¿Cómo pudimos dejar que pasase?

Carol García

Hace poco, planeando unos días en Cracovia, alguien me dijo que no consideraba imprescindible una visita a los complejos Auschwitz-Birkenau. Por si a alguien no le suena eran uno de los campos de concentración y exterminio usados por la Alemania nazi en la Polonia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. Y digo por si a alguien no le suena porque el argumento para justificar la “no visita” era que todo el mundo sabía de su existencia, de los horrores que allí habían ocurrido y por tanto no era necesario revisitar algo tan doloroso. 

A principios del siglo pasado, durante la Primera Guerra Mundial, el pueblo armenio fue masacrado en un genocidio que existió, aunque no llevara ese nombre. No fue hasta 1944 que se acuñó el término para describir los crímenes cometidos por los nazis, y cuatro años más tarde, la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio  estableció su definición jurídica.  

Quizá sepamos más acerca del ocurrido entre 1941 y 1945 gracias al cine o la literatura que a la historia impartida desde los diversos ámbitos educativos. Y precisamente por ello, ¿podríamos no estar considerando la gravedad de estos hechos como se merece? ¿Realmente podemos dimensionar el terror solo con verlo a través de una pantalla? El genocidio armenio existió sin nombrarlo, y ese horror no sirvió para prevenir el siguiente.

El genocidio armenio existió sin nombrarlo, y ese horror no sirvió para prevenir el siguiente

Al revisitar la historia, surgen preguntas. A la cuestión de ¿por qué no se rebelaron?, el guía que nos acompañó a través del que fuera gueto de Cracovia respondió que “hubo intentos, pero que las fuerzas eran demasiado asimétricas: débiles por el hambre y el trabajo forzado y sin armas, las posibilidades eran irrisorias”. Y según continuaba con sus explicaciones, otra pregunta, ¿Y por qué nadie hizo nada?, alguien dijo en voz alta “quizá no lo sabían”, pero el guía enseguida apuntó “Sí lo sabían, pero no se lo creían”. 

A nadie se le pueden escapar las similitudes ocho décadas después. Quizá la justificación sirvió en aquella ocasión, pero ni siquiera había acabado el siglo, cuando en 1995 leíamos sobre el genocidio en Srebrenica, donde fueron asesinadas 8 000 personas. Tampoco hicimos nada, aunque creerlo, lo creíamos. Ahora, gracias a los pocos periodistas que aún no han sido asesinados, lo tenemos presente en la pantalla 24 horas al día, pero seguimos sin hacer nada. ¿Es que no nos lo creemos? ¿Acaso la pantalla nos anestesia frente al sufrimiento como si fuese solo una película? Tendremos que esperar a que se pueda visitar una Gaza en ruinas con guía para llevarnos las manos a la cabeza y decir, mientras vemos los zapatos entre los escombros, ¿cómo pudimos dejar que pasase una vez más? 

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Carol García es socia de infoLibre.

Carol García

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