¡La banca siempre gana! Helena Resano
Desde Reagan (1981) la política de EEUU se ha ido desplazando, con Bush, con los demócratas centristas como Clinton, y por último con Trump, hacia una visión económicamente neoliberal (bajos impuestos, desregulación, privatización de los servicios), moralmente neoconservadora (familia en el centro, religión y tele-religión de fondo, cierta ética del trabajo duro) e institucionalmente escéptica en relación con el Estado como promotor del bienestar. Con el segundo mandato de Trump, estrechamente ligado a los lobbys Big Tech, y en parte gracias al avance de estas empresas durante la pandemia, esta línea de acción se ha extremado mezclando una serie de tendencias un tanto contradictorias, pero siempre resueltas al modo chapuza bajo el decisionismo presidencialista y antidemocrático. Esta mezcla de neoliberalismo, libertarismo y tendencia denominada “public choice” (elección pública) es patente. Su encaje neoliberal toma como referencia a Hayek y Milton Frieman, en tanto defensores de la eficiencia del mercado y de la libertad individual frente al Estado. Éste no debe limitarse a garantizar un marco legal y no intervenir dejando libertad de competencia. Sin embargo, si bien Trump cumple las primeras condiciones a rajatabla cuando va en detrimento de lo público, en estos últimos aspectos, rompe la tendencia y hace intervenir al Estado apoyando a ciertas empresas del ramo y no a otras, según convenga políticamente.
Hayek afirmaba en su crítica a la socialdemocracia que la “justicia social” era una ficción peligrosa por cuanto ejerce una coacción negativa sobre los elementos más productivos. Y atacando las bases constitutivas de la Europa social, se remontaba a los orígenes del liberalismo inglés, así escribía: “Whigs se denominaron, entre los anglosajones, los partidarios de la libertad, hasta que el impulso demagógico, totalitario y socializante que nace con la Revolución francesa viniera a transmutar su primitiva filosofía.” En contraposición a esta tradición institucional europea, para Hayek, el mercado es un orden espontáneo más eficiente que cualquier política Estado, pues las políticas redistributivas crean dependencia y desincentivan la productividad. Pero no nos engañemos, Trump no muestra interés teórico alguno ni busca coherencia, simplemente improvisa una justificación en el momento para sus socios, que ellos mismos le aportan (posiblemente vía Vance).
El libertarismo, hace ya tiempo teorizado por Ayn Rand y Robert Nozick, y desencadenado eufóricamente al albur de Trump como ansia de libertad por Miley, Bolsonaro y Ayuso, defiende los derechos de propiedad absoluta y coloca la libertad individual por encima del Estado. De ahí, el “Estado mínimo” (Nozick) y la consideración de la redistribución como un robo. Una de las principales inspiradoras de esta corriente, tras la II Guerra Mundial, Ayn Rand, defendía que la concurrencia de los individuos en libertad ejerce por sí misma una selección de los mejores, de modo que los méritos, la eficiencia, la utilidad y la calidad se imponen por sí mismas en la libre competencia. El teórico por excelencia del “Estado mínimo”, Robert Nozick, escribía: “La utopía es un marco para las utopías, un lugar donde las personas están en libertad de unirse voluntariamente para perseguir y tratar de realizar su propia concepción de la vida buena en la comunidad ideal, pero donde ninguno puede imponer su propia visión utópica sobre los demás.” Y el marco para esa utopía-marco es el “Estado mínimo”. No parece que Trump y los adalides de esta corriente en pos de la jibarización del Estado a costa de los servicios públicos, estén dispuestos a respetar la libertad ajena y desistan de su “utopía” depredadora.
Trump no busca coherencia en sus estrategias económicas, si acaso hay algún centro de gravedad en él es el casticismo rancio de los neocon
En cuanto a la tendencia “public choice” —elección pública—, se basa en planificar políticas que busquen rentabilidad. Y ésta deriva fundamentalmente del ataque a los programas y las políticas sociales y laborales. La política pública, pensaba Buchanan, no puede ser considerada en términos de distribución, sino de elección de las reglas de juego que puedan generar un buen patrón de intercambio y distribución. “Las preguntas sobre cuáles son las buenas reglas del juego están en el dominio de la filosofía social, mientras que las preguntas sobre las estrategias que los jugadores adoptarán dentro de esas reglas son del dominio de la economía, y es el juego entre las reglas (filosofía social) y las estrategias (economía) lo que constituye lo que James M Buchanan define como economía política constitucional”. En la elección de reglas, Buchanan trata de introducir la ética en esas estrategias, pero obvia que la economía no se mueve por normas éticas, sino, de modo determinante, por la competencia y el beneficio de quiénes poseen los medios. Ni Trump ni Elon Musk, ni Larry Ellison, ni Zuckerberg ni Bezos contemplarán esa dimensión ética, a menos que sus mercados, por algún motivo, les fuercen a ello. Pero sí estarán atentos a la crítica de Buchanan y estarán con él en que el Estado no es neutral, que los políticos y los burócratas buscan su propio beneficio y que las políticas sociales no son altruistas, sino instrumentos de poder generadores de clientelismo. Y además convendrá en que la intervención pública, lejos de corregir los fallos del mercado, produce otros del Estado.
