El futuro de la izquierda

La división interna, el fracaso de su política territorial y la dificultad para marcar la agenda lastran a Sánchez

El secretario general de l PSOE, Pedro Sánchez, en una acto político en A Coruña.

Dentro de dos meses, exactamente el 21 de mayo, se cumplirá el primer aniversario de la contundente victoria de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz en las primarias del PSOE. Un triunfo construido entre otras ideas sobre un discurso de izquierdas, que anticipaba una dura oposición al PP, y una propuesta territorial que pasaba necesariamente por una ambiciosa reforma de la Constitución.

En este tiempo, a Pedro Sánchez y a su equipo se le empiezan a acumular los problemas: la división interna sigue prácticamente tan viva como el primer día, el discurso territorial se ha ido diluyendo hasta casi desaparecer y la construcción de una identidad política nítidamente distanciada del PP se ha desdibujado por el apoyo cerrado que el PSOE ha prestado a la decisión de Mariano Rajoy de intervenir la autonomía catalana. infoLibre examina a continuación las principales dificultades a las que se enfrenta el proyecto de Sánchez (las citas que encabezan cada apartado están entresacadas del documento Por una nueva socialdemocracia, el programa con el que Pedro Sánchez ganó las primarias de 2017).

  1. La unidad que no llega

“Nuestro objetivo es volver a unir a todo el socialismo español en torno a un proyecto atractivo e ilusionante”

La profunda grieta que se abrió entre el PSOE que promovió la caída de Sánchez, la abstención en la investidura de Mariano Rajoy y la candidatura de Susana Díaz a la Secretaría General y el PSOE que ganó las primarias con un respaldo incontestable de los militantes sigue abierta, es profunda y no tiene visos de cerrarse.

Durante sus primeros meses de vuelta a la sede de la madrileña calle Ferraz, Sánchez y los suyos se han aplicado, en el terreno orgánico, a la tarea de asegurar el máximo control posible del aparato del partido y han tejido, sin resistencia activa por parte de los perdedores, un reglamento interno que desactiva los resortes tradicionales con los que los barones habían condicionado hasta ahora las decisiones internas del PSOE durante los últimos cuarenta años.

Tras los congresos territoriales que siguieron al federal, el nuevo mapa de poder orgánico en el PSOE dividió el partido en dos mitades claramente desiguales. De un lado, tres barones situados en el sector crítico: Lambán (Aragón), Page (Castilla-La Mancha) y sobre todo Susana Díaz (Andalucía). Del otro, al menos doce federaciones afines a Sánchez (Cataluña, Madrid, Illes Balears, Castilla y León, Galicia, Navarra, Euskadi, Murcia, Asturias, Canarias, Cantabria y La Rioja). A las que hay que sumar, con matices, otras dos: Comunitat Valenciana y Extremadura, porque no son pocas las voces que sitúan sus dos secretarios generales, Ximo Puig y Guillermo Fernández Vara, a medio camino entre las dos facciones.

 

Pedro Sánchez y Susana Díaz se saludan en Alcalá de Henares (Madrid) durante una reunión del Comité Federal del PSOE.

Durante los meses transcurridos desde las primarias, que se celebraron en mayo de 2017, los críticos han dejado hacer, casi siempre en silencio, conscientes de la dureza de la derrota que les infligieron los militantes socialistas. Han mantenido las formas, a pesar de la ofensiva orgánica planteada por el sanchismo y de las discrepancias que aún mantienen con algunas de las posiciones que está manteniendo el partido —no en relación con el cierre de filas sobre Cataluña, que han compartido con entusiasmo, pero sí en temas como la financiación autonómica, el cupo vasco o más recientemente la prisión permanente revisable—.

El reglamento de primarias, al que los críticos no han plantado cara convencidos de la imposibilidad de parar el modelo de partido que Sánchez se ha propuesto construir con el aval de los militantes, y sobre todo el caso Elena Valenciano, abierto después de que la dirección decidiese no respaldar el deseo de la ex número dos de Alfredo Pérez Rubalcaba de optar a la Presidencia del grupo socialista en el Parlamento Europeo, fueron suficientes para colmar la paciencia de los críticos. Sus principales representantes, Rubalcaba desde la reserva y Díaz desde el poder institucional, encabezaron un plantón que dejó en evidencia el intento de Sánchez de escenificar la unidad y su fracaso a la hora de coser el partido.

