Los sindicatos se quedan sin jóvenes y buscan su lugar en la era del activismo digital
En los últimos meses, no han sido pocas las manifestaciones o reivindicaciones protagonizadas por jóvenes, desde las protestas propalestinas, en las que los estudiantes salieron masivamente a las calles, hasta las marchas por la vivienda. Sin embargo, surge una paradoja. Los jóvenes salen a las calles y participan en política pero, cuando se trata de afiliación a los sindicatos, desde donde se convocan estas protestas, su presencia es prácticamente nula o muy poco significativa.
“Existe una desconexión entre la indignación y las estructuras que la deberían canalizar. Los jóvenes viven atravesados por la precariedad, la imposibilidad de emanciparse y un horizonte sin certezas. La rabia está ahí, pero muchas veces sin organización que la sostenga. Lo que falta no es voluntad de lucha, sino estructuras políticas y sindicales que estén a la altura”, razona Lucía García, secretaria de Juventud de la Unión Comarcal CCOO Henares.
Según un estudio del economista britanico David Blanchflower, las economías avanzadas siguen un mismo patrón en la afiliación de los jóvenes a los sindicatos. Las personas en edades medias tienen más probabilidades de estar sindicados que ellos o generaciones posteriores. En un estudio más reciente de la Universidad de Oxford esto se certifica. La afiliación sindical ha caído en todos los rangos de edad, pero la situación se acentúa entre los más jóvenes. En la década posterior a la investigación, que data de 2018, muchos menos jóvenes se han unido a un sindicato, lo que ha generado un alejamiento entre ellos y sus mayores.
En España, solo el 5,5% de los trabajadores entre 16 y 30 años forma parte de un sindicato, según la European Social Survey con datos de 2017, los últimos disponibles. En los dos sindicatos mayoritarios, las cifras siguen este patrón. En CCOO, los jóvenes de menos de 30 años representan solo el 3,6% de los afiliados (8.229). Por su parte, UGT tiene 983.521 afiliados y afiliadas, de los que solo un 9,46% son menores de 35 años.
¿El problema? Desde hace varios años se viene experimentando un fenómeno entre los jóvenes: la desafección política. Según un estudio publicado por el Instituto de la Juventud (Injuve), el interés general por la política no supera el 35%, aunque en el caso de los jóvenes el interés es mucho menor. Este mismo informe también revela que la distancia que sienten los jóvenes con los partidos ha aumentado a lo largo de las décadas. En 1980, el 66% de las personas entre los 22 y los 25 años sentían cercanía con alguna formación política, pero en los últimos datos recogidos, la cifra cae hasta el 33,51%.
En años más recientes, la situación no ha ido a mejor. Según el Informe España 2023 elaborado por la Universidad de Comillas, el 80% de los jóvenes no se sienten escuchados por los políticos. Algo que este documento señala que puede acabar derivando en una crisis de representatividad.
Algunos partidos políticos ya han percibido esta tendencia. Dos ejemplos: Yolanda Díaz ha subrayado en varias ocasiones que rechaza definir su formación como un partido. De hecho, su proyecto recoge en el nombre la idea de ser una corriente política: Movimiento Sumar. El agitador ultra Alvise Pérez tampoco se decantó por el calificativo de “partido” para las elecciones europeas de 2024 y formó la agrupación de electores Se Acabó La Fiesta (SALF), un gesto para mostrar su rechazo a la idea tradicional de las formaciones políticas.
Este desencantamiento con la participación política también hace mella en los sindicatos, que ven cómo nuevas formas de organización, como las redes sociales, les comen terreno. Aun así, no es solamente algo achacable a los jóvenes. Lucía García atribuye el problema a la falta de confianza y compromiso por la (in)acción previa de las organizaciones. “El rechazo hacia las formas de partido o de sindicatos más clásicos no surge porque la organización sea innecesaria, sino porque muchos de estos grupos dejaron de responder a las necesidades materiales de la gente. Durante años, parte de la izquierda institucional se adaptó al marco del poder en lugar de disputarlo. Eso generó desconfianza, especialmente entre quienes no han conocido sindicatos combativos o espacios donde la militancia no sea un trámite”, argumenta.
La militancia ha bajado, sí, pero eso no quiere decir que no puedan surgir nuevas formas de protesta. Las redes sociales, por ejemplo, han hecho que muchos se decanten por una lucha organizada que, aunque exista en la nube, no se ve en las calles. “Cada vez vivimos más atomizados y mucha gente ha perdido la costumbre de organizarse con sus compañeros de trabajo para luchar por mejoras”, expresa Jorge Saborido, de CNT Madrid.
Y no se deben infravalorar las redes. En los últimos meses estas han funcionado como un actor principal en el cambio social de varios regímenes alrededor del mundo. En Marruecos, las protestas exigen mejoras en lo público, con denuncias por la situación de la sanidad, la educación o el empleo o por la corrupción de sus Administraciones. Estas reivindicaciones fueron todas gestionadas a través de plataformas como Discord o TikTok. A través de la primera, muchos jóvenes comenzaron a expresar sus exigencias al Gobierno en una ola a la que se han sumado más de 200.000 personas.
