Juan de la Cruz, místico subversivo de ojos abiertos Juan José Tamayo
Esta última noche que hemos tachado del calendario ha sido disfrutada o sufrida en soledad por muchos que jamás imaginaron una Nochebuena así. Aunque hace justo un año no fueron pocos los que ya vivieron su primera experiencia como solistas en navidades.
El puto bicho ha democratizado la soledad navideña y este año alcanza, casi por sorpresa, a gentes de aquí y de allá. Y va capturándolas sin aspavientos, sin ruido, a golpe silencioso de positivo en un test. Y el castigo más leve al que somete a sus víctimas es la soledad en tiempos de reunión.
Pero es esta una extraña soledad compartida con otros a modo de oxímoron. Porque, a través de las redes sociales, muchos llenan su vacío contando que les ha tocado el papel individual y al saberlo se les van sumando otros solistas que han corrido la misma—mala— suerte, tantos como para formar un coro que podría ejecutar el Mesías de Händel con solo abrir las ventanas… para ventilar…
El puto bicho ha democratizado la soledad navideña y este año alcanza, casi por sorpresa, a gentes de aquí y de allá. Y va capturándolas sin aspavientos
Pero todos sabemos que siempre hubo quien vivió así estas fechas. Lo sabíamos incluso en los años “normales”, ¿recuerdan? Aquellos en los que no había un virus sobrevolando las luces navideñas. Lo sabíamos cuando íbamos escondidos tras montañas de regalos, botellas y gambas a llamar al timbre de quienes nos recibían. Lo sabíamos cuando abríamos con delantal de gala a los que venían a nuestra casa. Entonces ya sabíamos que siempre hay alguien que decide estar solo o al que le dejan tal cual, aunque prefiera otra opción…
Sabíamos también que siempre hay solos en mesas plagadas de gente. Que hay multitud de solos rodeados de familias numerosas. Que hay legiones de solos inmersos en un griterío coral. Y sabíamos de los solos inconsolables, aquellos que han perdido a quien más querían y se sienten incapaces de verle la gracia a la vida.
Lo sabíamos y lo sabemos, a poco que miremos a nuestro alrededor. Lo sabíamos y lo sabemos, a poco que nos miremos por dentro. Lo sabíamos y lo sabemos porque alguna vez, ese solista tan aparentemente acompañado, has sido tú.
Por encontrar algo positivo —positivo de verdad— al protagonista de esta pesadilla tan pesada, quizás este ejercicio involuntario al que nos somete, esto de forzarnos a la soledad no escogida, esto de obligarnos a retozar con esa amante inoportuna de la que hablaba Sabina, sea un aprendizaje valioso. Tal vez sirva esta dolorosa experiencia como confirmación de que la única soledad que nos destruye es la que nos impide sentirnos en paz cuando estamos a solas con nosotros mismos.
Queridos lectores, gracias por hacerme sentir siempre tan bien acompañada. Ánimo y mis deseos de pronta recuperación para los que han caído en las garras del virus y para los enfermos de todo lo demás. Y para los bien acompañados, disfrútenlo sin dosificar, a todo lo que dé el disfrute. Feliz Navidad.
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