El futuro de la monarquía

La Casa Real pone en bandeja a la derecha la apropiación de la Corona y dinamita los puentes con la izquierda

Santiago Abascal se inclina mientras saluda a Felipe de Borbón durante una visita del líder de Vox al Palacio de la Zarzuela en agosto de 2023.

Todo comenzó con el relevo en la Jefatura de la Casa. En enero de 2024, Felipe de Borbón prescindió de Jaime Alfonsín, tras casi tres décadas, y puso en su lugar al diplomático Camilo Villarino para cambiar el paso de la institución y abrir una nueva etapa con mayor protagonismo mediático. ¿El objetivo? Realzar las figuras de Felipe VI, Letizia Ortiz y de la heredera, Leonor de Borbón.

La idea es dar un nuevo impulso a la monarquía, acercarla a los ciudadanos y recuperar un crédito popular que, en lo institucional, sigue dañado por la trayectoria de Juan Carlos de Borbón. El emérito ha hecho que la monarquía española haya estado cercada durante años por escándalos que han acabado por derribar el mito del buen rey, acuñado durante la Transición y protegido celosamente durante décadas por una prensa cómplice.

Completada la primera década de su reinado, marcada por una actitud defensiva para no contagiarse de la herencia personal y fiscal de su padre y condicionada por el discurso con el que se significó del lado de la represión en Cataluña, los últimos 21 meses confirman una estrategia de proyección pública que, intencionada o accidentalmente, y en un contexto de enorme crispación, está poniendo en bandeja a la derecha y a la extrema derecha la apropiación de la institución y alejándola, al mismo tiempo, de la izquierda.

PP y, especialmente, Vox ya habían intentado antes atraer al monarca a su discurso, pero esta es la primera vez que Felipe de Borbón parece caminar en línea con ellos.

De momento, la apertura a los ciudadanos solo se ha manifestado en forma de populismo en la calle, a costa incluso del Gobierno. Uno de los momentos de mayor tensión entre Zarzuela y Moncloa se produjo en la Comunidad Valenciana, durante un desplazamiento pocos días después de la dana que costó la vida a más de 200 personas. La visita, en medio de la destrucción y de las dificultades para despejar las calles, la forzó la Casa Real, pese a que Moncloa quería posponerla.

Por su cuenta

Sánchez acabó teniendo que retirarse, aconsejado por su equipo de seguridad, después de sufrir una agresión aparentemente coordinada por miembros de la extrema derecha. Pero Felipe de Borbón decidió continuar, desoyendo a su propio equipo de protección, lo que acabó dañando la imagen del presidente. Felipe VI se dio finalmente un baño de masas, para regocijo del PP y, sobre todo, de Vox. En ningún momento condenó la agresión.

La tensión se extendió después a la misa celebrada en la catedral de València, que no tenía categoría de funeral de Estado, sino que era un acto convocado por el arzobispo. Los reyes decidieron asistir, obligando al Gobierno a participar en un acto religioso.

En privado, miembros del Ejecutivo reconocen la labor del rey, pero admiten que su agenda, al menos en esta etapa, está más volcada hacia lo que el PP y Vox esperan de él. Durante estos meses, la derecha y —especialmente— la ultraderecha buscan en Felipe VI la gran referencia institucional frente a Sánchez y lo utilizan abiertamente como arma arrojadiza en medio de un debate político cada vez más enfangado.

La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, llegó a acusar a Sánchez de ir “contra el rey”. “Se ve continuamente en distintos gestos, de distintas maneras, intentando que la figura de la Casa Real, de su majestad el rey, poco a poco vaya quedando en un plano en el que se hace como algo irrelevante”, explicó.

Hace unos días, Alberto Núñez Feijóo, en una declaración sin precedentes, reveló una conversación privada —que la Casa Real no tuvo más remedio que matizar— para decir que Felipe VI apoyaba su insólita decisión de plantar el acto de apertura del año judicial, presidido precisamente por el monarca, para no coincidir con el fiscal general.

Feijóo busca, cuando puede, el refrendo del rey a sus actos. Lo hizo de forma muy llamativa en 2023, cuando, después de las elecciones, buscó en la decisión del rey de proponerle como candidato a la investidura un reconocimiento de la victoria electoral que llevaba reclamando desde el día de la votación y que él vincula, contra toda evidencia jurídica, con un supuesto derecho a ser presidente.

Llamamientos golpistas

Vox es mucho más claro. Lleva años describiendo a un rey amenazado por Sánchez —en línea con Ayuso— sin que la Casa Real haya hecho nunca ningún gesto para desmentirlo. Su líder, Santiago Abascal, repite, cuando tiene ocasión, que el objetivo del presidente es “acabar con la Corona”. Y lo hace con llamamientos más o menos abiertos a que el jefe del Estado se rebele: todas las instituciones, llegó a decir después de que el rey firmase la ley de amnistía, deben hacer “un esfuerzo grande en defensa de sí mismas y de los intereses de España. Si no lo hacen, acabarán deslegitimadas por completo”.