Esto sigue la estela de las protestas en Madagascar o Indonesia, en las que la organización se dio mayormente a través de las redes sociales. En la segunda, por ejemplo, todo comenzó cuando los jóvenes de este país empezaron a publicar vídeos en TikTok en contra de los hijos de las elites. En Nepal sucedió lo mismo pero, cuando el Gobierno prohibió Facebook e Instagram, el descontento pasó a las calles.
“Estas protestas son un magma juvenil que tiene estudios y que no ve salida a los problemas que tiene delante, es algo que se está mundializado con protestas en Asia, Latinoamérica y Europa”, expone David Moral, profesor de sociología de la Universidad de Zaragoza. Así lo reiteran los datos de CCOO Catalunya, en los que el 57,3% de los afiliados tienen estudios superiores.
Afiliarse a un sindicato: no lo haces hasta que lo necesitas
Aun con su caída entre los jóvenes, la necesidad de organización se hace palpable con tan solo mirar el telediario. Los precios de la vivienda han subido un 35% en los últimos diez años, según datos del Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana, mientras que el sueldo medio de los más jóvenes es de tan solo 1.048,19 euros. A su vez, la calidad y remuneración del empleo joven no mejoran. De hecho, son el único grupo de la población que no ha superado los niveles salariales de antes de la crisis del 2008, según el informe Juventud y Empresa de la Fundación PwC.
Ante esta situación, es evidente que los sindicatos tienen que ostentar un papel más central para ayudar a los jóvenes a salir de esta situación, no solo desde protestas o asambleas. Así lo consideran desde el Sindicat de Llogateres. “Un sindicato tiene como una de sus actividades el uso de la manifestación para expresar tu enfado, pero a la mañana siguiente tus circunstancias no han cambiado. Solo con una organización que te apoye en las negociaciones se consiguen resolver los problemas”, argumenta Enric Aragonès, portavoz del Sindicat. De esta manera, cabe preguntarse de qué formas los sindicatos tienen (o no) que reformarse para contentar a este sector de la población que se les resiste pero que necesita una respuesta urgentemente.
El interés por el sindicato suele llegar a la vez que el primer trabajo y su consecuente precariedad, tan característica del empleo joven. “Es un conocimiento del sindicato pragmático, acudes a ellos cuando tienes un problema, pero la ciudadanía no los ve, ni tiene suficiente conocimiento sobre su labor. Solo tienen información sobre ellos cuando ya hay una tradición sindical dentro de su familia o en su entorno”, explica Moral.
El tema de la vivienda es un claro ejemplo porque es la mayor preocupación de los españoles, según el ultimo barómetro del CIS, y entre los jóvenes, la situación es especialmente dramática. La tasa de emancipación juvenil está en su punto más bajo desde que el Consejo de Juventud de España comenzó a registrar datos en 2006. En el segundo trimestre de 2024, sólo un 15,6% de los jóvenes podían irse de casa de sus padres. Con estos datos, no es sorpresa que el Sindicato de Inquilinas sea uno de los más populares entre los jóvenes.
“Creo que la clave está en atender a las necesidades de la clase trabajadora más precaria, entre la que se encuentra la juventud. Por ejemplo, el Sindicato de Inquilinas tienen mucha militancia joven por atajar un problema que atraviesa en particular a la juventud, como la vivienda”, expresa Saborido. La afiliación del Sindicato de Inquilinas ha subido en el último año, hasta los 1858 afiliados en 2025, un aumento de 243 personas respecto al año anterior.
Pero, ¿por qué no se afilian?
¿Han perdido los jóvenes las ganas de protestar?
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La presencia de un sindicato en una manifestación solo no es suficiente. “Que ellos estén ahí solo responde a su responsabilidad como sociedad civil, el que salgan a las calles no genera una posible relación de militancia, si en una manifestación los participantes ven un sindicato, eso no va a hacer que se afilien al sindicato”, argumenta el profesor de la Universidad de Zaragoza.
La solución pasa por lo más básico: la educación. Los sindicatos no se estudian en los centros educativos y no se da la información necesaria a los alumnos. Por ello, Moral considera que deberían aumentar su presencia en ellos, tanto en los planes de estudios (algo que se escapa de sus competencias) como en forma de charlas o encuentros. El problema está, como siempre, en la falta de recursos. También sucede a la hora de intentar mejorar su imagen en redes, el lugar donde se están organizando los jóvenes. Quizá los sindicatos tengan la intención, pero el tiempo y el dinero no acompañan.
Su actualización es crucial para garantizar que haya un relevo generacional entre sus filas. Para Lucía García, los sindicatos siguen siendo cruciales y el llegar a los jóvenes no pasa solo por hacer que se les conozca. “Los sindicatos seguirán siendo relevantes si recuperan su papel de herramienta de clase, democráticos, cercanos y combativos. Cuando se vinculan con conflictos reales (como vivienda, educación, migración o precariedad juvenil) vuelven a ser útiles y respetados. El reto no es edulcorar el nombre, sino repolitizar la organización, abrirla a nuevos sujetos y devolverle su capacidad transformadora”, zanja.