Vivir al borde del colapso Víctor Guillot
En las elecciones generales o autonómicas se revela un horror vacui que nadie quiere nombrar: el miedo a la urna vacía. La abstención en la izquierda convierte ese objeto transparente en un espejo incómodo donde se refleja el desencanto colectivo. Muchos la contemplan con cierto orgullo, convencidos de que su abstención es un gesto de lucidez. “Es que ninguno me representa”, suelen decir, como si la democracia fuera un catálogo hecho a medida y no un espacio colectivo que se construye presencia a presencia. Desde una mirada antropológica, su gesto tiene algo de rito interrumpido: un pueblo que convoca una ceremonia para decidir su destino… y una parte que simplemente no acude.
Pero ese vacío no se queda en blanco. Siempre hay quien está encantado de llenarlo. Y cuando lo hace, lo llena también para quienes decidieron no aparecer. Luego llegan las sorpresas, los recortes, las desigualdades que se ensanchan y hasta nos alcanzan, y ese murmullo final de ‘no pensé que fuera a afectarnos tanto’. Porque la abstención, tan silenciosa y tan limpia, deja un hueco perfecto para que otros decidan cuánto valen los derechos del que no votó y cuánta igualdad le toca.
Es lo que se va a producir por el desencanto de una gran parte del electorado, que se materializará en las próximas elecciones generales, cuando quiera que se convoquen. En este caso hablo de personas bien instaladas en su posición económica, con formación y experiencia vital. No son ricos, ni mucho menos, pero gozan de independencia ganada con su trabajo. Ahora con su pensión garantizada (¿?) incluso se pueden permitir alguna que otra incursión en la sanidad privada, pero ¿hasta cuándo? De momento se conforman, como muchos boomers, con que su herencia logre apañar, de una u otra forma, los problemas de sus hijos.
Tienen lo que se podría decir una ideología generalista de izquierdas. Sin embargo, en diversos momentos tras el 15M no lo ha sido tanto, ante las formas, discursos y propuestas que surgieron desde la muy castigada “izquierda radical”. En el fondo, y un poco sí, el daño hecho, esa carga que todos llevamos, provocó un rechazo en este electorado también y no solo en las derechas, a propuestas que hoy ya se reclaman (cómo no son capaces de arreglarlo, esto y lo otro…), se ven lógicas, y que entonces eran anatema.
La abstención, tan silenciosa y tan limpia, deja un hueco perfecto para que otros decidan cuánto valen los derechos del que no votó y cuánta igualdad le toca
Hablo de “entonces”, pensando en el recorrido de la última década. La primera reclamación de subida del salario mínimo interprofesional (y la segunda), la primera propuesta ante la necesidad de implantar como un derecho la renta básica universal (o una aproximación), las primeras iniciativas para renacionalizar la producción de energía, o una banca pública, o medidas de impacto para poder disponer de una vivienda en alquiler asequible o en compra protegida… se recibían con una amplia gama de reacciones propias de la “gente de bien”, aderezadas con gestos y comentarios de “cuñao” ante la aparición de las primeras rastas en el Congreso, o el “qué sabrán estos” ante las propuestas/exigencias de medidas sociales progresistas, feministas, de lenguaje inclusivo, o por la defensa de esa riqueza cultural que tenemos en nuestros territorios, llamada lenguas cooficiales, entre otras…
(Disculpen que tome aire porque noto que me sube la tensión).
Vale, el horror vacui… estamos a punto de enfrentarnos a él porque mucha gente se está instalando en el “me han traicionado los de antes y los de ahora… así que, como no puedo votar a ninguno… ¡a mí que no me esperen!”
Coherencia, amigas y amigos, tomen aire también y repasen qué tipo de apoyo dieron ustedes en su tiempo a las medidas relacionadas anteriormente y a muchas otras. En cuánto contribuyeron, escandalizados, a que los que tenían las buenas ideas y las ganas reales de aplicarlas, fueran defenestrados, acosados y casi expulsados del sistema (sólo ante el Tribunal Supremo y hasta 2021, han sido archivadas 29 querellas). Y si las divisiones habidas no se han comprendido, sean capaces, que lo son, de valorar la imperfección en su justa medida, porque… si a un partido con 146 años de historia, casi destruido por el proceso de “guerra civil” de 2016, hace falta empujarlo para que sea parcialmente resolutivo, ¿qué valor le deberían dar a formaciones que no han dispuesto de ese tiempo para madurar organizativamente, pero que sí han puesto el dedo en la llaga casi a diario? Incluso con sus equivocaciones.
Qué reconocimiento, y esto, por tanto, nos lleva a qué apoyo se debería dar a quienes han sufrido acoso constante, judicial, mediático y social por tierra mar y aire, a quienes un ministro de Interior y parte de su gobierno, presuntamente, han utilizado una llamada “policía patriótica” para intentar destruirlos, sin ni siquiera haber logrado implicarles en conspiraciones bolivarianas y del comunismo radical. Todos no son iguales, pero vamos a sufrir ese horror vacui con montañas de papeletas electorales que no van a eliminar el vacío de las urnas.
Coherencia, por favor, coherencia. Ni nosotros a nuestros años, ni nuestros hijos y nietas se lo merecen. Como en Blade Runner (1982), muchos hemos visto cosas que vosotros nunca creeríais… todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia… una mayoría de hombres jóvenes votando a Vox. La actual diferencia es que el horror vacui de ahora no lo es tanto, porque sabemos lo que hay tras el dragón (Calzado, 2023).
Hemos visto y seguimos viendo, cada vez más, ganancias y beneficios monstruosos en la banca, en las energéticas, en la “industria” turística, etc., y ¡vamos a penalizar a los que ponen la mirada efectiva en ello! Si, como electores, aún no son capaces de reconocer a quienes tuvieron el valor de plantear soluciones (¡¡¡ se rompe España !!!) al menos voten a los de al lado, tal vez con la pinza en la nariz que hemos usado otras veces. ¡Pero voten!, por favor.
La ironía es sencilla: quien dice que “ninguno me representa” termina siendo representado igualmente… solo que por la elección de otros.
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José Javier González es antropólogo y analista de la Fundación Alternativas
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