El blog del Foro Milicia y Democracia quiere ser un blog colectivo donde se planteen los temas de seguridad y defensa desde distintas perspectivas y abrirlos así a la participación y debate de los lectores. Está coordinado por Miguel López.
Europa y Trump: anatomía de un instante
Nos decía a los alumnos el insigne Felio Vilarrubias, director del curso de Protocolo del Estado que seguí hace varios lustros en la Escuela Diplomática, que la mejor definición que conocía sobre protocolo era la que repetía a menudo el otrora molt honorable Jordi Pujol: “el protocolo es la plástica del poder”.
De eso entendía mucho el influyente político catalán, al frente de la Generalitat de Catalunya durante 23 años y pieza clave en el tablero político nacional con todos los gobiernos, desde Suárez hasta Aznar. Nada como una buena foto para saber quién manda más. Los jefes de protocolo suelen andar de cabeza a la hora de sentar a la mesa o colocar a personalidades políticas, autoridades o grandes empresarios en el photocall, procurando que después del acto no ruede su cabeza. Contentar a todos es un difícil equilibrio para el que hace falta una exquisita mano izquierda.
Salvo en las fotos recurrentes de cumbres como las de la OTAN, la UE y otras grandes organizaciones, donde ya está establecida una norma que conjuga tradición, protocolo y estética escénica, en otras reuniones inesperadas no tienen por qué seguirse esas pautas, como ocurre en ocasiones en las que juega un papel preeminente la jerarquía simbólica del momento, aun a costa de obviar la diplomacia.
Cuando responsables políticos de alto nivel se reúnen para tratar asuntos de relevancia e incumbencia común, suelen hacerlo alrededor de una mesa rectangular o imperial alrededor de la cual se sientan las delegaciones a ambos lados, cuando se trate de dos partes negociadoras. En el centro de la mesa, a cada lado, se sienta habitualmente la persona de mayor relevancia de cada delegación, flanqueada a su derecha por la siguiente en jerarquía, a la izquierda el tercero y así sucesivamente. Es lo que se denomina “presidencia francesa”, en la que se pretende transmitir cierta igualdad.
En otro tipo de reuniones, más numerosas y con más delegaciones (nacionales, corporativas, sectoriales, etc.) se pueden utilizar mesas en “U”, en las que se fomenta la interacción entre los participantes. Es decir, la forma de la mesa se corresponde normalmente con lo que se quiere transmitir.
Pues bien, partiendo de esta base organizativa, quiero entrar en el detalle de un formato inédito que ha protagonizado el pasado mes de agosto el presidente estadounidense al recibir en Washington a una delegación europea representante de diversos países y organismos.
El propósito de la cumbre era poner fin a la guerra en Ucrania y fijar unas garantías de seguridad para el país atacado.
Se celebró una primera reunión formal en un salón de la Casa Blanca con los líderes, pero con muchos más asistentes y consejeros. El formato que usaron fue el de la mesa rectangular con presidencia francesa, es decir, un anfitrión en el centro, su interlocutor principal enfrente y el resto flanqueando a ambos, todos en pie de igualdad.
Pero Trump buscaba lanzar una imagen impactante al mundo y eso no bastaba. Quería una muestra gráfica que dejase claro quién manda, y para eso hacía falta llevarles a su redil, llevarles a la “intimidad” de su despacho oval.
Tomo prestado de una obra de Javier Cercas el título de este artículo para mi análisis de esa cumbre y del porqué de tan peculiar formato.
La instantánea dice más que mil palabras. En ella aparece Donald Trump, acomodado en su sillón presidencial, dirigiéndose a los ilustres visitantes —sentados en sillas auxiliares— en modo arenga, cual director de colegio llamando a capítulo a los alumnos más díscolos por las fechorías cometidas o por no seguir al pie de la letra sus indicaciones.
De izquierda a derecha, vemos a Mark Rutte, secretario general de la OTAN, escuchando atentamente a su “papi”, pues así se refirió a él durante la última cumbre de la Alianza (La Haya, 25 junio 2025). Daddy has to sometimes use strong language (Papi a veces tiene que usar un lenguaje duro) espetó entonces sin ningún rubor. Nunca se ha visto a un líder europeo, jefe de gobierno de los Países Bajos durante 14 años, mostrarse tan servil con un gobernante, por mucho que sea su “jefe” en la OTAN. El bochorno debe aún seguir impregnando las calles y canales de Amsterdam.
A su lado, Volodímir Zelensky, con su intérprete pegado a la oreja (el líder ucraniano se maneja bien en inglés, pero algunas ocasiones requieren precisión), comparece por enésima vez ante el “emperador” para que le ayude a detener la locura irredentista de Putin. En esta ocasión ha sido acompañado y arropado por otros líderes europeos, tal vez para evitar que el histriónico republicano le falte al respeto públicamente como ya lo ha hecho en otras ocasiones.
Le sigue a su derecha Alexander Stubb, el presidente finlandés que, aunque en principio no parecía muy justificada su participación en esa comisión avanzada de la llamada “coalición de voluntarios”, por su peso político en el conjunto de Europa, sí lo es por la vulnerabilidad de Finlandia, con sus 1.300 kms de frontera con Rusia. De suma importancia es también su relación personal con Trump, con quien ha logrado establecer tal afinidad, gracias al golf sobre todo, que le ha valido el sobrenombre de Trump whisperer (el susurrador de Trump).