  Son muy pocos los partidarios de Díaz que han recompuesto la relación con Sánchez

Del sector del PSOE que dio la espalda a Sánchez en 2016 son muy pocos los que han recompuesto, o están en trance de recomponer, la relación con el secretario general. La lista es muy corta: la encabezan Patxi López, adversario en las primarias y hoy responsable de Política Territorial de la Ejecutiva, y el barón extremeño, Guillermo Fernández Vara. Y la completan el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y quien fuera su mano derecha en el partido, José Blanco. Algunos suman también a esta breve nómina al alcalde de Vigo y presidente de la FEMP, Abel Caballero, aunque en este caso es común la creencia de que se trata de un acercamiento más institucional que político.

Con todo, y a pesar de la visibilidad que el partido regaló a la disidencia al darle la oportunidad de dejar sus sillas vacías en la reciente Escuela de Buen Gobierno, que el propio Sánchez había anunciado como el el escenario de la reconciliación, los críticos están lejos de ser una fuerza organizada. Hablan entre ellos, comparten análisis, pero evitan que sus opiniones fragüen en iniciativas concretas.

 

Pedro Sánchez se dirige a los asistentes a la reunión del Comité Federal del PSOE celebrada en Aranjuez (Madrid).

Son conscientes, según uno de sus integrantes, de que es imposible remover de su silla a Pedro Sánchez. Los críticas se han resignado a esperar el desastre electoral que a estas alturas consideran inevitable. Escocidos todavía por el fracaso de Susana Díaz, han asumido que sólo una nueva derrota en las urnas del secretario general y un fracaso en el tercer intento de asaltar la Moncloa pueden poner en marcha la combinación de fuerzas que calculan necesaria para disputar a Sánchez la Secretaria General.

Lo que exige, además, la aparición de un nuevo liderazgo. Nadie da nombres; falta aún demasiado tiempo, pero los más nostálgicos imaginan un regreso triunfal de Eduardo Madina, un político joven, de absoluta confianza de Rubalcaba, que como diputado perdió las primarias a las que acudió Sánchez por primer vez en en 2014 y que terminó abandonando el Congreso tras la segunda victoria del actual secretario general para dar más nitidez a su desmarque del equipo actual.

Es verdad que la oposición interna a Sánchez no “pasa de un runrún”, no hay actividad organizada contra la dirección, reconocen los críticos. Otra cosa es que el malestar aflore en situaciones como la provocada por la Escuela del Buen Gobierno, “porque lo que no puede ser es que te marginen y encima te inviten a hacerte una foto de unidad”.

Ambas partes, sanchistas y críticos, se echan la culpa de que las cosas estén muy lejos de normalizarse y se reprochan mutuamente no haber dado los pasos que hacían falta para cerrar las heridas. La dirección acusa a sus adversarios internos de no haber sabido aceptar el resultado de las primarias; los críticos siguen echando en falta diálogo sincero y una auténtica voluntad de integración.

  2. El modelo territorial encalla

“Una reforma constitucional federal debe perfeccionar el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado”

El modelo territorial de Pedro Sánchez fue una de sus señas de identidad durante la larga, larguísima campaña de las primarias. Y se convirtió en un objetivo oficial del partido: reconocimiento del carácter plurinacional de España, incluyendo el estatus de nación para, al menos, las comunidades históricas, y una reforma federal de la Constitución que sirviese de paso para resolver el contencioso con Cataluña, que ya entonces se dirigía a la crisis política sin precedentes que acabó estallando en otoño.

Sánchez y su equipo diseñaron toda una estrategia destinada a llevar ese debate al Congreso. Idearon una comisión de evaluación del Estado Autonómico y negociaron la participación en ella de PNV, PDeCAT, Unidos Podemos, PP y hasta Ciudadanos. A través de esa comisión pretendían abrir en seis meses la reforma de la Constituciónseis meses para, entre otras cosas, adaptar el encaje de Cataluña en España a los deseos de la mayoría de los catalanes.

Esa estrategia descarriló con el procés. La actitud del Gobierno con los independentistas, especialmente la represión policial el 1 de octubre, dejó al PSOE como único compañero de viaje del PP y Cs no sólo en la defensa del marco constitucional y de la aplicación del artículo 155 sino en la comisión territorial del Congreso, de la que se dieron de baja el resto de los partidos.

  Sánchez ha enterrado su discurso en materia territorial

Ya cuando se estaba aplicando el articulo 155 y en plena campaña para las elecciones catalanas del 21D, Sánchez acabó enterrando su discurso en favor del reconocimiento de la España plurinacional. Una decisión que motivó incluso el malestar de una parte del sanchismo, que veía cómo una de las tesis política clave de la nueva dirección se estaba viendo hipotecada por el corsé de la alianza con el PP y Ciudadanos.

