El aleteo de una mariposa de Monteolivete provoca un tornado

“Aquella mañana acompañé a mi madre al banco”. Si algún día me atrevo a cambiar de género literario y pruebo con el thriller, quizás use esta frase como arranque de novela. Aunque con esa premisa literaria, también podría construir un buen drama. Una de las experiencias más frustrantes, tristes y devastadoras de la vida de hoy es acudir con tus mayores al banco y ser testigo del borrado a toda una generación.  

Ya conocen a Carlos San Juan, el médico jubilado de Monteolivete que con 78 años ha montado una revolución. Sí, una revolución, lograr que se haya escuchado a todo trapo una queja que bullía bajito, a diario, en cada sucursal, sin que nadie hiciera ni pajolero caso, es revolucionario.

La queja era un murmullo, un lamento entre dientes de los clientes mayores por el abandono y el ninguneo de “su banco de toda la vida”. No es una exageración, en esa generación la relación banco-cliente es más longeva que muchos matrimonios. Ellos y ellas fueron alimentando con sus cartillitas el músculo banquero desde que cobraron las primeras perras, cuando estaban hasta arriba de colágeno.   

La queja era también un zumbido, el cabreo de los hijos, de las hijas, yo me pillé alguno importante. Se escuchó mi voz en alguna sucursal de mi barrio, en modo enfado monumental. ¡Con la vergüenza que me da quejarme en público! Arrastro el trauma de la niña tímida que se ponía roja si su madre le mandaba a devolver la leche cortada en la lechería. Pero es que me hervían la sangre y la mala leche de rabia e impotencia:

"Pero, vamos a ver ¿a quién se le ha ocurrido prestar solo atención en ventanilla durante dos horas al día y que sean, precisamente, las primeras de la mañana? ¿Sabe usted cuánto tiempo necesita una persona anciana para “ponerse en marcha” y salir a la calle? ¿Y si no se maneja en el cajero? ¿Y si no tiene internet? ¿Y si tiene internet pero la app le resulta complicada de manejar? ¿Que eliminan la cartilla? ¡Pero si a ella lo que le da tranquilidad es ver sus movimientos en papel!"

Y si se sumaba a mi cabreo la cara de “y a mí qué me cuenta, señora” de algún empleado carente de toda empatía, ni te cuento. Hubo uno al que le faltó cantarme por Sandro Giacobbe: “lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo”. No volví a esa sucursal nunca más, pero antes de despedirme le recordé que, si tenemos salud, a viejos llegamos todos. A veces, al otro lado de la ventanilla de la vida, se nos olvida ese pequeño detalle…

En alguno de aquellos rebotes en voz alta se me unieron con entusiasmo señoras y señores que podían ser mis padres, aunque no lo fueran, desconocidos que se reconocían en esa foto de grupo de los invisibles. Pero el activismo no pasó de un hervor transitorio que se enfriaba al abandonar la sucursal. Escribí algo por aquí, creo recordar, lo comenté alguna vez en la radio, pero realmente me subí a esa bici estática y concurrida del “es lo que hay”. 

Carlos sí hizo lo que hay que hacer, Carlos “se puso en marcha” y convirtió su frustración, su tristeza, su enfado, su sensación de injusticia –esos sentimientos de tantos y tantas– en acción

Pero Carlos no. Carlos sí hizo lo que hay que hacer, Carlos “se puso en marcha” y convirtió su frustración, su tristeza, su enfado, su sensación de injusticia –esos sentimientos de tantos y tantas– en acción. Y hay que darle las gracias una y otra y otra vez.

Carlos no quiere parar, quiere cerciorarse de que no queda todo en una foto, oportunísima, de una vicepresidenta a la puerta de su ministerio o de alguna declaración de intenciones de un par de entidades.

Carlos tiene ánimo para continuar, pero reconoce que en ocasiones estas luchas se pierden por cansancio de quien las inicia. Y no podemos dejar que sea así. Carlos se merece que el murmullo y el zumbido se oigan bien alto. Ahora que él ha iniciado el camino, no podemos seguir asumiendo el borrado como algo inevitable.

Los viejos existen y son ciudadanos de primera, como todos, y han de tener acceso a la vida de todos. Y no solo en los bancos, también en las consultas médicas, en los transportes públicos, en cada gestión administrativa, en cada establecimiento y hasta en el ocio. Que el aleteo de una mariposa de Monteolivete provoque por fin un tornado. GRACIAS, Carlos, no eres mi padre pero podrías serlo, estoy orgullosa de ti.

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