La irrupción de la ultraderecha

Vox fulmina una tras otra las líneas rojas de Ciudadanos

La firma del acuerdo alcanzado entre PP, Cs y Vox para la aprobación de los Presupuestos en Andalucía.

La memoria es corta. Sólo así se puede entender que, a estas alturas, José Manuel Villegas, secretario general de Ciudadanos, afirme sin inmutarse ante la opinión pública que su partido no se ha "movido ni un milímetro" en el eje de abscisas de la ubicación izquierda-derecha. O que su líder en Andalucía, Juan Marín, vicepresidente de la Junta, señale que Cs no ha firmado "ningún acuerdo con Vox". Un recorrido por los acontecimientos desde la irrupción de Vox pone de relieve que Cs sí se ha movido y que sí ha firmado acuerdos, tras reunirse y negociar, con el partido de ultraderecha. Este es un repaso por las líneas rojas que han ido borrándose en el trayecto recorrido por Albert Rivera desde el centro liberal y la transversalidad estratétiga hasta su inclusión, como elemento imprescindible para la conformación de una mayoría, en un bloque de derecha y ultraderecha que incorpora propuestas de la agenda radical de Vox.

  1. Vox, sin etiquetas

La irrupción político-mediática de Vox se produjo a raíz del lleno de un mitin en Madrid en octubre. El resto de partidos tuvieron que posicionarse sobre la formación de Santiago Abascal. Los de izquierdas y nacionalistas periféricos fueron unánimes situándolo en la ultraderecha o el neofascismo. Pablo Casado, líder del PP, abrió lo que la politóloga Pippa Norris llama "zona de aquiescencia" con los Vox, afirmando compartir "muchas ideas y principios". ¿Y Cs? Los líderes del partido naranja ignoraron a Vox hasta donde les fue posible. La estrategia tras la eclosión de Vox fue hablar de la formación de Abascal sólo lo imprescindible y evitar el choque. Y eso incluía no ponerle "etiquetas". A Albert Rivera se le preguntó si Vox era ultraderecha y respondía: "Es que yo no soy un analista político. Eso se lo dejo a ustedes [los periodistas]". Ignacio Aguado, líder del partido en Madrid, decía que no le "correspondía" a él poner la etiqueta. Ningún dirigente lo hacía.

  2. ¿Pactar? No hay respuesta

La estrategia de Cs de evitar el choque con Vox estaba en marcha en plena campaña electoral de las autonómicas andaluzas, que se celebraron el 2 de diciembre. El candidato de Cs, Juan Marín, fue categórico a la hora de rechazar cualquier acuerdo con el PSOE. Antes de apoyar a Susana Díaz, dijo, abandonaría su acta. Mucho más elíptico fue sobre sus posibles relaciones con Vox tras las elecciones. Rivera y Marín se amparaban en que Vox era un partido sin representación para orillarlo en sus previsiones. En el segundo debate electoral la candidata socialista, Susana Díaz, preguntó reiteradamente a Moreno y Marín si se apoyarían en Vox, llegado el caso, para apearla del Palacio de San Telmo. No hubo respuesta. Díaz no imaginaba hasta qué punto su pregunta, diseñada para subrayar la división de la derecha e invocar el voto útil, acabaría siendo pertinente.

Tras el debate, Marín respondió en El País a la pregunta de Díaz. "No pactaremos con Vox, pero si nos vota, estaremos encantados". Cs se abría a una ficción que en parte aún mantiene: la de que se puede gobernar gracias a Vox como si Vox no existiera. Es lo que el escritor Benjamín Prado ha llamado "el triángulo de dos lados".

  3. Clave en sólo diez días

El 2D cuajó una mayoría PP-Cs-Vox. Susana Díaz intentó postularse como presidenta, en calidad de candidata más votada, reclamando el apoyo de Cs en un pacto "constitucionalista". En vano. El carril para la vía andaluza estaba expedito. Cs sostuvo que iba a pactar con el PP, en ningún caso con Vox. Al principio incluso reclamaba la presidencia para Juan Marín, aunque había quedado por detrás de Juanma Moreno (PP). La evidencia matemática acabó desvelándose. PP y Cs alcanzaron el 12 de diciembre un acuerdo para la mesa del Parlamento cuya materialización requería inevitablemente del voto de Vox. Sólo diez días después de su irrupción electoral, el partido de ultraderecha ya tenía en su mano la primera decisión clave de la legislatura.