Tal fue el giro del PSOE que en enero el profesor universitario José Antonio Pérez Tapias, exportavoz de la corriente interna de Izquierda Socialista y exmiembro del Comité Federal, al que en 2014 apoyó el 14% de los militantes para que se convirtiera en secretario general y que había sido uno de los pocos dirigentes que defendió a Sánchez cuando la vieja guardia forzó su dimisión, acabó rompiendo su carnet del partido. En noviembre había pedido a la dirección en España y en Cataluña que hicieran “autocrítica” de su papel en la crisis independentista y pasasen a defender la celebración de un referéndum legal pactado como la única solución posible del problema. Una demanda que tenia el apoyo del 80% de los catalanes pero que la dirección federal prefirió no hacer suya.

 

El líder del PSC, Miquel Iceta, y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.

El resultado de las elecciones catalanas, en las que el PSC quedó lejos de sus expectativas, disipó aún más al discurso territorial de los socialistas. Pedro Sánchez desterró definitivamente este asunto de su agenda y pasó a centrar todas sus intervenciones en las propuestas sociales, desde las pensiones a la igualdad.

Paradójicamente, el golpe de gracia a la estrategia territorial del PSOE se la ha dado hace apenas unos días Ciudadanos al abandonar con un portazo la comisión de evaluación del Estado Autonómico, en la que ahora los socialistas sólo cuentan con la presencia del PP. La ausencia de otros interlocutores acaba con cualquier posibilidad de que la comisión pueda convertirse, como pretendía la actual dirección socialista, en la llave que abriese la reforma constitucional sobre la que Sánchez había construido su solución para el conflicto catalán.

Para colmo, ni siquiera la unidad de acción entre la dirección federal y el PSC parece estar a salvo de la crisis de discurso en la que ha entrado el socialismo en esta materia. Desde el 21D y hasta ahora PSOE y socialistas catalanes defendían lo mismo (corresponde a los partidos independentistas, que tienen mayoría absoluta en el Parlament, resolver la situación y deben hacerlo con un candidato que cumpla la ley), pero este sábadoMiquel Iceta se salió del guión. El PSC ha pasado a defender un gobierno de concertación con la participación de todos como fórmula para hacer frente a la excepcional crisis institucional y política que vive Cataluña, especialmente agudizada tras los procesamientos dictados por el Supremo y por la detención en Alemania del expresidente Carles Puigdemont. Una idea que rechazan en Ferraz.

  3. La distancia con el PP

“Es primordial que el PSOE aparezca ante la opinión pública como un partido capaz de situarse ante la ciudadanía como una alternativa política netamente diferenciada, y no subordinada a la ideología neoliberal y a las políticas del PP”

Fue uno de los mensajes que más ayudaron a Sánchez a conseguir el apoyo mayoritario de los militantes y regresar a la Secretaría General del PSOE bajo el lema “no es no”, después de que sus adversarios, agrupados en torno a Susana Díaz, hubiesen avalado la decisión de facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Desde el primer momento, Sánchez se aplicó a su objetivo de apuntalar la identidad de izquierdas del partido para frenar el trasvase de voto a Podemos y sentar las bases de una alternativa de izquierdas a Mariano Rajoy que tuviera a los socialistas en el centro de gravedad.

Para conseguirlo, la dirección socialista no sólo definió sus prioridades en materia social, dispuesta a dar la batalla desde el primer momento en asuntos tales como las pensiones, la reforma laboral, la dependencia, la educación o las políticas de igualdad, sino en materias tan espinosas como la actualización del modelo territorial diseñado en la Constitución de 1978.

La crisis catalana, sin embargo, dio muy pronto al traste con los planes de Sánchez. A pesar de su resistencia inicial —en un primer momento tanto él como Miquel Iceta reclamaban una solución política negociada—, el PSOE acabó sumándose a la estrategia de Mariano Rajoy para hacer frente al desafío secesionista exclusivamente con medios judiciales, policiales y, cuando el Parlament proclamó la independencia de la república catalana, con la intervención de la autonomía mediante la aplicación del articulo 155 de la Constitución. La posición del PSOE apareció, a partir de ese momento, indisolublemente ligada a la de Rajoy. De hecho, los contactos entre ambos líderes, inexistentes hasta esa fecha, se volvieron frecuentes.

 

Mariano Rajoy saluda a Pedro Sánchez en la puerta del Palacio de La Moncloa durante uno de sus encuentros para abordar la situación en Cataluña.

