Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
A veces, la realidad nos ofrece metáforas hasta tal punto transparentes que parecen una burla a la inteligencia, de tan groseramente que el significado se impone a la imagen ofrecida.
Apenas una semana después de que Sandra Peña se suicidara en Sevilla víctima del acoso de sus compañeras, la presidenta de la Comunidad de Madrid se apresuró a ir a un instituto, el IES Antonio Fraguas ‘Forges’, para publicitar un “protocolo de actuación en la lucha contra el acoso escolar”. Con un telón de niños de trece años aplaudiéndole el ego, la presidenta se hizo acompañar por Ilia Topuria, al parecer modelo del diálogo, educación, empatía, ayuda mutua y respeto que deben verse en las aulas de nuestros institutos. Que la Comunidad de Madrid promueva como adalid contra el acoso escolar a quien se despacha con comentarios como ‘le voy a arrancar la puta cabeza’ a un rival es un triste chiste que habría asqueado al propio Forges. Sin embargo, por algún insondable motivo la directora del instituto, María José Hurtado, cree que la solución contra el acoso escolar pasa por llenar sus clases de Topurias; verdaderamente, el sueño de la razón produce monstruos.
El planteamiento está claramente desenfocado, pero no es necesariamente erróneo. El bullying es un problema muy grave cuya solución, multidisciplinar, pasaría por actuar sobre el acosador, orientando su conducta hacia la educación y el respeto. Por el contrario, los nefandos discursos escuchados en el Forges no ponían el foco sobre el acosador sino más bien sobre el acosado, a quien se dirigieron proclamas de “esfuerzo, superación y lucha”; en esta perspectiva, la solución del acoso, como también del consumo de drogas, pone la diana en la conducta y respuesta de la víctima, a quien se urge a “luchar”. En consecuencia, en ella recaerá la responsabilidad si pierde la batalla.
Desenfocado, pero tal vez no erróneo. La Comunidad de Madrid, con su presidenta al mando, está dando a los niños entre quienes se fotografió, a todos nuestros hijos, un mensaje claro: en el nuevo mundo feliz que la extrema derecha está cincelando a marchas forzadas os vais a encontrar con muchos Topurias. El acoso es un instrumento generalizado --y en buena medida aceptado socialmente-- de gestión de relaciones sociales, basadas en estructuras de poder desigual: competir con el otro, luchar, superarlo, vencer, arrancarle la puta cabeza. Es bullying lo que hacen los israelíes con los palestinos, con los que apoyan a los palestinos, con los periodistas que preguntan por los palestinos; es lo que hace Trump cada vez que abre la boca; lo que hacen los caseros con los inquilinos; lo que hace el 1% de la población mundial, que acaparó para sí el 41% de la riqueza creada entre el 2000 y el 2024, sobre el resto esquilmado.
Desde este enfoque parafascista, donde el débil es prescindible, ¿cómo explicar a nuestros hijos que el bullying es malo si todo el mundo lo hace? En el universo Topuria, como en tantas películas de Stephen King, el acoso le ofrecerá a la víctima una buena ocasión para fortalecer su espíritu, templar su carácter, madurar y hacerse respetar, luchando y peleando por su propio destino. Si la víctima fracasa, será consecuencia de su propia debilidad.
Ayuso se hizo acompañar en un acto contra el acoso escolar por Ilia Topuria, al parecer modelo del diálogo, educación, empatía, ayuda mutua y respeto que deben verse en las aulas de nuestros institutos
En este contexto pavoroso, el chaval que, colocado estratégicamente a la espalda de Díaz Ayuso y Topuria, escuchase con atención sus discursos, podrá advertir que el bullying es la aguja de marear, la clave misma para orientarse en el mundo que están diseñando. “En realidad, es lo que te espera”, le están diciendo: cuando salgas a la vida, tu jefe decidirá cuánto te paga y tu casero cuánto te cobra. Tendrás que encajar tu vida en el interludio de estas dos cifras, mientras gestionas tu proletarización soñando con convertirte tú mismo en jefe o casero y prolongar el acoso sobre otros. Porque una característica esencial del matonismo es ésta: la lucha a la cual se nos emplaza es siempre contra el más débil. Cegadas las vías de ascenso social, exprimidos el mercado del trabajo y de la vivienda por la avaricia del capital, la única vía permitida para dirigir nuestro “esfuerzo, superación y lucha” es contra los más frágiles, para así lograr la ficción de que ascendemos sobre sus cabezas y esquivamos la caída al abismo de la irrelevancia social. Los delta peleando contra los épsilon, en este nuevo mundo feliz.
Todos sabemos que faltan empleos, escuelas, hospitales, dinero para pagar pensiones... pero las encuestas nos dicen que los jóvenes no piden ni más trabajos, ni más médicos ni más profesores, ni más recursos públicos para los jubilados. Por el contrario, las hordas de extrema derecha que inundan el discurso público reclaman la expulsión de trabajadores, de pacientes, de niños; nos convencerán para rebajar nuestras propias pensiones antes que subir los impuestos a los poderosos. Pensamos en nosotros mismos como víctimas, como lamentaba Paul Newman en Veredicto final, y terminamos siéndolo.
Recordaba todo esto el otro día, escuchando el discurso de Juan del Val al recibir su premio Planeta. Sabiendo que había escrito una porquería de libro, se excusó de antemano diciendo que “se escribe para la gente, no para una supuesta élite intelectual”. Hace años, no tantos, la gente compraba libros para pertenecer a la élite intelectual. Quería alcanzar un nivel de formación y sabiduría que le permitiera tener criterio propio y gozar de su intelecto. Ser o pasar por intelectual era algo bien visto, representaba la cima del éxito social y cultural. Aquellos tiempos ya han pasado. Si intelectual es sinónimo, según la Real Academia, de sabio o erudito, el discurso del premiado resultaba más bien descorazonador: “comprad mi libro de mierda, vosotros que no sois de la élite, que no aspiráis a nada”. Hace años habría bastado este insulto para que nadie le comprara el libro, pero hoy en día “la gente” ha interiorizado hasta tal punto su condición de lumpen explotado, que renuncia a salir de la mediocridad en la que cree estar. Comprarán el libro y agotarán las ediciones.
En la página oficial de la Comunidad de Madrid, un redactor meritorio –en culto, más bien inculto, al líder-- dejó escrito que los chavales del Forges salieron del acto con la presidenta y Topuria “con la euforia de haber conocido a dos personalidades tan conocidas” (sic). Podrían haber salido con la euforia de haber avanzado en la lucha contra el acoso, pero no parece que haya sido el caso. En fin, estas personas tan conocidas buscan crear una generación de Topurias como Saluman quiso modelar una generación de Uruk-hai; queda por ver de qué institutos saldrán nuestras élites intelectuales.
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