  4. Un café a espaldas de Cs

Desde poco después del 2D, Cs se empezó a enfrentar a un problema creciente: la censura, por parte de los liberales europeos, de su acercamiento a Vox. “El éxito de la extrema derecha debe preocuparnos a todos. Afrontamos una batalla por el alma de Europa”, declaró Guy Verhofstadt, a la sazón jefe de los liberales europeos, cuando comenzó el baile negociador en Andalucía. La presión se cernía sobre Cs, que encontró una etiqueta para Vox: "Populista". Rivera incluía bajo el mismo paraguas a Pablo Iglesias, Alexis Tsipras, Donald Trump, Matteo Salvini y Santiago Abascal. Y seguía negando que fuera a negociar con Vox. Es más, por entonces Marín vetaba incluso –o decía que vetaba– las reuniones del PP con Vox.

Fue hace siete meses, pero parece una eternidad. Juan Marín llegó a pedir explicaciones a mediados de diciembre a Juanma Moreno porque este se tomó un café en un hotel de Sevilla con Francisco Serrano, que hacía por entonces las veces de líder de Vox en Andalucía. Moreno "tiene que dar explicaciones", afirmó Marín cuando se publicó la reunión. Por aquel entonces no es que Cs dijera que no negociaba con Vox, es que decía que había advertido al PP de que no negociara con Vox mientras negociaba con Cs. Moreno no se arredró ante la exigencia de Marín. El PP –afirmó en un acto de partido– habla "con quien quiere, cuando quiere y como quiere". No hubo réplica de Marín, que continuó negociando con el PP mientras el PP abría ya los contactos con Vox.

  5. Un encuentro en el Parlamento andaluz

Andalucía es el laboratorio de ensayo de un curioso esquema negociador. De un lado, el PP negocia con Cs; de otro, el PP negocia con Vox. Mientras tanto, los dirigentes del partido naranja y los de Vox se dedican críticas mutuamente, con el PP intentando mediar y el partido naranja intentando evitar la foto. Acaba ocurriendo lo lógico: la ficción de la inexistencia de relación entre Cs y Vox se disipa por la vía de los hechos. Las imágenes de una conversación entre Marín y Francisco Serrano –captadas a través de una cortina, lo que daba al encuentro un aire subrepticio, y publicadas el 26 de diciembre–, corroboraban lo inevitable. Y era inevitable que Cs y Vox entrasen en contacto por una razón: Vox era imprescindible para un acuerdo sobre la mesa del Parlamento.

  6. Remilgos, disimulos... y acuerdo

La materialización del acuerdo PP-Cs-Vox para la mesa del Parlamento andaluz supuso un hito. Primero, porque retrató ya inequívocamente a los tres partidos en torno a un acuerdo con reparto para todos. Segundo, porque elevó el disimulo de Cs a cotas inéditas. El acuerdo, que prefiguraba el pacto de investidura de Juanma Moreno, colocaba en la presidencia del Parlamento a Marta Bosquet (Cs) y metía en la mesa a Vox. La mayoría de 59 diputados conservadores (26 del PP, 21 de Cs y 12 de Vox) se impuso a la minoría de 50 progresistas (33 del PSOE y 17 de Adelante Andalucía), quedándose con 4 de los 7 miembros de la Mesa de la Cámara y con la Presidencia.

Los de Rivera se esforzaron en desligarse de la parte del acuerdo que atañía a Vox. No solicitaron formalmente el apoyo de Vox a Bosquet, ni sus parlamentarios votaron a favor del secretario de Vox. Pero, al mismo tiempo, Vox y Cs hicieron cada cual su papel dentro de un mismo plan que los beneficiaba a ambos. Para entenderlo hay que ver los resultados de las votaciones. La candidata a presidenta del Parlamento de Cs, Bosquet, obtuvo 59 votos. Sin los 12 de Vox, no habría salido. Porque la candidata alternativa, Inmaculada Nieto, cosechó 50.

No obstante, el colmo del disimulo se alcanzó en la elección de los tres secretarios: Verónica Pérez (PSOE) obtuvo los 33 votos de su partido; Manuel Andrés González (PP), los 21 de Cs y 9 de su propio partido. El PP reservó el resto de sus votos, 17, para Manuel Gavira, de Vox, que junto con los 12 de su propio partido llegó a 29. Así entró en la mesa como el tercer candidato más votado, por delante del aspirante de Adelante Andalucía, que se quedó fuera. Es muy cierto que Gavira, de Vox, no recibió ni un voto de Cs... pero también lo es que su elección sólo fue posible porque el PP le dio unos votos que ya no necesitaba para su propio candidato, porque Cs lo había apoyado. Y porque el partido naranja renunció a presentar su propio aspirante a secretario, para así no dispersar votos. Un acuerdo con remilgos y vericuetos. Pero un acuerdo, al fin y al cabo.