Ese es el marco de la extrema derecha al que el PP se asoma ocasionalmente: que el rey, como institución, debe dar una “respuesta” a decisiones del Gobierno y del Congreso que, como la amnistía, “rompen” España. Debe “cumplir su función” y defender “la unidad nacional, la integridad territorial y la igualdad de los españoles ante la ley”, declaró en su momento la portavoz de Vox, Pepa Millán.

Hace dos años se llegaron a ver pancartas con el lema “Felipe VI, cómplice del golpe de Estado” en una manifestación en Barcelona a la que acudieron Feijóo y Abascal. En YouTube hay hasta vídeos confeccionados con inteligencia artificial que alimentan el deseo de que el rey dé un paso al frente y encabece un golpe para acabar con Sánchez.

Sea o no una estrategia deliberada, lo cierto es que, desde hace meses, el monarca no solo no se separa del marco de la derecha, sino que se sitúa cada vez más en él.

Los ejemplos se acumulan. No hay otro modo de interpretar la decisión del jefe del Estado de mantenerse al margen de todos los actos que conmemoran la muerte del dictador Francisco Franco, al que él debe, en última instancia, su cargo vitalicio y del que nunca se ha distanciado públicamente. La memoria lleva medio siglo siendo una de sus grandes asignaturas pendientes. “Nunca se ha hecho una apuesta decidida por desvincular la institución de la dictadura”, se lamentan desde hace años los colectivos memorialistas.

Sin discursos

Lo único que ha hecho, dentro de la programación oficial del aniversario, fue acudir a Mauthausen, el campo de concentración en el que los nazis asesinaron a miles de republicanos españoles. Pero sin discursos: solo una ofrenda floral y de vuelta a Madrid. Un recuerdo a la memoria de los españoles muertos a manos del nazismo; ningún gesto que reconozca a los que perdieron la vida por culpa de la rebelión fascista de 1936 o de la dictadura franquista que la siguió durante casi 40 años.

Cuando no tiene más remedio que aludir al pasado, el discurso del rey siempre es de equidistancia. En línea con la derecha, que no ve en la Guerra Civil un enfrentamiento entre demócratas y fascistas, sino una pelea entre hermanos. “Son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores ni reabra heridas cerradas”, llegó a decir al comienzo de su reinado.

Pero la realidad no siempre es neutral y eso acaba escorando su figura. Siempre hacia el mismo sitio. Ocurrió también en su último discurso de Navidad, en el que, hablando de la dana y sus consecuencias —producto en gran medida de la pésima gestión que hizo Carlos Mazón de la emergencia—, Felipe de Borbón equiparó la responsabilidad del Gobierno de Sánchez, que no tenía competencias sobre lo ocurrido, con la del Govern valenciano del PP.

Actos populistas —los hemos vuelto a ver con ocasión de los incendios, esta vez ya sin coincidir con Sánchez—, actitudes que refuerzan a la derecha y se distancian deliberadamente de la izquierda, pero nada de la prometida “regeneración pública” y la “modernización” que reclama la izquierda, tras años de continuo desgaste de la imagen de la institución a cuenta de los escándalos del rey emérito.

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No ha habido avances en transparencia, sobre todo presupuestaria, y mucho menos la prometida ley que regule la Corona y que, para muchos, debería abordar la cuestión de su inviolabilidad. Y eso que el presidente del Gobierno manifestó públicamente en repetidas ocasiones que estaría a favor de reformar ese precepto ante “la exigencia de ejemplaridad de la sociedad” y la necesidad de no dejar “espacio para la impunidad”.

Muchos ven además complacencia por parte del monarca con la extrema derecha en decisiones como la de recibir en audiencia en la Zarzuela a una representación de OKDiario, encabezada por su director, Eduardo Inda, precisamente el día en que la jueza de la dana, Nuria Ruiz Tobarra, denunciaba ante el CGPJ una “campaña difamatoria” contra ella instigada precisamente por este medio.

Y, mientras se suceden los gestos del agrado de la derecha, abundan los desaires a la izquierda. La Jefatura del Estado se vuelca en actos sociales, muchos de ellos relacionados con el deporte —y su contexto identitario—, desde los Juegos Olímpicos a las regatas en Baleares o el fútbol. Pero calla —incluso en redes sociales— en eventos tradicionalmente asociados con la izquierda, desde la celebración del Orgullo LGTBI al Día de la Mujer Trabajadora, pasando por la entrega anual de los Premios Goya, a los que nunca ha asistido Felipe de Borbón como monarca.

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