La Gran Regresión

Mi argumento es que vivimos una etapa en el mundo que me gustaría bautizar como “La Gran Regresión”. Por la Gran Regresión, quiero denotar un proceso por el cual la democracia está involucionando, está yendo hacia atrás, está desandando su camino de forma irremisible. La Gran Regresión es mucho más que lo que en inglés se suele identificar con la expresión “democratic backsliding”, que podríamos traducir como retroceso democrático. Mi metáfora favorita para describir cuál es el fenómeno al que intento hacer referencia es el “big bang”: como sabemos, para algunos científicos, después de un período de gran expansión del universo, le sucederá otro periodo de gran retracción, de “big crunch”, de tal manera que volveremos al principio de los tiempos, a un momento anterior a la producción del “big bang”. Estamos justamente en este proceso, estamos volviendo a un periodo anterior al surgimiento de la democracia. Lo ilustro de forma macro, meso, y micro.

Desde un punto de vista macro, lo que nos dicen las encuestas de opinión y los índices que preguntan por y analizan el estado de nuestras democracias, es realmente alarmante. V-Dem, un conocido y respetado índice de la democracia en el mundo, dice –en su edición de 2025– que mientras que en 2004 solamente el 7% de la población vivía en autocracias, ahora lo hace el 38%. Es decir, en solamente 20 años, el ascenso de las autocracias ha sido exponencial en el mundo. Si lo miramos desde la perspectiva de la confianza, que es la argamasa de la democracia, los índices de confianza, de acuerdo con el World Values Survey, en su última oleada, se han erosionado hasta unos límites casi insoportables: un 66,5% de la gente no confía “nada en absoluto” o “no mucho” en los parlamentos, la sede de la soberanía popular. La confianza es a la democracia como el oxígeno a la vida: sin confianza, la democracia muere. Más allá de ello, estamos asistiendo, con la irrupción de nuevas tecnologías como la IA, a una situación en el mundo en el que no es que ya nadie crea en nada, sino que lo que la gente cree es que todo es mentira. El matiz es importante. En el asunto Kohls versus Bonta, recientemente decidido por un Tribunal Federal del Estado de California, el juez insiste en que la mentira (se trataba de una deepfake que ridiculizaba a Kamala Harris difundida por Elon Musk) solamente se combate con la verdad, no con regulación al efecto. Pero, ¿cómo se puede seguir manteniendo el dictum de que “truth is the best remedy against lie”, en un contexto en el que la gente piensa que todo es mentira?

Estamos volviendo a un periodo anterior al surgimiento de la democracia

En el nivel meso, en el de los Estados, estamos asistiendo a un ascenso sin límites de los partidos populistas de extrema derecha. Como nos advierten los que examinan de cerca este fenómeno, los objetivos de estos populismos son similares a los de antaño (quebrar la democracia) pero sus métodos han evolucionado y se han hecho mucho más sofisticados. Ya no pretenden atacar al sistema desde fuera, sino que lo están haciendo desde dentro, insertándose en él, empleando todas las herramientas de las que les dota el sistema legal, aprovechando todos los mecanismos de los que les provee el propio sistema democrático, utilizando los medios de comunicación, etc. No se trata de un ataque desde fuera, de un cuestionamiento del sistema desde una perspectiva externa, sino que se trata de romperlo desde dentro. A ello le tenemos que añadir, además, el hecho de que la gente cree que todo es mentira, como decíamos más arriba; lo cual favorece este asalto desde dentro: cuando Vox dice que expulsará a millones de inmigrantes si llega al poder, la gente reacciona con una mueca de incredulidad, como suele hacer frente a todo lo que es político en nuestro mundo: “eso nunca pasará”. Pero, ¿y si nos estuvieran diciendo la verdad?

Me preocupa, además, sobremanera, el nivel micro, el de las personas, el de todos nosotros. En una reunión de intelectuales y académicos a la que asistí hace unas semanas, alguien dijo que la idea de que la ley era la “declaración” de la voluntad general, tal y como dijera en su momento Rousseau en El Contrato Social, era un “residuo del pasado”, sin reparar siquiera en que nuestra propia Constitución de 1978 dice algo similar en su preámbulo. Me encuentro cada vez más en la triste situación de que hay que defender la democracia como tal; lo que, hace simplemente unos años, parecía algo dado, algo que asumíamos sin más, tiene que ser recordado e incluso defendido hoy en día. Estamos hablando de círculos intelectuales, que de alguna manera representan las corrientes sociales del momento, pero que, al mismo tiempo, las azoran y vigorizan, legitimando el discurso que escuchamos fuera de los seminarios y de las universidades.

En Albania, el primer ministro, Edi Rama, nombró a principio de este año como ministra de su gobierno a Diella, un sistema de Inteligencia Artificial. Diella tendrá, entre otras funciones ministeriales, la de mejorar la accesibilidad de los ciudadanos a los servicios públicos, la digitalización de los documentos públicos y los procesos estatales. Valoren ustedes, prefiero no incluir ningún comentario adicional. Por cierto, esta noticia es verdad y pueden consultarla aquí.

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Antonio Estella es catedrático Jean Monnet "ad personam" de Gobernanza Económica Global y Europea en la Universidad Carlos III de Madrid.

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