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La Comisión del Océano Antártico se reunirá el mes de octubre para discutir la creación de un santuario antártico en un área que abarca 1,8 millones de kilómetros cuadrados.
En esta última entrega me gustaría reforzar mi mensaje con datos más claros sobre por qué aquí, por qué en el océano Antártico tenemos que crear la zona protegida más grande del planeta.
Hablar con la gente embarcada en el Arctic Sunrise es siempre contagiarse de su entusiasmo por lo que hacen. A veces se comprende la importante de un empeño, de una lucha, conociendo la talla profesional y moral de quienes la realizan.
La Antártida es el lugar más seco del planeta: nieva, hiela pero llueve menos que en los mares de arena que asociamos a la palabra desierto. O así era hasta que el calentamiento global empezó a cambiar las cosas.
En 1861, en mitad del Atlántico, la fragata francesa L’Acteon, reportó haber visto un calamar gigante, de unos 25 metros, y haberlo cañoneado y hundido. El porqué de tan estúpida acción contra un animal que se alimenta de peces se me escapa. Pero también es una metáfora de algo.
Deberíamos entender que no somos dueños de nada ni nadie, del resto de las especies, sino solo depositarios temporales de una gran responsabilidad: conservar la diversidad de la vida en el planeta.
No somos exploradores victorianos, no buscamos plantar la bandera de un rey o un país en el gran desierto blanco. Buscamos que, entre todos, plantemos la única bandera posible, la de la humanidad.
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