Superada la cita electoral catalana, con tan magros resultados para el PSC —lo que muchos analistas relacionan con las dificultades de los socialistas para marcar un discurso propio que les distanciase del PP—, Sánchez se apoya en la agenda social del partido para tratar de dibujar un perfil propio. Desoye desde entonces los cantos de sirena que periódicamente le llegan desde Moncloa, bien para pactar la política del agua, bien para hablar de financiación autonómica bien para que apoyen el proyecto de Presupuestos, que no podrán salir adelante sólo con la ayuda de Ciudadanos. Pero la agenda política no siempre le ayuda: hace pocos días votó con la derecha a favor de mantener el delito de injurias al rey que los tribunales europeos han invalidado y acabó retratándose con el PP para mantener en toda su vigencia la ley preconstitucional de amnistía de 1977, que todavía hoy garantiza la impunidad de los crímenes cometidos por la Dictadura franquista.

  4. Un grupo poco cohesionado

“Para lograr el apoyo de la mayoría social, es primordial que el PSOE no proyecte la imagen de una organización que sufre divisiones internas, sino que aparezca ante la opinión pública como un partido unido y cohesionado y con un liderazgo social leal e integrador”

Pedro Sánchez regresó al liderazgo del PSOE pero no a su escaño en el Congreso de los Diputados, al que renunció en octubre de 2016 para no verse obligado a facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Aquel golpe de efecto privó al renacido líder socialista de una presencia en la Cámara que muchos consideran esencial para construir una alternativa política, porque es en el hemiciclo donde los líderes de la oposición confrontan con el presidente del Gobierno.

La solución elegida por Sánchez fue poner al frente del grupo a su fichaje estrella de las elecciones de 2016, la magistrada del Tribunal Suremo en excedencia Margarita Robles, que ni siquiera milita en el el partido. Y su papel como portavoz del PSOE, especialmente cuando le tocan los cara a cara con Rajoy, un especialista en los toma y daca parlamentarios, no está siendo del agrado de casi nadie, ni siquiera de quienes simpatizan honestamente con ella dentro el grupo parlamentario. Los críticos, mucho menos dispuestos a los paños calientes, la consideran directamente el epítome de cómo no conectar con los ciudadanos.

De lo que ocurre en el grupo socialista del Congreso trascienden periódicamente los críticas que algunos de sus miembros dejan caer a través de la prensa y que evidencian la existencia de malestar entre los diputados menos afines a Sánchez por su supuesta marginación en las tareas parlamentarias. Y no sólo por la organización del trabajo, sino por las prioridades que se fijan cada semana y que dependen de la Ejecutiva Federal. Algunos diputados creen que el partido está perdiendo la batalla por la iniciativa política frente a Unidos Podemos, que se adelanta en la tramitación de propuestas sobre las pensiones o sobre igualdad. Y critican otras iniciativas, como la que defendió que el crecimiento de los sueldos de los políticos se iguale al de las pensiones, enviando el “mensaje equivocado” de que el problema de la Seguridad Social son los salarios de los representantes públicos.

 

La portavoz parlamentaria del PSOE, Margarita Robles, interviene en la sesión del control del Congreso.

Otros parlamentarios se quejan de que, en debates como el de la derogación de la prisión permanente revisable, el partido no haya tenido cintura suficiente como para aparcar la cuestión a la espera de lo que diga el Tribunal Constitucional en un momento en el que la opinión pública, espoleada por la derecha y una parte de los medios de comunicación al calor del asesinato de un niño en Almería, exige su mantenimiento. La decisión de levantarse de la mesa de negociación del pacto educativo o la demanda a Rajoy de una moción de confianza si no presentaba los Presupuestos también han suscitado críticas internas.

La consecuencia de este estado de cosas es que en el seno de los grupos parlamentarios del Congreso y del Senado, quienes no se identifican con Pedro Sánchez y su equipo se mueven entre la “resignación” y la “desesperanza”.

“En primera línea están los de tercera”, sostiene uno de ellos. Los políticos de primera, razona la misma fuente, son “los que sintonizan con rapidez con los ciudadanos”. Pero “aquí el problema es que no se conecta con la gente, los ciudadanos no saben qué decimos”.

  “Los ciudadanos no saben qué decimos”, lamentan los críticos

Los críticos no creen que el problema sea la ausencia de Sánchez del Congreso: “Sobran mil plataformas desde las que transmitir el mensaje; el problema es de falta de conexión, no tener capacidad de transmitir, de tener un discurso”. Construir una agenda política basada en las pensiones, los derechos sociales o la igualdad no sirve de mucho si Sánchez y su equipo no son capaces de “colocar sus mensajes en la ciudadanía”, lamentan.