  7. Delegación de las negociaciones

Cs seguía empeñado en un equilibrismo cada vez más difícil. Mientras Marín se conducía ya como quien ya ha asumido que Vox es parte de la nueva mayoría, dirigentes de Cs seguían renegando del partido de ultraderecha: "Cs nació para plantar cara al nacionalismo. [...]. No pactamos ni pactaremos con partidos nacionalistas, y si alguien esperaba otra cosa es que no nos conoce", enfatizaba Juan Carlos Girauta el 3 de enero, en una declaración que debía valer a la vez para Quim Torra y Santiago Abascal.

El acuerdo para la mesa, con la entrada de Vox, había deparado a Cs un aluvión de titulares desagradables. Se abrían paso términos como "las tres derechas" o incluso "el "trifachito". Y los dirigentes de Cs trataban otra vez de marcar distancias. Lo hacían con palabras. Pero, ¿en qué se traducían? En Andalucía, en más remilgos formales que no afectaban al fondo. El PP se encargaba de la negociación con Vox –recordemos, socio imprescindible para la investidura de Moreno–, mientras Cs insistía en que "no tiene nada que negociar con Vox" (Marín, 8 de enero). El resultado es que acabaron produciéndose dos acuerdos: uno de gobierno, del PP con Cs; otro de legislatura, del PP con Vox.

El acuerdo con Vox, que incluso pareció moderado dada la aparatosidad efectista de sus medidas propuestas como punto de partida, recoge un compromiso de promover una "inmigración respetuosa con nuestra cultura occidental", una referencia que discrimina disimuladamente a los musulmanes y establece una conexión con la agenda ultraderechista europea. También recoge una "Consejería de Familia", nada inocente conociendo la visión unidimensional de la institución familiar de Vox, así como la derogación de la ley de memoria, entre otras medidas, muchas de carácter simbólico nacionalista y tradicionalista. Cs aceptó este acuerdo. Más exactamente, dijo no sentirse concernido por el mismo. El tiempo ha demostrado que sí que le concernía. Porque ese acuerdo de PP y Vox marca los presupuestos andaluces de 2019 y 2020.

Eso se vería más adelante. De momento, el 16 de enero, Moreno era elegido presidente de la Junta de Andalucía con los votos de PP, Cs y Vox. A su vez, Moreno hacía vicepresidente a Juan Marín y nombraba a otros cuatro consejeros del partido naranja, que accedía por primera vez –gracias a Vox– a un gobierno autonómico.

  8. La foto de Colón

El acuerdo andaluz se había producido sin una foto de PP, Cs y Vox. Pero un mes después Rivera se hizo la foto más emblemática del curso político. La hipótesis de que el posible diálogo en torno al procés incorporase la figura de un "relator", término que evocaba la existencia de un conflicto internacional, provocó la convocatoria al alimón de PP, Cs y Vox de una manifestación en Madrid. Allí se produjo la famosa "foto de Colón", que el PSOE no se ha cansado de presentar como prueba de la unidad de fondo entre Casado, Rivera y Abascal. La suma de este relato y la imposibilidad de aprobar los presupuestos se conjugaron para mover a Sánchez a adelantar las elecciones al 28A.

De modo que el ciclo electoral abierto en Andalucía tendría continuidad inmediata en unas generales y valencianas (28A) y después en unas municipales, autonómicas y europeas (26M). En ninguna de esas campañas, Cs se comprometió a no acceder al poder gracias a Vox. En cambio, sí situó cordones sanitarios delante del PSOE en las elecciones generales y en diversas autonómicas y municipales, entre ellas las de Madrid. Y ello a pesar de que el grupo europeo de Cs –los liberales de ALDE– situaban su línea roja delante de los euroescépticos y los ultranacionalistas.