Al lado se sentaba Emmanuel Macron, el presidente de la decadente V República Francesa, a juzgar por las sucesivas crisis de gobierno que encadena desde hace más de un año, la creciente contestación social y la mala praxis democrática al recurrir al decreto presidencial (art. 49.3 de la Constitución) cuando sabe que no puede sacar adelante una ley en el parlamento. Añadamos la falta de ética demostrada al recibir al multiconvicto Sarkozy en el Elíseo, a modo de despedida, días antes de que ingresara en prisión (me recuerda al abrazo de Felipe González a Barrionuevo y Vera a las puertas de la cárcel de Guadalajara). Cabe señalar que Macron, pese a su doble rasero demostrado en varias ocasiones respecto a los actos criminales de Putin y de Netanyahu, es de los pocos mandatarios europeos que se han atrevido a rebatir a Trump, públicamente, la política estadounidense sobre Palestina.
A la derecha del francés estaba el canciller alemán Friedrich Merz, valioso colaborador de la administración Trump en su apoyo sin límites a la limpieza étnica llevada a cabo por Israel en Gaza mientras exige más firmeza europea contra un Putin que “sabotea, espía y asesina”, según sus palabras. Recordemos que su predecesor, Olaf Scholz, tuvo que tragarse un enorme sapo cuando Joe Biden dijo ante su cara que pondría fin al oleoducto alemán Nord Stream 2 si Rusia atacaba a Ucrania. Y así ocurrió, con la inestimable ayuda de Noruega. Sigue siendo difícil de digerir que el país que cometió dos genocidios en el siglo XX (en Namibia y en Europa) haya estado apoyando las políticas genocidas del gobierno israelí en Gaza. ¿Puede el sentimiento de culpa colectivo de una nación, por su traumática historia y por el Holocausto, llegar a permitir, tolerar, no oponerse, a que el Estado-Nación judío a su vez expulse de sus tierras o extermine a los palestinos, a quienes consideran subhumanos? No olvidemos que hasta hace poco Alemania ha sido el segundo país exportador de armas a Israel, tras los EEUU.
A su lado, su compatriota y correligionaria Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha venido mostrando un apoyo incondicional a la respuesta israelí antes los atentados de Hamás mientras, con la boca pequeña, decía estar preocupada por la suerte de los civiles gazatíes. Con respecto a Trump y a sus agresivas políticas comerciales, Von der Leyen protagonizó recientemente una vergonzosa claudicación ante la administración Trump al firmar un acuerdo, respaldada por los 27, por el que la UE consigue rebajar unos aranceles del 30% a “solo” el 15% a cambio de invertir 680.000 millones de euros en compras de gas, petróleo, energía nuclear y armamento a Estados Unidos en los próximos tres años. Adiós definitivo al sueño de la tan cacareada autonomía estratégica.
Qué decir de la persona que tiene a su lado, la neofascista Giorgia Meloni, jefa del Gobierno de Italia, amiguísima de Trump (fue la única gobernante europea invitada a su toma de posesión y a la que piropea públicamente). En Bruselas no están muy seguros de si, en caso de grave crisis con los norteamericanos, querría más a mami UE o a papi Donald.
No era cuestión de despertar a la fiera. Mucho mejor que venga Stubb, debieron pensar...
Por último, y no menos importante, el premier británico Keir Starmer no podía faltar, of course. No pierde ocasión para salir en las fotos con Trump, pues su acelerada pérdida de popularidad en casa, incluso entre los laboristas, le hace agarrarse al clavo ardiendo de la adulación desmedida (sin llegar al sonrojo de la de Rutte). Hace pocas semanas, cuando recibió a Trump en Londres, le ofreció un paseo en carroza, con el rey Charles de anfitrión, pero esta vez sin público, no sea que algún desafecto le recuerde el nombre de Epstein y salpique de paso al hermano del rey. Una pompa y circunstancia que solo sirvió para alimentar tres egos —el del político, el del rey y el del “emperador”— pues el trayecto discurrió dentro del recinto de Windsor, entre el helipuerto y el palacio, con lo que todo el boato, parafernalia y fanfarria habituales quedaron para el petit comité de la guardia real, los fotógrafos y los caballos.
En fin, la performance del despacho oval salió al gusto del americano para demostrar que las riendas de Europa las sigue llevando él, por la vía fáctica de la OTAN o por la tecnológica y comercial con la UE. Del emperador naranja y sus estrambóticas apariciones en público ya me ocuparé en otra ocasión, aun a riesgo de sufrir bloqueos de mi pasaporte por parte de sus servicios migra, como me ocurrió recientemente cuando intentaba regresar a España, en vuelo directo, desde Ciudad de México.
En la cumbre hubo una ausencia notable: Pedro Sánchez, que no fue invitado a unirse a los líderes europeos, evitando así besar el anillo al primus inter pares. Por peso económico-demográfico en el conjunto de la UE, España tenía más razones para estar allí representada que Finlandia, pero a los visitantes no les convenía ir acompañados por quien había sido objeto, en varias ocasiones, de las iras de Trump por negarse a contribuir con el 5% del PIB al presupuesto de la OTAN (con el 2% vamos servidos, defiende Sánchez). No era cuestión de despertar a la fiera. Mucho mejor que venga Stubb, debieron pensar...
Nuestro presidente del Gobierno, desde que tiene responsabilidades políticas, goza de una especie de baraka que le hace salir indemne de las peores situaciones. Lo hizo hace más de una década en el seno del partido socialista, remando contracorriente (y al volante de su Peugeot) y frente a los poderosos barones territoriales. Lo volvió a hacer frente a la crisis sanitaria del covid y lo sigue haciendo ante la crisis interna de su partido con los casos de corrupción protagonizados por el tándem Cerdán-Koldo-Ábalos y los embites del nacionalismo casposo de Junts.
Sí que debió dormir tranquilo las noches siguientes al 18 de agosto sabiendo que no aparecía en la probablemente histórica foto de la humillación.