Un día tras otro, con multitud de actos, ruedas de prensa en la sede federal o comparecencias en el Congreso, la dirección del PSOE se esfuerza por fijar un mensaje propio, generalmente vinculado a la agenda social. Pero los discursos “no calan” y los titulares de prensa acaban dirigiendo la atención a territorios más incomodos para los socialistas: la división interna, la crisis catalana o el apoyo a la ley de amnistía de 1977, por citar tres ejemplos recientes.

  5. La remontada que no llega

“Nuestro objetivo es que el PSOE vuelva a ser la primera fuerza política en nuestro país. Lo haremos recuperando el espacio que nunca debimos perder, la izquierda, y planteando una alternativa de mayoría social”

Los socialistas registraron su peor expectativa de intención de voto en el otoño de 2016, justo cuando Pedro Sánchez fue forzado por la vieja guardia del partido y la plana mayor de los barones territoriales a abandonar la secretaría general para facilitar la investidura de Mariano Rajoy y evitar una tercera convocatoria de elecciones generales.

En aquellos momentos el CIS pronosticaba al PSOE un raquítico 17% de intención de voto, la mitad que al PP y casi cinco puntos porcentuales menos que a Unidos Podemos. En abril, cuando la cruenta batalla entre Pedro Sánchez y Susana Díaz aún no se había resuelto, ese porcentaje había subido al 19,9%, según las estimaciones del CIS, prácticamente a la par que la formación de Pablo Iglesias y todavía a más de once puntos porcentuales del PP.

Esta tendencia cambió, de golpe, con el resultado de las primarias. El efecto Sánchezdisparó las esperanzas del partido al situar la intención de voto en un 24,9% en el barómetro del CIS del mes de julio. El PP caía, quedaba a tiro de piedra de los socialistas (menos de cuatro puntos porcentuales) y su suma con Ciudadanos (14,5%) mantenía el espacio político conservador por detrás de una hipotética alianza entre el PSOE y Unidos Podemos.

Sin embargo, lo que en verano parecía una tendencia muy prometedora, con el tiempo se ha ido convirtiendo en un espejismo. En octubre, ya en plena crisis política catalana, el CIS dio a los socialistas un 24,2%, muy ligeramente por debajo de la cifra de julio. En enero ese porcentaje había caído a un 23,1 y en marzo, hace apenas unas semanas, algunas encuestas subrayaban una tendencia a la baja que dejaría al PSOE en un 21,4%.

A pesar de la evidencia de las cifras, que corroboran otras encuestas, la dirección del PSOE insiste en no darles credibilidad. La tesis oficial, pese a los estudios cualitativos que revelan lo contrario, es que el auge de Ciudadanos perjudica exclusivamente al PP.

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No obstante, la esperanza de Pedro Sánchez de que el descenso del partido de Mariano Rajoy acabe por situar al PSOE en el primer puesto en las preferencias de los electores no se está viendo confirmada por los estudios de intención de voto, en muchos de los cuales el crecimiento de Ciudadanos es tan sostenido que el partido de Albert Rivera no sólo habría superado a los socialistas sino que estaría incluso por delante del PP.

En los ocho meses que han transcurrido desde la celebración del 39º Congreso, ya a la espera del barómetro del CIS de abril, el PSOE ha perdido, otra vez, casi dos puntos de intención de voto. De mantenerse la tendencia, para el mes de mayo —primer aniversario de ls primarias— el efecto Sánchez se habrá evaporado y los socialistas se adentrarán en la primavera con las mismas expectativas electorales de hace un año, con el agravante de que la suma de la derecha sigue al alza gracias al extraordinario auge de Ciudadanos y ya roza el 50% —casi siete puntos porcentuales más que el pasado verano, antes del estallido de la crisis catalana—.

Donde la dirección sanchista ve encuestas interesadas, que buscan marcar tendencias artificiales, los críticos detectan un fenómeno tan insólito como preocupante: “Es incomprensible que la caída de PP y Unidos Podemos sólo se traslade a Ciudadanos y no al Partido Socialista”, sostiene un antiguo dirigente con escaño. Lo que ha pasado es que “se han roto los vasos comunicantes” y “votantes del PSOE que se habían pasado a Podemos están yendo ahora a Ciudadanos sin pasar por el Partido Socialista. Ahora dependemos de que los demás pierdan, no de ganar nosotros”, se lamentan.

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