  9. Informar, no negociar

Los resultados de las generales y valencianas no dieron margen a la derecha, dada la imposibilidad de repetir la vía andaluza. Fue el resultado del 26M el que agitó el avispero. Cs intentó repetir el esquema andaluz: afirmar que negociaría con el PP, no con Vox, y que era Vox el que debía decidir si apoyaba o no el acuerdo. Pero había un problema. Abascal ya sabía que, en contra de lo previsto, Andalucía no había sido su suelo electoral, sino su techo, porque en ninguna elección había logrado superar el 10,97% cosechado el 2D. Así que tocaba revisar la estrategia. El cambio implicó mayor dureza negociadora. Y buscar la foto que no había conseguido en Andalucía. No volvería a haber –advirtió Abascal– acuerdos con Vox sin sentarse con Vox. El líder del partido ultraderechista lo situaba como una línea roja, una cuestión de principios, de honor. Cs captó el mensaje de que, sin reuniones con Vox, los acuerdos se pondrían cuesta arriba. Pero hizo un nuevo escorzo. Ciudadanos se sentaría con Vox para "informar", no para "negociar", dijo Villegas.

  10. Acuerdos para las mesas

Más allá de la reflexión ontológica sobre el momento en que unos políticos dejan de informarse, hablar y dialogar –cosa permitida según Ciudadanos– para empezar a negociar –cosa prohibida según Ciudadanos–, lo cierto es que el domingo 9 de junio, sin convocar a los medios, Ignacio Aguado (Cs) Rocío Monasterio (Vox) se reunieron en Madrid. No hubo foto, pero sí reunión. Y resultado contante y sonante. El secretario general del PP, Teodoro García Egea, anunció el 11 de junio –dos días después – un acuerdo cerrado entre su partido, Cs y Vox para controlar las mesas de las asambleas de Madrid y Murcia. El acuerdo era ya más a las claras que en Andalucía.

  11. Acuerdo presupuestario en Andalucía

Para entender la evolución de la posición de Cs hay que mirar a Andalucía. Allí fue donde se puso el listón: al principio no sólo evitaba reunirse con Vox, sino que se oponía a que el PP se reuniera con Vox. En Andalucía fue también donde la nueva mayoría empezó a andar. El camino demostró que el margen de entendimiento, una vez echada a rodar la legislatura, es amplio [ver aquí y aquí dos artículos sobre sus coincidencias de voto]. El partido de Abascal se unió en 115 de las 168 primeras votaciones a PP y Cs y apoyó el primer decreto ley para una bajada de impuestos, una reforma del Estatuto y el acuerdo en Canal Sur. También apoyaba a PP y Cs en sanidad y educación, limitándose a marcar perfil radical en solitario en votaciones de incidencia simbólica.

También ha sido en Andalucía donde PP, Cs y Vox han firmado su primer acuerdo presupuestario. Acuerdo con mayúsculas: reunión, foto, firmas y logotipos. El partido de Abascal les recordó a PP y Cs que sus 12 parlamentarios son imprescindibles y amenazó con devolver los presupuestos si no se incluían exigencias sobre inmigración, memoria histórica, género e identidad nacional. PP y Cs las aceptaron, en un compromiso que abarca dos ejercicios presupuestarios. La intervención del portavoz de Vox, Alejandro Hernández, terminó con una sonora ovación de las bancadas de PP y Ciudadanos. Moreno y Marín le estrecharon la mano. Y hubo más más. Al día siguiente, 13 de junio, los consejeros de Economía, Rogelio Velasco (Cs), y de Hacienda, Juan Bravo (PP), y los diputados de Vox Alejandro Hernández, Manuel Gavira y Francisco Serrano se sentaron a firmar el acuerdo, que llevaba los membretes de los tres partidos: PP, Cs y Vox.

  12. Acuerdos secretos

Queda una línea roja sin pisar. Cs, que se ha metido en la mayor crisis interna desde su nacimiento, ha repetido hasta la saciedad que no compartirá gobierno con Vox. Así lo ha establecido su dirección, con la misma claridad que su rechazo a pactar con Pedro Sánchez. Es más, los acuerdos de PP y Cs implican la exclusión de Vox. Hasta la fecha, esa línea roja resiste a las presiones.

No obstante, ha habido pactos oscuros de reparto de poder de PP con Vox que no han llevado a Cs a romper. El caso madrileño. José Luis Martínez-Almeida (PP) fue elegido alcalde el 15 de junio con los votos de Cs y Vox. El compromiso de PP y Cs implicaba la vicealcaldía para Begoña Villacís. Pero, ¿a cambio de qué votó a favor Vox? Nadie lo aclaró. Sólo diez días después se supo que la noche antes de la votación, los secretarios generales del PP (Teodoro García-Egea) y Vox (Javier Ortega-Smith) firmaron un documento que garantizaba al partido de ultraderecha "concejalías de gobierno", algo que chocaba de plano con el acuerdo de Almeida con Villacís. Aunque tanto PP como Vox habían acordado "discreción", el partido de Abascal –en vista del incumplimiento de lo acordado– hizo público el documento, que evidenciaba el doble juego del PP. Villacís, pese a todo, ha mantenido vigente su acuerdo con Almeida.

