepes es el programa infantil de TV3 Super3?¿Hallaríamos un equivalente que difundiera entre risas y canciones la justicia y la solidaridad con los más desfavorecidos entre las generaciones venideras?

La cercanía es la clave. Ya existen iniciativas encomiables, como los ERTES, pero la administración queda tan lejos… que incluso muchos de sus beneficiarios no establecen la correlación ayudas-izquierdas

La ciudadanía está influida por la información, pero esta, cuando llega (sólo un tercio de la población acude a los periódicos, de papel o digitales, para informarse), queda ahogada por un alud de mensajes varios, muchos de ellos sesgados. Eso es un hecho con el que poco se puede hacer, pero que hace más acuciante la necesidad del contacto diario, de la charla mientras se juega al dominó o se toman unas cervezas en un ambiente determinado. ¿Alguien ha visto colonias de verano “izquierdistas” ? ¿Cuántos pueblos tienen aún una “Casa del pueblo” donde hacer una verbena, ver una película o charlar de temas de actualidad?, por no decir el área asistencial: ¿Imaginamos un Cáritas o un Banco de los Alimentos organizado por partidos de izquierdas? La cercanía es la clave. Ya existen iniciativas encomiables, como los ERTES, pero la administración queda tan lejos… que incluso muchos de sus beneficiarios no establecen la correlación ayudas-izquierdas. Y entre tanto, llega una vocera de una supuesta libertad, toca la fibra sensible... y le votan.

Volviendo a la sugerencia anterior: ¿me permite el lector utilizar la palabra “apostolado”? Esa lluvia fina, cercana, persistente, que va calando imperceptiblemente, y que puede llegar a crear una conciencia de clase, hoy desaparecida. Y no programando una conferencia sobre una lectura de las Tesis sobre Feuerbach y sus implicaciones en la guerra de Ucrania sino, por ejemplo, un coloquio posterior a la proyección de Novecento, La sal de la tierra o El buen patrón.

Sí, hay que escuchar, ir de la Ceca a la Meca poniendo el oído, pero a la vez generando ese caldo de cultivo que permita, con humildad y espíritu de servicio, crear una sintonía, una empatía, un mínimo sentimiento común entre los millones de personas que están sufriendo el éxito de una oligarquía insaciable que nos ha vendido la idea que tantos han comprado: que un pobre es un rico que no ha tenido suerte o habilidad suficiente para salir del hoyo, pero que quizá tenga una oportunidad si no se separa de su redil.

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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. Es autor de 'Participar hoy. Notas para una participación eficaz' y miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre.

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