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Dejémonos de complejos

El otro día escuchaba en la radio a un corresponsal de un medio anglosajón contar cómo estaban siendo sus últimos días en España. Estaba a punto de dejar nuestro país tras varios años trabajando y viviendo aquí. Su próximo destino era Polonia y contaba cómo estaba viviendo estas últimas semanas, con una mezcla de tristeza y de nostalgia. Recordaba cómo se sintió cuando llegó, cómo nos veía y cómo, poco a poco, fue disfrutando de las pequeñas cosas que tenemos: de los cafés en una barra del bar a primera hora, de la conversación con un camarero que no conocía de nada, de los cielos azules en la primavera de Madrid. Describía nuestro estilo de vida de una forma tan maravillosa, de nuestra calidad de vida, que me sentí un tanto culpable, sí, culpable. Iba en el coche con mi hijo pequeño, escuchándole, en silencio y pensando en que era imperdonable que alguien de fuera viniera a recordarnos que aquí tenemos tantas cosas buenas, que no vivimos tan mal.

Estamos acostumbrados a escuchar y lamentarnos de todo lo malo que ocurre aquí, de situarnos siempre como los más torpes, lo más zafios, los menos preparados. Nos encanta sacar los ránkings en los que los españoles quedamos a la cola, de lo que sea, da igual el asunto o la materia. Pero los ponemos como ejemplo para decirnos a nosotros mismos y a los demás que “¿ves?, somos un desastre”. Hay muchos, cientos de aspectos que mejorar, cierto, pero nos olvidamos demasiado a menudo de que tenemos mucho más de lo que sentirnos orgullosos. Dejamos de poner en valor todo eso que, solo cuando salimos fuera, cuando vivimos en otro país, echamos de menos.

Yo misma siempre he anhelado vivir en Estados Unidos. Tengo esa espinita clavada, no haber sido corresponsal. Lo tuve cerca, lo rocé con los dedos hace muchos años y, quizás por eso, lo he añorado siempre. Pensé que me estaba perdiendo lo mejor, que allí encontraría experiencias, historias, vivencias que no podría encontrar aquí. Ya sólo con dominar bien el inglés y ser realmente bilingüe me parecía que hubiera valido la pena. Que mis hijos hubieran crecido allí era algo impagable. Todo eso lo he razonado y pensado durante años. Y no ha sido hasta hace muy poco cuando he sido consciente de que la vida me dio cosas mucho mejores. Una amiga con la que comparto horas de yoga me decía hace unos días exactamente lo mismo que contaba el corresponsal. Ella sí vivió en Estados Unidos, sí que fue mamá allí y, al poco de nacer su hija, se vino. Era consciente de que no era lo que quería para su hija, que vivir siempre sin una cobertura sanitaria y con el eterno miedo a que ocurriera un tiroteo en su escuela, en el supermercado o en un centro comercial la tenía paralizada. “Sabes que puede pasar, en cualquier sitio, en cualquier momento. Todo el mundo tiene un arma, y ¿cómo sabes dónde y cuándo va a decidir utilizarla?”. Así que se volvió: dejó su trabajo y se instaló de nuevo en España. Su hija ya tiene 6 años y no se ha arrepentido ni un minuto de su decisión.

No nos critiquemos con sarna por el mero hecho de criticar. Seamos conscientes de que lo que tenemos es valiosísimo

Decía ese corresponsal al que, lo siento, no pude poner nombre, no llegué a tiempo, que se sorprendía todavía, tras tantos años viviendo aquí, cómo éramos capaces los españoles y especialmente la clase política, de intentar destruirnos. De boicotearnos a nosotros mismos. En esto somos, admitámoslo, auténticos especialistas: tenemos un absurdo complejo de inferioridad. Nos encanta ese victimismo barato de decir que aquí tenemos lo peor cuando, lo estamos viendo a diario, exportamos talento una y otra vez. El miércoles por la noche saltaba la noticia de que Mark Zuckerberg ha nombrado como número dos de la compañía a Javier Oliván, un español, de Sabiñánigo, que estudió aquí y que, según me contaba una amiga que le conoce, tenía toda la intención, antes de su nombramiento, de volverse a vivir a España. Supongo que su nuevo cargo le obligará a posponer esos planes, un poco o un mucho, quién sabe. Pero vamos: que tenía claro que la vida la quería vivir aquí.

Pensemos un poco más en eso, disfrutemos y pongamos en valor un poco más todo eso que tenemos. No nos critiquemos con sarna por el mero hecho de criticar. Seamos conscientes de que lo que tenemos es valiosísimo. 

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