El propio partido naranja ha llegado a un acuerdo secreto con Vox. Fue en Palencia. Vox desveló el 20 de junio un pacto con Cs para hacer alcalde al candidato naranja, Mario Simón. Ahí estaban, una junto a la otra, las firmas de los líderes de Vox y Cs.

  13. Negociación total en Madrid y Murcia

Cs, que al principio no quería ni que el líder del PP en Andalucía se tomara un café con el de Vox, negocia hoy con el partido de ultraderecha el reparto de cartas en las comunidades de Madrid y Murcia. Por supuesto, es un destino al que se ha llegado tras numerosos titubeos, disimulos e incluso choques entre Cs y Vox, que traspasó la barrera del insulto a Rivera a través de Twitter. No obstante, el día posterior a que Vix llamara "acojonado y sinvergüenza" al líder de Cs, el 4 de julio, se produjo una reunión de representantes de ambos partidos y el PP para buscar un acuerdo sobre Murcia.

En Madrid, donde los líderes regionales cuentan con mayor fuerza propia y tirón mediático, las cosas han llevado un ritmo diferente. Aguado se ha resistido a la famosa foto cuanto ha podido. Monasterio, en un giro estratégico, advirtió el lunes 8 de julio de que podría apoyar un gobierno monocolor del PP si Rivera, Aguado y los suyos seguían con sus "remilgos y asquitos". Es decir, ponía en cuestión la propia presencia de Cs en el Gobierno de Madrid. Mano de santo. Al día siguiente, 9 de julio, estaban sentados juntos Aguado y Monasterio en una reunión a tres en Madrid. Es más, ya era Cs el que pasaba a la ofensiva y pedía reuniones a tres en Madrid y Murcia, aunque enfatizando –ya contra toda evidencia– que no busca pactos con Vox.

Tanto en Madrid como en Murcia las negociaciones siguen abiertas, aunque a la primera no ha habido mayoría para una investidura. En la Región de Murcia hubo una segunda reunión a tres, el miércoles 10 de julio. Abascal, aunque no ha logrado reeditar la foto de Colón junto a Casado y Rivera en formato negociador, ya se muestra más satisfecho. "Están respetando a Vox y hay posibilidad de acuerdos. Puedo lanzar un mensaje de optimismo porque las cosas están cambiando", afirma ahora.

  14. 'Entente cordiale' en el sur

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Andalucía ha venido ofreciendo pistas sobre lo que acabaría ocurriendo en otros territorios. Por eso resulta de interés ver cómo están las cosas ahora. El Gobierno de PP y Cs gobierna sin excesivos sobresaltos mientras prepara sus presupuestos de 2019 y 2020 en sintonía con Vox, que ha ganado fuerza institucional para hacer hueco a su agenda contra el feminismo, la inmigración y la memoria histórica. Rige una especie de entente cordiale. Eso sí, Cs sigue evidenciando las tensiones a las que lo somete su ambivalente relación –de rechazo teórico y complicidad práctica– con Vox. "Vox está siendo útil en Andalucía", declara el portavoz de Cs en Andalucía, Sergio Romero. El mismo día en que se hacen públicas estas palabras, 8 de julio, Marín dice que Cs “no ha firmado todavía ningún acuerdo con Vox”, una afirmación difícil de sostener cuando circula ya a toda luz el acuerdo presupuestario con los tres logos. Es un acuerdo "como gobierno", no como partido, puntualizó Sergio Romero para salvar la situación. Vox se tomó las palabras de Marín –en línea con lo que a estas alturas hacen no pocos comentaristas– casi a risa, como una negación de lo evidente. Ha debido de ser "un lapsus", sonríe el portavoz Hernández, cobrándose pasados menosprecios de Cs.

En Madrid, mientras tanto, Rocío Monasterio ya ha empezado a poner precio a su posible apoyo al Gobierno de PP y Cs al proponer una erosión de los derechos de inmigrantes y personas LGTBI y situar en el punto de mira a los trabajadores que imparten talleres sobre diversidad sexual. La maniobra recuerda a los logros cosechados por Vox en los presupuestos andaluces y a su cruzada contra los trabajadores de violencia de género de la Junta, que ha empezado a ofrecer resultados.

Vox sigue empujando y la puerta sigue cediendo poco a poco.

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