Irving Kristol, fundador del denominado neoconservadurismo, decía que el capitalismo funciona bien y que satisface las necesidades materiales, pero no las "necesidades humanas “existenciales” del individuo, por lo cual provoca un malestar espiritual que amenaza la legitimidad del orden social (que, naturalmente, él imaginaba como natural). Bien, pues si a esta mezcla añadimos el condimento del neoconservadurismo, apoyando la moral tradicionalista, la familia, el mérito personal frente a la decadencia ética del Estado social, etc., tendremos ya los ingredientes para entender la justificación que urde el machismo de Zuckerberg, el supremacismo de Trump y Musk, la mitología del meritaje de los Techs y los “emprendedores” y la ranciendumbre y pastosidad familiar, con fiesta en Venecia incluida, de Jeff Bezos.
También nos haremos una idea de por qué los Techs poseen esa confianza en la capacidad propia para autorregularse y para la innovación, despreciando la ley del Estado que constriñe al individuo, detestan la norma colectiva, y se resisten a pagar impuestos. También comprenderemos su notoria alergia a las leyes antimonopolio o a la regulación de la privacidad y protección del consumidor y su obsesión por buscar marcos jurídicos que les permitan escalar el negocio, asegurar la propiedad (también la intelectual cuando es suya) y controlar los datos (fuente de riqueza).
¿Es Trump en esto un estratega? No lo parece. Creo que no hay que pensar en una influencia directa de estas tendencias teóricas en Trump, tampoco su equipo político parece dar muestras de ser concienzudo y experimentado. Trump no busca coherencia en sus estrategias económicas, si acaso hay algún centro de gravedad en él es el casticismo rancio de los neocon. Sin embargo sí hay influencia en los distintos equipos económico-estratégicos de Larry Ellison; en sus coodirectores ejecutivos Safra Catz y Mark Hurd o su equipo de altos ejecutivos; o en los de Zuckerberg; en su director de operaciones, Javier Olivan, que coordina el rendimiento y la eficiencia de las plataformas, en Susan Li, directora financiera (estrategia económica y presupuestaria), en Andrew Bosworth que lidera los Reality Labs y el desarrollo tecnológico, o en Chris Cox, que supervisa la estrategia de producto de todas las apps (Facebook, Instagram, WhatsApp, Threads, Messenger) o con relación a la IA, Alexander Wang, Yann Lecun, Nat Freedman, etc.
El pragmatismo del que hacen gala estos equipos, sus continuos ajustes de previsiones, su capacidad y eficiencia en el juego económico, su olfato inversor, no impide a los grandes magnates de las tecnológicas tener una visión de sí mismos mistificada como actores globales, proyectarla con tintes populistas y considerar a sus empresas como empresas estratégicas nacionales. La confirmación de esta imagen mítica de genios innovadores y díscolos, y de agentes por encima de los Estados, se la ofrece su propia propaganda. Y gracias al estrecho contacto con la Casa Blanca se han asegurado el caché y la influencia mundial. Ellos no sólo son los nuevos héroes de EEUU, medran en las políticas geoestratégicas y están por encima de la ley y del Estado como su aval político D. Trump. No hace mucho Ellison, el financiador del ejército de Israel, se jactaba de “poseer una base de datos sobre 5.000 millones de consumidores, mejor incluso que la de Facebook”. Y sobre Elon Musk, que posee las comunicaciones satelitales en la guerra de Ucrania, pesan serias sospechas sobre el volcado de datos en su manejo del DOGE para adelgazar la administración estadounidense. Zuckerberg, que construye el mayor cable submarino de 40000 Km que conecta los cinco continentes, inicia con Meta América, la recopilación de datos públicos para entrenar su IA en la Unión Europea. En fin, somos libres a la manera cervecera; libres y desregulados, pero estamos entrando en sus redes a todos los efectos.
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Sergio Hinojosa es licenciado en Filosofía por la Universidad de Granada y profesor de instituto.
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